Cayó el Muro y acabó la Guerra Fría
Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 11 noviembre, 2019
40 años después el mundo es muy diferente.
El 9 de noviembre de 1989 el Canciller don Helmut Kohl, líder de la reunificación alemana, estaba de visita en Polonia sin siquiera sospechar que aquella feliz noche multitud de alemanes del este -ansiosos de libertad- desbordarían el Muro.
En pocos meses se independizaron del dominio soviético Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Yugoeslavia y Albania; en 1990 se da la unificación de Alemania y en 1991, se desintegro la URSS y surgieron 15 naciones independientes, encabezadas en su separación por los 3 países bálticos.
Bajo el yugo de la opresión del comunismo en la URSS y en los países sometidos a sus dictados, millones de personas perdieron sus vidas, otros millones sus libertades, más millones sufrieron la afrenta de ser cosificados y, salvo la “nueva clase”, casi todos fueron sometidos y pasaron hambre. Los totalitarismos del siglo XX no tienen parangón en la historia por su capacidad destructiva.
Cayó de repente. El Muro cayó de manera inesperada. Cayó por la lucha de millones de personas dispuestas a recuperar el respeto a su dignidad en la zona oriental de Alemania que había sido ocupada por los soviéticos. Los movimientos liberadores comenzaron antes en Polonia y Checoslovaquia, y después se dieron en los otros países detrás del telón de acero.
Al caer anunció la libertad y el progreso para quienes salieron del oprobio de las dictaduras del socialismo real.
En Setiembre de 1987 estuve frente al Muro de Berlín como observador en una reunión de líderes de la Unión Demócrata Internacional, convocada por el Canciller Kohl y con la presencia de la Primer Ministra Thatcher, de otros seis Jefes de Gobierno, del Ministro Presidente de Baviera Strauss y del Presidente del Partido Republicano de los EE. UU. Mi principal recuerdo de ese evento fue el clamor de: “El muro levantado en 1961 debe caer”. Pocos podían siquiera soñar que ese anhelo se cumpliría dos años después.
El anhelo humano por el respeto a su dignidad y por vivir en libertad y progresar, sus deseos de respeto a la independencia nacional, ya había motivado esporádicas rebeliones en las naciones sometidas al imperio soviético después de la II Guerra Mundial: el levantamiento popular en Alemania Oriental en 1953, la Revolución Húngara de 1956 y la Primavera de Praga que acabó por la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968.
La ineficiencia de la planificación centralizada en la URSS había sido ocultada por el extraordinario esfuerzo bélico de la II Guerra Mundial y por los réditos iniciales de la altísima tasa de inversión a costa del escaso consumo de sus sometidos habitantes. Pero poco a poco fueron siendo cada vez mayores los efectos de la irracionalidad del monopolio estatal de los factores de la producción, que provoca la imposibilidad de adaptar los precios y las órdenes centralizadas de producción a los cambios en tecnologías y demandas.
La carrera por armamentismo estratégico que inició el Presidente Ronald Reagan aceleró el debilitamiento de las economías comunistas, que no la pudieron seguir.
El Papa polaco San Juan Pablo Segundo inspiro a sus compatriotas y a otros millones de personas a luchar por su dignidad, su libertad y su progreso, y dio inspiración a sus compatriotas encabezados por Lech Walesa y el Sindicato Solidaridad.
Frente a los problemas económicos, el Partido Comunista Soviético nombra a Mijaíl Gorbachov Secretario General de su Comité Central en 1985, quien pretende iniciar una apertura política con el glasnost y una reforma económica con la perestroika. Las tropas soviéticas no invaden los países de Europa Oriental sometidos a su imperio, que inician su liberación.
El Canciller alemán Helmut Kohl, a quien siempre agradeceré el honor de su apoyo a mi actividad política, fue el visionario que supo vencer los obstáculos que de muy diversos cuarteles se oponían a la reunificación de su patria.
Pero los máximos honores corresponden a los héroes anónimos que botaron el Muro de Berlín y a quienes -en todos los rincones del Imperio Soviético y a pesar ver como eran perseguidos, torturados y asesinados millones de correligionarios- arriesgaron su vida para mantener viva la llama de la libertad y la convicción de la dignidad de cada persona.
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