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COLUMNISTAS


80 años del PAN nos deben servir de ejemplo

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 23 septiembre, 2019


Me honró haber sido invitado por las Fundaciones Konrad Adenauer y Rafael Preciado Hernández a celebrar los 80 años del Partido Acción Nacional (PAN) de México, participando en un evento con ponentes de ese país, de América Latina y de España, sobre el surgimiento y la conquista del populismo.

Admiro la historia del PAN. Crear un partido de inspiración católica después de la cruel persecución contra la Iglesia que se había vivido en ese país, demuestra un coraje y un idealismo extraordinarios. Persistir en la acción política 56 años enfrentando un régimen de partido único que le impedía alcanzar el poder federal, demuestra resistencia y perseverancia increíbles. Mantener a lo largo de 80 años la lucha por los valores del humanismo y el estado de derecho en democracia, es señal de una convicción envidiable.

Por ello siento justificado orgullo de haber invitado al PAN a incorporarse a ODCA y de que, en San José bajo mi Presidencia en esa organización, se incorporara en 1995 como observador. Devino miembro de pleno derecho en 1998. Ese orgullo es aún mayor por haberse logrado esa incorporación baja la sabia conducción que al PAN imprimió mi recordado y admirado amigo Carlos Castillo Peraza.

En democracia siempre vivamos amenazados por la Tentación Totalitaria, tal como nos alertó Jean-Francois Revel.

Esa amenaza no surge hoy del peligro de golpes militares. En este siglo surge de los mismos procesos electorales democráticos como Tentación Populista. Caudillos antidemócraticos de derechas o de izquierdas, democráticamente electos, violan el estado de derecho y dan origen a una democracia iliberal.

La democracia iliberal asume el poder enamorando a mayorías que sucumben a la demagogia y siguen a un “líder” que las convence de ser su defensor frente a un enemigo construido para generar el odio de las multitudes, enemigo que según sea oportuno toma diferentes caras: el imperio, los ricos, los inmigrantes, los empresarios, los banqueros, los políticos, los intelectuales liberales.

La democracia como estado de derecho es frágil y depende del soporte de una cultura democrática. No se sostiene por la fuerza, pues los propios gobernantes democráticamente electos que detentan el poder, pueden violar el estado de derecho. Depende la democracia de una cultura democrática que determine una opinión pública dispuesta a defenderla.

Ante estos retos, mi gobierno en conjunto con Canadá y Perú, promovió la adopción de la Carta Democrática Interamericana, basada en que vivir en un estado de derecho democrático, es un derecho humano que debe ser protegido por la comunidad hemisférica.

La solución ante el populismo no es un liberalismo antidemocrático. No es el gobierno de una élite que pretenda imponer sus políticas sin consideración al apoyo popular, por más que esté convencida de su conveniencia para el bien común. Por ese camino se conculcan los derechos políticos fundamentales que son esenciales para el respeto a la libertad y la dignidad de cada persona. Además, la magnitud de nuestra ignorancia hace que nunca podemos tener absoluta de que nuestras propuestas sean las mejores.

Costa Rica es un país afortunado. De las tres democracias que había en Latinoamérica a finales de la década de 1970, somos la que logró sobrevivir sin interrupciones y sin guerrillas, y somos la más antigua.

Pero también sufrimos la tentación populista, y si no actuamos racional y justamente, podríamos caer en ella.

Toda la segunda mitad del siglo XX tuvimos un presidencialismo bipartidista, con dos partidos uno socialdemócrata y otro socialcristiano que, con diferentes enfoques en políticas económicas y sociales pero con respeto al estado de derecho, nos alternamos en el ejercicio del gobierno.

Pero desde la última década del siglo XX empezó la anti-política a alentar la tentación populista

En las luchas internas por la conducción de los dos partidos surgieron dirigentes que basaron su éxito es desmoronar la fe en las nomas de la democracia representativa y las normas del estado de derecho. Ciertamente alentados por algunos casos de corrupción y por los ataques personalizados entre los políticos de ambos bandos.

Algunos medios de comunicación para mejorar su poder en la sociedad y ampliar su circulación se unieron al coro de antipolítica.

El multipartidismo que surgió ha dificultado la toma de decisiones para seguir adaptando la economía, la educación, las acciones de solidaridad social, la seguridad ciudadana y la política ambiental a las rápidamente cambiantes condiciones que hemos vivido en este siglo. Para mejorar la eficacia y la eficiencia del gobierno.

Más bien la posposición de algunas medidas necesarias que surgió de ese aumento en la dificultad de acordarlas, aumentó la ineficacia y la ineficiencia en la acción gubernamental, lo que ha dado nuevos bríos a la antipolitica y a la tentación populista.

Desdichadamente estos cambios políticos se han dado en un mundo que nos contagia de su mengua por el aprecio a la libertad, a la democracia liberal, a los políticos y los partidos políticos, a la globalización y las instituciones internacionales

Un mundo en que se ha ido perdiendo el aprecio por la verdad, el mundo de la posverdad. Primero vino el relativismo en los valores, incluyendo el debilitamiento de nuestra cultura cristiana. Luego el escepticismo sobre el conocimiento y la técnica. Finalmente se aceptan los hechos alternativos. Vivimos el mundo de la paparruchada (noticia falsa y destinada).

Se prefiere, en consecuencia, la emoción sobre la racionalidad, la apariencia del bien instantáneo sobre la construcción gradual de un futuro próspero. Cuando prevalecen los sentimientos es más fácil generar el odio hacia un enemigo culpable de los problemas de los ciudadanos, que convencer de las ventajas de soluciones racionales que no comprometen el bienestar futuro.

Esta es hora de prueba para los partidos de centro, defensores de la democracia y los derechos humanos, de la dignidad de la persona y la solidaridad humana, del estado de derecho y la institucionalidad, de mercados eficientes y del progreso.

Nos llama la historia a impedir que se repita el dominio de los absolutismos que en el siglo pasado condujeron a la humanidad al odio y a la confrontación, a las guerras y los genocidios.

Nos llama la historia a fortalecer la colaboración, el respeto y la solidaridad con todos. A impedir la imposición y promover la negociación. A evitar el abuso contra enemigos ficticios forjados por el populismo, y a promover la competencia abierta, colaboradora y constructora de acuerdos entre los defensores de la democracia liberal con diversas opiniones técnicas y preferencias ontológicas.

El reto no es fácil. Pero el triunfo es indispensable. De la perseverancia del PAN en su lucha sin claudicación por sus ideales, debemos aprender y sacar fuerza para vencer.







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