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CHISPORROTEOS

Alberto Cañas afcanas@intnet.co.cr | Sábado 13 abril, 2013


Ese premio (el Premio Nobel de la Paz), aquí entre nos, no goza de mucho prestigio, porque hasta el guerrerista Kissinger lo recibió en medio de la desaprobación universal


CHISPORROTEOS

Me ha de perdonar don José Alberto Aguilar Sevilla los días que he tardado en responder los artículos, en que me llamó mentiroso (tardanza debida a una ligera indisposición que me ha mantenido lejos del teclado durante todos estos días). Además, por cuestión de espacio, el periódico me pide hacerlo en dos artículos, de modo que este es la primera parte de mi respuesta que continuaré el miércoles próximo.

Comienza don José Alberto por manifestar que nada mejor puede ocurrirle a un costarricense que ver a su gobernante recibir el Premio Nobel de la Paz.
Ese premio, aquí entre nos, no goza de mucho prestigio, porque hasta el guerrerista Kissinger lo recibió en medio de la desaprobación universal, y si don Oscar Arias es el único presidente latinoamericano que lo ha recibido (después de que durante años se anunciaba que se lo darían al país por haber disuelto su ejército), otros latinoamericanos y latinoamericanas no presidentes lo han recibido también. En todo caso, creo que el costarricense de mayor prestigio en el mundo actual no es el que don José Alberto quiere, sino el escultor herediano, aclamado en Europa e invitado a exhibir por establecimientos serios como la Municipalidad de Florencia en las propias calles de la ciudad, y cuya obra puede admirarse junto a la catedral de San José, o la soprano cartaginesa que ha cantado primeros papeles y recibido ovaciones en los grandes teatros de ópera de Europa (Salzburgo, Berlín, San Petersburgo, Viena, Covent Garden). No los cito por su nombre, porque estoy seguro de que don José Alberto los conoce y admira. En cuanto al premio de don Oscar, su plan de paz le fue muy útil a El Salvador, pero también sirvió de pretexto para conformar al ejército de Guatemala como el dueño absoluto del país. En realidad El Salvador y don Oscar fueron los únicos a quienes lo que sirvió de pretexto para el premio les sirvió de algo.
Los actos de don Oscar que he criticado han tenido todos defensores que exponen argumentos como el que esgrime mi distinguido adversario. La verdad es que estamos parados él en una acera y yo en la de enfrente presenciando el mismo espectáculo.
Las cosas pasan frente a ambos, pero uno las ve marchando hacia la izquierda y el otro las observa marchar hacia la derecha.
Por eso lo que para mí es bueno para el señor Aguilar es malo, y viceversa.
Continuaré, como dije al inicio, mi respuesta al señor Aguilar, en mi columna del próximo miércoles.
 

Alberto F. Cañas

 

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