Amantes del poder
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 18 febrero, 2011
Amantes del poder
A nivel ideológico, nuestro país sigue arrastrando por décadas un grillete de dudas. La sociedad costarricense está fraccionada, dividida en múltiples sentidos, pero sobre todo en la lucha por el poder.
Hoy por desgracia se ha enquistado una idea mercantilista sobre un tipo de prensa, un papel ambivalente como supuesto defensor del ciudadano que a su vez no pierde oportunidad por monopolizar el pensamiento sobre la realidad nacional.
Los mecanismos, cuyo objeto es convertir los intereses particulares en supuestamente colectivos, son discursos eruditos que citan obsoletas resoluciones filosóficas de siglos pasados.
Lo que en el fondo se esconde es el deseo por gobernar desde instancias que no proceden de un poder concedido por los ciudadanos en las urnas, sino mediante instituciones privatizadoras del pensamiento.
La función pública ha cedido a este juego. La política ha perdido su verdadera dimensión al servicio del ser humano, y procede actualmente temerosa de incumplir con las exigencias de los soberanos que pregonan verdades absolutas, y dueños de la inquisición mediática.
Autoproclamados por encima de cualquier estructura moral y ordenamiento social, se atribuyen entretejer el sistema político-jurídico de la nación.
Por ello, no sorprenden el sarcasmo y el irrespeto a la institucionalidad democrática, la mofa sobre la función legislativa ni los dardos venenosos contra las estructuras de los partidos políticos.
Las oligarquías mediáticas hoy luchan por mantener el control, el statu quo, mantener su señoreaje sobre cualquiera que intente asumir alguna representación ciudadana.
Para ello, validan y justifican ser los representantes del “consentimiento de los gobernados”, y con ello se arrogan facultades democráticas que las leyes nunca les han concedido, la más grave de todas, condenar sin escrúpulos a otros seres humanos.
Por ello, el derecho a discrepar sin ser perseguido es el verdadero fundamento válido y justo de una democracia moderna.
Quienes iracundamente apuntan su dedo en público contra los demás acusando abusos de poder, no miran su propio celo y fanatismo por usurparlo. Es ahí donde muere la impoluta credibilidad.
Luis Alberto Muñoz
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