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El empresario pario y el desarrollo costarricense

Carlos Denton cdenton@cidgallup.com | Miércoles 26 abril, 2023


Es irónico que la ley migratoria favorece la llegada de los inmigrantes que provienen de culturas “compatibles” y hace difícil el asentamiento en el país de los que vienen de culturas más ajenas. Son los incompatibles (los parias ajenos de religión, idioma y cultura) que han contribuido más a la conversión de la nación a su versión pujante y progresivo actual; los que son similares no han aportado tanto.

En una sociedad agrícola como la nacional hasta 1980 es difícil que el comercio florezca. Si un nativo abre una pulpería en el pueblo rápidamente llegan a ser clientes todos sus parientes – hermanos, primos, tíos, compadres—y los amigos. La gran mayoría de ellos son agricultores pequeños. Es esperado, y todos los hacían, que abre el pulpero “la libreta” donde las compras a crédito se registran. En general el compromiso es de pagar “todo” cuando “entra la cosecha.” Funciona bien y prospera el negocio hasta el año que la cosecha es mala – falta de agua o plaga de algún tipo – y los clientes no pueden pagar lo que deben. Peor todavía, tampoco tienen para comprar lo que requieren corrientemente.

Quizás algunos han dado una prenda sobre su finca al pulpero si también suministra semilla, abono e implementos, y entonces tiene garantía por lo invertido en el crédito. Pero llega el primo hermano a rogarle que le dé “una oportunidad,” que tiene tres chiquitos pequeños y la mujer está enferma. La hermana favorita aparece llorando para contarle que el marido está apenadísimo y no sabe qué hacer. El compadre le visita para contarle que el ahijado está estudiando medicina y lo mantiene a alto costo para permitirle cumplir con su sueño de servicio. Al fin nadie paga y quiebra la pulpería. El pueblo queda sin comercio para dar con las necesidades de los habitantes.

En Costa Rica entra el chino—habla poco el español, no es católico, físicamente es diferente—y se establece en el pueblo abriendo una pulpería. Probablemente vive en el mismo establecimiento—quizás en un segundo piso. Este también abre la libreta, pero cuando no pagan los clientes, al no tener una afinidad con ellos, no tiene problemas en ejecutar la prenda, tomar posesión de la finca y venderla. Prospera el negocio y pronto abre un restaurante a la par para vender “chop suey” y otros platos que a los costarricenses les gusta.

Entraron al país alemanes para abrir librerías, estadounidenses para sembrar banano y crear ferrocarriles, judíos para abrir tiendas de ropa y de otros tipos de artículos desde paraguas hasta juguetes, ingleses para abrir bancos – todos tenían en común que no compartían la religión nacional y hablaban otro idioma.

La ley migratoria no obstante, los costarricenses aceptaron la presencia de estos extranjeros y patrocinaron sus negocios, y siguen llegando más de ellos para bien del país. No los invitan a sus casas, no quieren que sus hijos o hijas contraen matrimonio con los suyos, pero son corteses y respetuosos con ellos en general.

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