Cicatrices de oro: La perfección de lo imperfecto
Álvaro Rojas alvaro.rojas@costaricacc.com | Martes 22 marzo, 2022
Una antigua leyenda japonesa relata que un ancestral gobernador de los años 1400, llamado Ashikaga Yoshimasa, tenía, para su ceremonia de té, una extraña fijación casi utópica por una vasija de cerámica, que era su predilecta.
Un día, por un descuido, la vasija se le quebró. Y el gobernador no podía dar crédito de lo que veían sus ojos, dado su valor sentimental, por lo que decidió enviarla a reparar a China, donde había sino elaborada, pero, para su sorpresa, la vasija había sido reparada con unos feos enganches de metal que fueron de su total desagrado.
Ashikaga era conocido por su perseverancia y decidió buscar por todo Japón unos artesanos que pudieran hacer un mejor trabajo; los cuales repararon la preciada vasija y pusieron en cada fisura una densa capa de polvo de oro resplandeciente junto con el pegamento, lo que daría inicio a lo que se convertiría en un arte llamado “Kintsugi”.
Los artesanos japoneses lograron hacer esta excepcional reparación en la que inspiraban todos sus trabajos en la actitud japonesa conocida como “wabi sabi”, la cual consiste en encontrar la belleza en lo imperfecto. Esta actitud fue la que los llevó a reparar con oro las grietas de la vasija favorita de Ashikaga, así nos dejaron una impresionante lección. ¿Te imaginas que todas las “reparaciones” de nuestra vida las hiciéramos bajo esta filosofía?
La cultura japonesa es conocida por su profunda espiritualidad, y el kintsugi no es la excepción, ya que creen que las cosas que se reparan así son más valiosas para sus dueños, los cuales piensan que “las cicatrices” son parte de la historia del objeto y representan un momento único en su vida que, en lugar de ocultarse, deben ser mostradas con orgullo y hasta celebrarse. De hecho, los objetos reparados mediante la técnica del kintsugi se vuelven aún mas hermosos.
Comprender el minucioso arte japonés “kintsugi” y asumirlo como filosofía de vida nos revelará una versión más elevada de nosotros mismos. Vivir la vida es estar expuesto a tragos amargos, a golpes, a desazones y momentos duros, siendo estos una muestra de la imperfección y de la fragilidad, pero “pegar” nuestras grietas con oro es una manifestación de resiliencia, de capacidad de recuperarse y de hacernos más fuertes. Curar nuestras cicatrices con oro es una oda al estar vivo, un trofeo que muestra al mundo una vida con escalones superados, con cicatrices que nos embellecen y muestran que somos una mejor versión de nosotros mismos.
Actualmente, vivimos en una sociedad acartonada que muestra el “yo perfecto”, usando técnicas de publicidad para promocionarnos a nosotros mismos, principalmente, en redes sociales. Una sociedad que ve a las personas como desechables, que rechaza lo imperfecto, en una “cultura del desecho”, como lo mencionó el Papa Francisco, que considera al ser humano como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar, así como un objeto el cual se rompe y debe ser desechado de inmediato o como los sirvientes de Ashikaga esperaban que él actuara con su vasija favorita el día que esta tocó el suelo.
Hoy las personas viven más enamoradas del resultado que del proceso, pero el kintsugi nos enseña que lo que realmente transforma a una persona es el proceso y que si, en el resultado, tenemos la actitud de resaltar las cicatrices del proceso, esto solo hace que el resultado sea más integral, más genuino.
Enaltecer las cicatrices del proceso con oro, como medallas de vida, demuestra haber tenido una transformación que trasciende lo ordinario y le da la capacidad a quien vive con esta filosofía de impactar positivamente todo su entorno.
Y es que la palabra transformación viene del griego “metamorfosis”, es decir, lo que experimentan ciertos animales en su desarrollo biológico y que afecta no solo su forma, sino también sus funciones y su modo de vida; se puede decir que quienes con orgullo arreglan sus grietas en oro viven un nuevo renacimiento, una metamorfosis que transforma lo imperfecto en perfecto.
Durante estos dos años de pandemia, hemos estados expuestos a múltiples heridas en nuestras vidas, unos perdieron seres queridos, otros deterioros de salud, hay quienes perdieron su matrimonio, su trabajo, sus empresas y la lista podría ser interminable, pero, sin duda, hay lecciones que podríamos aprender si logramos cubrir con oro esas fisuras que la vida nos deja, sin dejarnos hundir sino, más bien, viéndolas como la oportunidad de experimentar una auténtica transformación en todos los niveles de la vida: lo personal, lo espiritual, lo laboral, lo familiar, lo social, entre otros.
Así como el kintsugi, normalicemos el ser más humanos, más imperfectos, que las grietas llenas de oro manifiesten lo que fue para nosotros pasar del dolor a un renacimiento esperanzador que reboza de fuerza vital nuestro espíritu para llenarnos de decisión, que nos da el impulso de levantarnos fortalecidos de esas circunstancias, no desde la derrota, sino desde la posibilidad; siendo el oro y el pegamento el resultado de un proceso potencialmente reparador, resiliente y productivo, no solo con nosotros, sino con los demás, entendiendo que cada uno carga su propia cruz.
Regalémonos la posibilidad de mostrar con orgullo lo que en algún momento fueron heridas abiertas, las cuales pueden ser muestras de una transformación profunda, reflejo de una vida plena, llena de sentido; cicatrices que nos ayudaron a elevarnos a un estado superior de consciencia a una vida más humana, más intencional, que son el reflejo de que pudimos estar a la altura de los retos que la vida nos impuso en estos momentos claves del camino, cicatrices que llevemos con orgullo y que, en lugar de estar llenas de vergüenza, estén repletas de oro y reflejen así la perfección de lo imperfecto.