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Cambiar de mentalidad

Claudia Barrionuevo claudia@chirripo.or.cr | Sábado 06 agosto, 2016


Tuve que cambiar mi mentalidad, reconocer que, aun sin querer, tenía mis prejuicios y liberarme de ellos

Cambiar de mentalidad

A medida que crecemos (por no decir envejecemos), las nuevas tecnologías, los nuevos descubrimientos, los novedosos códigos morales y de convivencia que surgen, nos obligan (si queremos convivir con las generaciones más jóvenes) a replantearnos los patrones establecidos, a cambiar de mentalidad.
Pensar en la protección del ambiente en los años 70 era solo para especialistas y en los 80 para avanzados de conciencia. Recién en los 90 el tema empezó a adquirir importancia y en el nuevo siglo pasó a ser global y nos obligó a cambiar de mentalidad. Adquirí conciencia gracias a mis hijas en sus primeros años de escuela. Ellas me enseñaron sobre reciclaje, ahorro energético, cuidado del agua y respeto a los recursos naturales. Yo había crecido en otro momento, con otros conceptos. Tuve que cambiar mi mentalidad y cada día tengo más conciencia sobre el medio ambiente.
Ser un hombre gay en los años 70 era difícil; ser una mujer homosexual aún más. Como mi mamá era actriz, desde aquella década y siendo muy joven, conocí, acepté y adopté como tíos a sus amigos homosexuales. Ningún problema. Pero, aun en el medio artístico, las mujeres lesbianas siguieron en la oscuridad durante años y les costó mucho salir a escena. Hoy, que tengo varias amigas con orientación sexual diversa, sé lo que les ha costado ser ellas mismas. Tuve que cambiar mi mentalidad, reconocer que, aun sin querer, tenía mis prejuicios y liberarme de ellos.
Cuando una es mamá de dos jóvenes mujeres independientes y convive con ellas debe aprender, por lo menos, a poner cara de naturalidad ante cualquier circunstancia cotidiana que a ellas les parezca normal. Así de repente un nuevo tatuaje en el cuerpo de mi hija menor debo asumirlo como si cuando yo tenía 20 años hubiera expuesto mi cuerpo ante un agresivo pirógrafo. Tuve que cambiar mi mentalidad y pensar que algún tatuaje es lindo. (Y sí: algunos dibujos no son feos).
Tampoco me resulta fácil verlas salir vestidas como yo jamás me hubiera atrevido a su edad. No por pudor, ni por moral: por miedo a las agresiones que sufrí en la calle. Ellas ya no lo temen; lo enfrentan. Tuve que cambiar mi mentalidad y controlar mi pánico.
Cuando los ciudadanos comunes no logran cambiar su mentalidad, no lo acepto pero lo comprendo. La ignorancia, la falta de cultura general o la incapacidad de sobrepasar los prejuicios, no los justifica pero los explica.
Pero no voy a aceptar que personas supuestamente inteligentes, funcionarios públicos aparentemente capacitados y/o instituciones religiosas nacionales expresen a viva voz que están en contra de los derechos fundamentales de una parte importante de los ciudadanos costarricenses.
Así que: a la iglesia conservadora (e hipócrita); a los partidos políticos que enarbolan ridículas (e hipócritas) posturas morales; a quienes se sienten dueños de la verdad (y también, son hipócritas) los invito a cambiar de mentalidad y ser más inclusivos.

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