Dignificar la política
Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 21 octubre, 2016
Ni en la peor de las dictaduras tercermundistas, se había visto que un candidato acuse a su adversaria de llegar drogada a los debates
Dignificar la política
En estas últimas semanas, gracias a la avanzada tecnología con que operan los medios de comunicación, la humanidad entera, estupefacta, más aún, horrorizada, ha visto “en vivo y a todo color” el obsceno espectáculo que están brindando los candidatos a la presidencia de un país, una gran potencia mundial y que se autoproclama “la primera”, por no decir, la mejor DEMOCRACIA del planeta. En esta campaña electoral ese Tío Sam, que siembra el terror en todas partes “en nombre de la libertad”, como ya tempranamente lo advertía el Libertador, se ha puesto en evidencia delante del mundo entero. Los candidatos que aspiran a la Casa Blanca han mostrado al desnudo las inmundicias y lacras del régimen imperial a que las clases dominantes han sometido a su pueblo. Los debates entre los candidatos no son más que, como diría Monseñor Sanabria, ”deposiciones” (en el doble sentido de la palabra: legal y fisiológico) llenos de estulticia y desfachatez. Nunca, pero ni en la peor de las dictaduras tercermundistas, se había visto que un candidato acuse a su adversaria de llegar drogada a los debates (solo le faltó decir que era drogadicta). La acusa igualmente de ser cómplice y alcahueta de los desmanes sexuales de su marido allí presente. ¿Dónde se ha visto en cualquier campaña electoral en cualquier rincón del mundo, semejante agresión a las más elementales normas de la convivencia civilizada?
En esos mal llamados debates no hubo ni ideas ni propuestas programáticas serias ni bien fundadas, ni menos muestras por parte de los contendientes de tener conciencia de la descomunal responsabilidad que implica tener en sus manos el poder de definir en buena parte el destino de la humanidad, al menos formalmente, porque en la realidad son los poderes fácticos los que mandan en Washington y en cualquier “democracia” burguesa, los que poseen el poder REAL. De mi parte, nunca había visto y soportado semejante muestra de imbecilidad y desenfreno. Para ellos, todo se vale cuando del poder se trata. Ninguna norma, ni siquiera de sentido común, menos de ética, se respeta. A eso lo llaman ¡DEMOCRACIA! Y pensar que una de esas dos personas ocupará el sillón presidencial más importante del mundo. Definitivamente, si alguien dudaba de que el mayor imperio (¿el último?) de la historia, estaba en decadencia, ahora no le puede caber la menor duda. Y para reafirmar lo que siempre hemos sospechado, desde lo que se hizo para que G. W. Bush pudiera ser presidente por primera vez, el propio Trump denuncia reiteradamente que es víctima de un fraude electoral. Ya no son solo los enemigos ideológicos los que dicen que esas campañas electorales son una farsa. Si fuese consecuente y consciente de la gravedad de su denuncia, Trump debería dar nombres de personas, instituciones y organismos que están implicados o son cómplices de un delito electoral que los convierte, por ello mismo, en los mayores enemigos del pueblo norteamericano más que el fundamentalismo islámico, pues están socavando desde dentro las bases mismas de su sistema político.
La obscenidad de este tipo de campañas electorales se vuelve aún más nauseabunda cuando se piensa en que, para montar ese degradante “reality show”, se invierten millones de dólares; mientras la FAO denuncia que en el mundo se producen alimentos suficientes para dar de comer a todos los 7.500 millones de habitantes del planeta, mientras hay mil millones que todavía sufren de hambre; en los propios Estados Unidos, cerca de un quinto de la población (70 millones) vive bajo los niveles de pobreza. Para colmo de males, la humanidad está al borde de la III Guerra Mundial, como el papa Francisco lo ha venido denunciando. Para agravar la situación, Hillary anuncia como medida primera de un eventual gobierno suyo, que impulsará la creación de un cerco de bases militares dotadas de un arsenal nuclear frente a las costas de China, con el fin de detener la creciente presencia —que Washington ve como una amenaza— de esta gran potencia en el Océano Pacífico.
Ante esta abominación, solo cabe emprender una campaña mundial a fin de dignificar la política, entendida como búsqueda desinteresada del bien común, base de una paz duradera. Los costarricenses debemos comenzar por dar el ejemplo. Ya aquí se oyen los tambores que anuncian el inicio de una nueva campaña electoral. Los partidos mueven sus fichas para escoger candidatos y promover sus programas. El año entrante, el actual gobierno irá desdibujándose entre las brumas de una campaña electoral que se convertirá, paulatina pero inexorablemente, en el foco de atención de la opinión pública. Desde ahora los ciudadanos que amamos la patria de Juanito Mora, tenemos el deber cívico de exigir a partidos y candidatos que hagan propuestas serias, que sean pasos factibles y creíbles conducentes a construir un mejor país. Debemos trasformar las campañas electorales, que hoy no pasan de ser costosísimas campañas de “marketing” para promover la imagen del candidato como si fuera un producto comercial de moda, y hacer que se conviertan en verdaderas “escuelas de civismo”, como en su tiempo proponía Don Pepe.
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