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El camino de la solidaridad

Ennio Rodríguez ennio.rodriguez@gmail.com | Martes 03 octubre, 2017


El camino de la solidaridad

El reciente terremoto, en la ciudad de México, mostró la solidaridad de las personas, escenas dramáticas de gente, con sus propias manos lastimadas, buscando sobrevivientes atrapados entre los escombros. En situaciones extremas, las personas humanas muchas veces muestran lo mejor de sí, aunque también puede ocurrir lo contrario, saqueos y violencia. Pero las más de las veces, en situaciones extremas, el sacrificio de las personas puede llegar a poner en peligro su propia vida con tal de salvar la del prójimo, y bien puede ser un extraño. En estas circunstancias, quienes se sacrifican, pueden percibir niveles de paz y satisfacción pocas veces experimentados en otros momentos de su vida. Al poner al prójimo antes que los intereses propios, ocurre una trascendencia de ese yo pequeño, rodeado de sus temores, vanidades y ambiciones, para trascender a otro nivel de conciencia donde se esfuma el yo pequeño y sus causas de infortunio. De ahí deviene esa paz espiritual. Los infortunios de lo cotidiano vienen de intentar escapar de los temores y perseguir vanidades y ambiciones. La paz proviene del olvido de esas motivaciones autocentradas y convivir como testigo de esa conciencia trascendida inaprensible.

La Madre Teresa de Calcuta practicaba la solidaridad como modo de vida. Su cotidianeidad estaba llena de actos de misericordia hacia los más desafortunados. Encarnaba el Evangelio en su mensaje central de amor al prójimo. El enorme desafío que habrá enfrentado es lograr la trascendencia en lo cotidiano. El yo pequeño tiende a tomar el control en condiciones normales. El camino de la solidaridad de la Madre Teresa habrá sido un desafío de silenciar a ese yo pequeño para, en silencio, trascender en lo cotidiano. Ese es el camino de la solidaridad. Es el crecimiento espiritual por la práctica de la solidaridad. El rostro de la Madre Teresa lo mostraba.

Existen otros caminos para la trascendencia. Uno es el camino directo que proclamó San Juan de la Cruz: nada, nada y nada. El camino de la oración contemplativa (meditación en las tradiciones orientales). Es la práctica directa del silencio de la mente hasta trascenderla. Los métodos y escuelas son solo muletas para aprender a volar en la inmensidad de la conciencia trascendida. En el vuelo se trascienden también, necesariamente, las muletas.

Así, el camino de la misericordia y el de la contemplación tienen en común el silencio del pequeño yo. De tal manera que el desafío es lograr el silencio mental. Algunos lo pueden lograr en la práctica o vivencia de las artes, el camino de la estética. Otros logran el silencio en la investigación científica o la especulación filosófica, el camino de la verdad. Algunos descubren que verdad y belleza son caras de la misma realidad. Mientras que otros acallan la mente en la acción, puede ser un deporte, yoga o haciendo el jardín, el camino del movimiento. En definitiva, somos muy distintos, por lo que existen muchos caminos, pero todos tienen un elemento común, ya sea que se busque deliberadamente, u ocurra espontáneamente: el silencio del pequeño yo, para que la conciencia individual trascienda y comulgue, como testigo, con una dimensión universal.

Quienes crean que la materia produce la conciencia no podrán explicar los fenómenos de trascendencia. ¿Qué explicaría la existencia de ese plano de conciencia superior, donde las barreras de la conciencia cotidiana se esfuman y se da pie a la experiencia espiritual? No es hipótesis ni especulación, es una vivencia con mayor certeza que ninguna otra.

Para quienes creamos, por haberlo vivido o estudiado, la posibilidad de la trascendencia, encontramos que nuestra definición de persona humana parte de esa posibilidad, la cual define también la dignidad y el destino intransferible personal que se origina en las dualidades individual-social, material-espiritual. De ahí que la libertad individual es intrínseca a esa definición de la dignidad. El materialismo (ya sea del socialismo del siglo XXI o del XIX) privilegia el proyecto social frente al individuo y está dispuesto a socavar los cimientos de la democracia, guiados por líderes “iluminados” sobre la naturaleza del proyecto socialista. Al hacerlo, ese proyecto niega la dignidad humana.

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