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Debí tirar más fotos, no más rencores

Natiuska Traña natiuskatp@gmail.com | Jueves 20 febrero, 2025


La música, ese arte universal que nos atraviesa y nos transforma, tiene la capacidad de evocar recuerdos, reforzar identidades y, en algunos casos, alimentar divisiones. En una sociedad hiperconectada, donde las narrativas del pasado se entrelazan con las emociones del presente, es fundamental cuestionar cuánto de lo que consumimos nos impulsa hacia el futuro y cuánto nos ancla a un pasado que ya no existe.

El último álbum de Bad Bunny, es una obra que refleja la nostalgia, el desencanto con la fama y una búsqueda de autenticidad en medio de un mundo que devora identidades. En canciones como "Debí tirar más fotos", el artista nos habla del arrepentimiento y la imposibilidad de capturar un tiempo que ya se ha ido. Esa melancolía, tan presente en la música de hoy, se convierte en un espejo de cómo las sociedades también caen en el error de mirar constantemente hacia atrás, en lugar de construir un presente y un futuro con más oportunidades.

Las canciones de estilo de denuncia social, también entran en esta conversación. Su narrativa muchas veces refuerza una dinámica de opresor y oprimido que, en pleno 2025, debería invitar a otro tipo de reflexión. En mi columna anterior sobre Los Tres Lenguajes de la Política de Arnold Kling, analicé cómo este marco nos ayuda a entender los discursos políticos contemporáneos. Kling expone que el lenguaje progresista está basado en la dicotomía de opresor y oprimido, perpetuando una visión del mundo donde la historia se convierte en un campo de batalla en lugar de una fuente de aprendizaje. Esta narrativa, aunque busca justicia, muchas veces termina fomentando resentimientos y divisiones, en lugar de generar soluciones para el presente.

La historia nos ha dejado heridas imborrables, pero también nos ha enseñado que quedarnos anclados en el resentimiento no cambia los hechos. Es preocupante cómo, en vez de trabajar en construir sociedades más justas, se sigue reavivando el fuego de conflictos basados en líneas genealógicas, estructuras sociales caducas y memorias colectivas distorsionadas. ¿Cómo es posible que aún hoy existan discursos que perpetúan divisiones de siglos pasados en lugar de centrarnos en crear políticas públicas que respondan a las necesidades reales del presente?

La nostalgia es un arma de doble filo. Nos permite recordar, pero también puede enceguecernos. ¿Cuántas veces hemos visto a personas añorar un pasado que nunca vivieron? ¿Cuántos movimientos han surgido a partir de la idealización de tiempos que, en realidad, no fueron mejores? La memoria es valiosa cuando nos ayuda a aprender, pero peligrosa cuando se convierte en una herramienta para la fragmentación social.

Hoy, más que nunca, necesitamos una visión renovada, una que entienda que el progreso no está en revivir antagonismos, sino en superarlos. Somos mejores que las divisiones por status social, color de piel o estilo de vida. Somos mejores que las discusiones estériles que solo perpetúan el odio. Si la música es un reflejo de nuestra cultura, entonces que sea un reflejo que nos impulse a cambiar, no a revivir rencores. Reflexionemos sobre dónde estamos sumando a estos sentimientos y pongámosles fin. Porque el presente y el futuro nos necesitan despiertos, no atrapados en una historia que, aunque marque nuestro origen, no debe definir nuestro destino.

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