Democracia representativa y partidos políticos
Emilio Bruce ebjreproduccion@gmail.com | Viernes 23 agosto, 2019
La democracia no es un fenómeno nuevo. Ya encontramos en la ciudad estado de Atenas algunos antecedentes aunque era una democracia donde no todos eran ciudadanos y donde había esclavos. Ya en el 1215 con la Carta Magna se abría el parlamentarismo en las Islas Británicas lo que es un antecedente de la democracia allá y desde entonces, sobre todo después de la Revolución Gloriosa de 1688 con el derrocamiento de Jacobo II, daría inicio el parlamentarismo moderno en Gran Bretaña así como el rey perdería para siempre su poder absoluto. Importante es señalar que a partir de ese momento el parlamentarismo y el estado de la legalidad en aquel país tomaron fuerza para quedarse. La democracia surgida de la Revolución Francesa en el año de 1789 provino de una economía agrícola y comercial no industrial. Algunos han relacionado la democracia con la revolución industrial queriendo hacerle ver como un fenómeno económico de esa etapa del desarrollo y evidentemente no lo es del todo. La democracia se ha visto afectada en sus herramientas por las diferentes etapas del desarrollo humano. En la etapa en que se encuentra la humanidad, inmersa en la revolución de las infocomunicaciones veremos cambios serios en las herramientas democráticas, no necesariamente en los principios de la misma.
Vivimos un régimen de democracia representativa moderna y dentro de ese sistema el fortalecimiento de los partidos políticos resulta de muy urgente necesidad. La institucionalidad partidaria es lo que le da fortaleza a los mismos y lo que se asienta como la base de una funcional democracia representativa. Partidos en los que el caudillismo prevalece son agrupaciones que sufren de altos y bajos profundos conforme los caudillos nacen, envejecen y desaparecen. Las luchas sucesorias de los caudillos son cruentas y los líderes políticos no se van desarrollando en el tiempo, en el parlamento, sino generalmente como designio del anterior caudillo.
Vivimos la revolución de las infocomunicaciones y en ella la democracia representativa debe de recrearse para, utilizando las nuevas tecnologías, ofrecer una representatividad más intensa y guardar más cercanía institucional con los partidarios y sus electores. No es dable divorcio alguno entre partido y aspiraciones de los electores en un momento en el que el pulso social se toma a diario en redes sociales y en sondeos y encuestas en el medio político.
Es fundamental la modernización de las estructuras de los partidos políticos, su forma de constituirse y elegir a sus estructuras a todos los niveles. Es básico que los partidos que van a representar a un grupo de electores hagan muy claro su credo, sus planteamientos pragmáticos para enfrentar y resolver los distintos problemas nacionales. No es lógico que los partidos sean argolleros, sus planteamientos sean desconocidos y carezcan de una visión país. No es dable que la codicia como virtud sea patente de corso en ellos.
Los partidos son herramientas electorales pero no pueden quedarse en esa dimensión tan solo. Los partidos deben de trascender a sus antiguos dueños. Los partidos deben de renacer como expresión de sus electores en materia de pensamiento y en materia de constitución de sus estructuras partidarias. Los círculos de estudio de los problemas y soluciones nacionales resultan indispensables, pero en estos momentos en el país brillan por su ausencia. En ellos la democracia debe de prevalecer sobre los intereses de pequeños y poderosos grupos locales y facciones de las asambleas nacionales.
Hay que fortalecer los partidos para lograr esa representatividad y evitar que la organización política en nuestra democracia representativa llegue al punto en que cualquiera pueda levantar bandera independiente y ser candidato sin partido. Este fenómeno que sería reflejo de los males de nuestros días asestaría un golpe tremendo a los partidos y a la gobernabilidad. Siempre es más fácil negociar proyectos entre unos pocos partidos representados en el parlamento que entre muchos individuos que responden a sus intereses y no a otra cosa.
La modernización y fortalecimiento de las agrupaciones políticas conduciría a mejor designación de candidatos, mejor constitución del parlamento y mejor funcionamiento de las instituciones democráticas que nos gobiernan. El preservar las estructuras envejecidas que posee el país nos llevaría cada vez más a enfrentar escenarios en los que se elijen personas desconocidas, sin trayectoria, sin evidentes destrezas para ser parlamentarios o gobernantes.
La democracia tendrá muchas falencias, pero mientras no luchemos por mejorar las instituciones que gobiernan nuestra democracia representativa, la decadencia será cada día más notable y los costarricenses terminarán perdiendo fe en la democracia, cuando no es ésta sino los partidos los que están causando esa perturbación de descrédito.
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