El país requiere de grandes cambios
Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Martes 03 octubre, 2017

Reflexiones
El país requiere de grandes cambios
Ya sea por corruptos o por ineptos, el país no puede darse el lujo de seguir desperdiciando el tiempo valioso que tenemos para encaminar las reformas de mediano y largo plazo que permitan aumentar la productividad, disminuir la desigualdad y la pobreza y sobre todo, garantice un fortalecimiento de la participación democrática. Todo lo anterior es fundamental para elevar la calidad de vida, mejorar la convivencia y permitir un crecimiento sustentable del país. La deshonestidad tiene múltiples efectos, pero esencialmente se refiere a una pérdida de valores fundamentales del ser humano, saltarse la fila, pagar una mordida, recibir una comisión, evitar pagar impuestos o inclusive, comprar en paralelo las entradas al estadio para hacer reventa de estas. Todas son pequeñas cosas que germinan en el acontecer ciudadano. Seguramente, quien es corrupto en pequeño, será mucho o más corrupto en lo grande.
El poder y la corrupción tienen a estar muy ligados, dado que en el marco del poder, la tentación para ejercer los intereses propios o de mis amigos cercanos puede llevar a la corrupción, el tráfico de influencias y por supuesto, la participación en eventos o actos de corrupción. La corrupción es el daño más fuerte que le podemos hacer a una sociedad, su impunidad se convierte en el evento más desastroso social y políticamente hablando. Hace ver que la forma de obtener poder o de obtener recursos es dañando al de al lado, sin preocuparse por ser mejor o ser eficiente, solo de trata de ser el más vivo. Sin importar a quién o por qué lo hacemos, la corrupción pública mina las bases del sistema democrático, genera un daño moral profundo y limita el sano desarrollo del país. Sus efectos se traducen en mayor pobreza, exclusión y desigualdad.
La ineptitud es otro gran problema que afrontamos. Aceptar cargos, posiciones o representaciones en lugares donde no tenemos el conocimiento suficiente. No somos competentes o carecemos de los elementos requeridos para enfocar el rumbo de las instituciones, esa debería ser una pregunta a todos aquellos que ponen su nombre a elección en puesto popular o aceptan una designación para representar al país en una junta directiva. Este tema es también de creciente importancia, dado que tomar el mando de lo público debería ser un acto de absoluta responsabilidad personal y política. Ser un representante de la ciudadanía en una institución es un gran honor y no debería aceptarse un puesto en el que no seamos competentes. Lamentablemente hemos tenido de los casos, elección de personas incompetentes al no tener experiencia o conocimientos suficientes para atender las demandas de las instituciones e incapacidad de reguladores y contralores para corregir a tiempo esta situación. Vamos de mal en peor, dado que hemos premiado la mediocridad, el compadrazgo, el clientelismo y más recientemente, la corrupción.
Entre inutilidad y corrupción estamos minando la democracia, la credibilidad de la ciudadanía en quienes nos gobiernan y lo peor, el valor de nuestras más queridas instituciones públicas. Escándalos que pasan de un lugar a otro, de Recope al ICE, del BCAC al BCR, de la CCSS al MOPT o la Comisión de Emergencias. El problema de fondo, la institucionalidad se ha rezagado a sus tiempos, la forma de gestionar lo público debe cambiar y las funciones de gerencias, presidencias ejecutivas y juntas directivas deben replantearse, de cara a una mejora sustantiva en el gobierno corporativo y en la productividad de dichas empresas. Sin embargo, entre lo dicho y lo hecho existe un amplio trecho. Es imposible ajustar este marco institucional sin tener un horizonte claro de lo que esperamos sea el papel de las empresas u organizaciones públicas. En esa tarea se requiere inteligencia y sobre todo visión de largo plazo, espero que esta campaña que apenas se inicia nos permita a todos discutir sobre estos temas de fondo.
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