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COLUMNISTAS


Cultura, cambio acelerado, incertidumbre

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Miércoles 14 agosto, 2019


Las encuestas, las manifestaciones públicas, las redes sociales lo demuestran: entre nosotros, al igual que ocurre en la mayor parte de los países occidentales, vivimos tiempos de aumento de la desconfianza, de la frustración, del resentimiento, del enojo.

Al mismo tiempo la mayor parte de las personas viven condiciones materiales mejores a las del pasado y en algunos países al igual que entre nosotros, las respuestas a encuestas de opinión señalan altos niveles de satisfacción, de felicidad. En Alemania, de acuerdo con el Eurobarómetro, la proporción de encuestados que se manifiesta muy satisfechos o bastante satisfechos con sus vidas subió de 73% en 2003 a 93% en 2017. En Gran Bretaña el aumento fue de 88% a 93%. Para la Unión Europea de 1997 a 2017 el cambió fue de 77% a 82%. En EEUU se experimenta la tasa más baja de desempleo, y la expansión económica más prolongada.

Sin embargo en esos países en estos últimos años el enojo de los votantes contra partidos y políticos ha crecido impresionantemente. En Europa y en EEUU, ni las manifestaciones subjetivas de bienestar que indican el aprecio de la gente por su felicidad, ni los niveles de ingreso, justifican ese vuelco electoral en favor de populismos de derecha y de izquierda, y en contra de los partidos de centro moderados que apelan a la racionalidad.

La revista The Economist del 13 de julio propone resolver esta contradicción recurriendo a la clasificación de la felicidad que hacen los psicólogos, diferenciando entre felicidad evaluativa y felicidad hedonística. La primera responde a la pregunta ¿cómo evalúa usted su vida actual? La segunda responde a: ¿ayer estuvo usted enojado, feliz o angustiado? Indica ese artículo que posiblemente un incremento de la insatisfacción hedonista esté relacionado con esos resultados electorales. Estos últimos estados emocionales tienen mucho que ver con factores no económicos.

Claro que en esos países también se señalan como causas del descontento el crecimiento de la desigualdad, la migración y el efecto de las redes sociales. Pero no hay relación entre la magnitud de esos fenómenos en diversos países y los cambios electorales experimentados. Otros factores entran en juego.

Principalmente elementos culturales. La revista The Economist del 27 de julio indica la importancia de factores culturales y señala que la economía debe tomarlos en cuenta al estudiar cómo las personas toman sus decisiones. Esa conclusión es evidente si, al igual que el historiador económico Joel Mokyr, definimos cultura como “el conjunto de creencias, valores y preferencias capaces de influir en la conducta personal, que son trasmitidos social (no genéticamente) y que son compartidos por un sector de la sociedad”

Entre nosotros el descontento parece, al igual, tener también causas culturales. Es muy difícil explicar el nivel de enojo de los empleados públicos solo por factores monetarios tomando en cuenta los importantes aumentos salariales en términos reales que han tenido en los últimos 10 años (en el caso de los educadores 72%) Ese descontento también se ha manifestado en una migración de los trabajadores hacía partidos más extremistas.

Según Latinobarómetro 2018 Costa Rica es el país de Latinoamérica con mayor satisfacción por la vida (84 %) y el segundo después de Uruguay con menos personas que indican que su ingreso no les alcanza (36%). Pero acá, a pesar de eso, sí se refleja en las encuestas de opinión de este año alguna insatisfacción también en las mediciones de felicidad evaluativa. Por mucho tiempo las personas aunque contestaran negativamente sobre la situación del país y las perspectivas de la nación, respondían muy mayoritariamente en forma positiva sobre esas mismas preguntas relacionadas con su situación personal.

En Costa Rica de manera similar a como ha ocurrido en Europa y en EEUU se vienen dando cambios culturales en temas de familia, educación de los hijos y normas de convivencia, que crean confrontación.

Debemos aceptar que son positivos cambios en creencias y valores religiosos y tradicionales en muchos campos, como la igualdad de derechos de las mujeres, la no discriminación por preferencias sexuales y la convivencia armoniosa y pacífica de diferentes religiones.

Pero ello no impide que su introducción cree desasosiego y rompa moldes de conducta que daban a las personas seguridad y confort. Sus efectos son todavía mayores cuando se pretende introducir elementos adicionales como la limitación de la autoridad de los padres en la educación de sus hijos, el matrimonio igualitario y el aborto. Ello crea confrontación que enoja. Además, ese enojo ahora se magnifica por las redes sociales y su creación de grupos segregados de personas con sentimientos similares, en los que se fanatizan las posiciones.

Otro motivo de inconformidad proviene del cambio de las formas tradicionales de producción y del surgimiento de nuevos mercados. Esa transformación crea frustración entre las personas que no la pueden aprovechar por su nivel educativo. Y este cambio se hace más impactante por la aceleración tecnológica que lo produce. Ello con independencia de que las personas tengan o no consciencia de la vertiginosidad de esos cambios, pues afecta la comparación que conscientemente realizan con las condiciones de quienes si los aprovechan.

Por si fuera poco, y en parte como resultado de esos cambios en valores y costumbres, vivimos una dramática trasformación política que aumenta la incertidumbre. Hemos pasado en un tiempo relativamente corto de un bipartidismo muy compatible con nuestro presidencialismo, a un multipartidismo acompañado de partidos políticos internamente más fragmentados. Así, ante los problemas económicos y culturales agravados que vivimos, tenemos un estado con menos poder para atenderlos, grupos opositores que esconden su debilitamiento en activismo, y ciudadanos que no entienden la complejidad de los problemas y que más bien, por efecto de las redes sociales, están convencidos de que resolverlos es sencillo y solo depende de la buena voluntad.

El año pasado el crecimiento del gasto y la ineficiencia gubernamental acumulados por mucho tiempo, nos conducían en dirección a un abismo fiscal que era imprescindible atender. Repito, enfrentarlo, que era necesario, detonó el enojo que la incertidumbre de todos estos cambios culturales venía produciendo. Importantes sectores de clase media, con recursos para expresar su frustración ante la futura pérdida de ventajas monetarias, vienen desde entonces manifestando su enojo.

Ese enojo es un mal consejero para resolver nuestros problemas y conduce a la violencia y al desorden.

Es hora de la solución costarricense.

Reflexivamente unirnos para atender las urgencias de estabilidad y reactivación en favor de las personas en pobreza, desempleadas o en la informalidad. Es hora de serenamente asimilar los cambios culturales que hemos ya experimentado. Para los gobernantes y líderes sociales es hora de practicar moderación. Para los cristianos es hora de vivir con intensidad nuestro llamado a amar al prójimo, y de evitar el odio y el resentimiento.
















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