Construir, construir y construir
Emilio Bruce ebjreproduccion@gmail.com | Viernes 24 abril, 2020
Sinceramente
La iniciativa individual y la empresa privada son las que aprecian las necesidades y satisfacen las mismas en una sociedad, con provecho para quienes asumen los riesgos y desarrollan los esfuerzos para generar esas satisfacciones. Satisfacciones y provecho para quienes producen las mismas son los motores de la iniciativa individual y de la empresa privada.
Construir una empresa es una tarea magna, un esfuerzo continuado muchas veces de varias generaciones, un modelo de ahorro personal e inversión empresarial que moldea la sociedad. Las firmas tecnológicas de hoy muchas veces fueron las mecánicas de ayer y de antier.
Los puntales sobre los que los emprendimientos se basan y se erigen claramente son los factores de destreza del empresario, de perseverancia en su esfuerzo, de su trabajo y de claridad en la detección de las necesidades a satisfacer, así como la transformación en el tiempo de las mismas. La utilidad o provecho generado hará factible que el financiamiento de la empresa sea viable y que inversionistas estén dispuestos a aportar recursos. La capitalización que resulta crítica no es sencilla. Perdido el capital no es susceptible de reponerse fácil ni rápidamente. Sin capital la empresa muere. El capital es la sangre de la empresa.
Crear una empresa, detectar necesidades a satisfacer, rodear la empresa del talento de colaboradores a todos los niveles y consumidores dispuestos a comprar y consumir es tarea compleja y lenta en su formación.
Construir una empresa es construir un equipo humano alrededor del objetivo propuesto, afinar e ir aumentando las destrezas de los trabajadores y esto resulta imperioso en momentos de rápidas transformaciones y de feroz competencia global.
La destrucción de una empresa consolidada es la destrucción de una vida, del esfuerzo colectivo de varias personas a lo largo de un período largo y traumático del nacimiento de la misma y de su consolidación económica y social. La destrucción de una empresa es una pérdida social y humana enorme. La pérdida de su capital impide seguir adelante. La pérdida de una parte del capital imposibilita muchas veces su capacidad de arrancar de nuevo.
Muchos emprendimientos surgen todos los años y muchos de ellos terminan sus días en los primeros tiempos de su existencia. Son pocos los sobrevivientes a los primeros cinco años y menos aun los que al cumplir los primeros diez años conservan el impulso vital de su fundación.
Son muy pocas las firmas en Costa Rica que tienen cien años o más de existencia. Son mínimas las que exceden esa edad. El esfuerzo empresarial muchas veces reside en un individuo que, al desaparecer, con él desaparece la empresa también. No es sencillo construir alrededor de esos fundadores equipos que continúen la labor en el tiempo.
Los mercados cambian, las coyunturas económicas se transforman, los gustos y preferencias de sus clientes cambian y muchas veces por factores propios de la capitalización de la empresa, de su tecnificación o de los niveles de los administradores, las empresas no pueden adaptarse a las transformaciones y desaparecen.
El cierre y el aislamiento de los consumidores para evitar el contagio del COVID 19 han hecho que los consumidores no compren, que las empresas no tengan ventas suficientes para pagar sus gastos y readaptarse a la coyuntura. Muchas de ellas están cerrando para siempre. Se despiden de su mundo y sus angustiados trabajadores quedan sin trabajo, sin sustento y sin posibilidades reales de conseguir uno nuevo.
Muchos que han sido enemigos y detractores de la empresa y de la iniciativa privada celebran esta enorme debacle que estamos viviendo. Muchos consideran que esta es la oportunidad de expandir el estatismo, sin recordar que los ingresos del estado vienen de los impuestos pagados por las empresas, pagados por los impuestos a los salarios y al consumo de quienes en ella trabajan, así como por quienes laboran para el estado.
Han olvidado tristemente que la caída de los ingresos fiscales significará la caída de los recursos básicos para cubrir salarios y pluses, pensiones de hacienda y anualidades. Muchos de quienes hoy ruidosamente celebran la quiebra de restaurantes y tiendas, el cierre de grandes hoteles y fábricas de producción local mañana llorarán los ingresos perdidos de aquellos que se quedaron sin trabajo porque las empresas han desaparecido.
La dimensión humana de todo este fenómeno económico se profundiza cuando recordamos que fundar una empresa es asunto de años, de esfuerzo y de recursos y que todo eso se está perdiendo conforme escribo este artículo. Hay que defender el empleo. Hay que proteger las fuentes de trabajo. Hay que hacer lo imposible para que la superestructura empresarial del país no desaparezca en parte importante porque reconstruirla no será ni fácil ni pronto. Este cierre llevará a la pérdida de empleos y cierre de servicios valiosos en el estado que no tendrá de dónde recaudar recursos para sufragar su costo de operación.
Estado es sinónimo de complementariedad y de subsidiaridad con la empresa. Empresa es consustancial con la existencia de deseables servicios del estado y de sus instituciones. Salvar unas es salvar otras, nunca lo olvidemos. Hay que construir, construir y construir y trabando los dientes, continuar en el surco, en la computadora, en las fábricas de alta tecnología de instrumental médico, en la pulpería del barrio y en el centro de llamadas. A no aflojar. A no rendirnos. A comprender este modelo bien y a dejar de pelear por cosas que son baladíes en estos momentos.
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