Actos corruptos (I)
Arturo Jofré arturojofre@gmail.com | Viernes 12 noviembre, 2010
La corrupción es una de las enfermedades más graves que pueden atacar a una sociedad. Se va desarrollando en el cuerpo social hasta malograrlo todo. Las leyes son burladas, los valores son trastocados, las arcas del Estado son saqueadas, la democracia se pone en peligro. ¿Qué elementos pueden ayudar a una sociedad a defenderse de este flagelo? La experiencia internacional nos ayuda a abordar con mayor perspectiva este desafío, como una manera de conocer lo que facilita que este enemigo penetre la gestión pública, a los actores privados, al poder legislativo, al poder judicial y al ámbito político.
En el ámbito de la gestión pública la corrupción es ayudada por ciertas disfunciones del sistema. Cuando los jerarcas o empleados públicos tienen flexibilidad para interpretar la normativa, entonces las autorizaciones, permisos y fiscalizaciones se transforman en terreno fértil para la corrupción.
La discrecionalidad de la que hacen uso los jerarcas y empleados públicos para la toma de decisiones favorece la aparición de actos corruptos. Esto no solo irrita a los ciudadanos, sino que se transforma en una especie de “colesterol burocrático”, como lo llaman algunos analistas. Cuanto mayor sea la discrecionalidad que tengan los empleados públicos, mayor será la corrupción.
Vito Tanzi, quien fuera director del Departamento de Asuntos Fiscales en el FMI, señala que la tributación, especialmente en la administración aduanera, es con frecuencia un área muy susceptible de corrupción.
La complejidad del sistema tributario, la excesiva discrecionalidad que se les otorga a los inspectores de impuestos, la falta de procesos de apelación eficaces y la presencia de funcionarios que buscan o son presa fácil de dádivas, constituyen factores que incrementan la corrupción en un sector de por sí muy sensitivo.
Por otra parte, la proliferación excesiva de leyes, normas y procedimientos complejos en una institución pública, favorece la gestación de actos corruptos. Es común que este clima incentive a los actores privados a buscar aligerar trámites y decisiones por medio de pagos ilegales. Muchas veces los complejos procedimientos y múltiples pasos y controles se crean con la buena intención de evitar los pagos ilegales, creando lo que se conoce como “equilibrio honesto, pero ineficiente”. Es el caso típico de la ineficiencia del control. Trámites largos y complejos, no importa cuál sea su propósito, terminan siendo camino fácil para actos corruptos.
Uno de los elementos clave para atacar la corrupción son las sanciones efectivas a los actos corruptos. Estudios en este campo indican que la ley “puede ser muy estricta y clara en tipificar casos de corrupción, pero si no se aplica, esta será inefectiva”. La probabilidad de corrupción está ligada a la capacidad de sanciones administrativas y de la justicia para castigar oportuna y rigurosamente esos comportamientos. Espero poder continuar con el tema en próximas columnas.
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