El robo de las campanas
| Sábado 13 diciembre, 2014
El robo de las campanas
Martina Nájera Segura fue una abuela perteneciente al pueblo indígena Brorán, quien transmitió a sus generaciones la historia sobre las campanas de la iglesia construidas por su pueblo cinco siglos atrás, cuando fueron cristianizados por los españoles.
Los Brorán o Kesvan significa hombres grandes, fuertes, indómitos, de origen Maya y Chibcha, hoy son nuestra comunidad indígena del Térraba.
Las campanas de las que hablaba doña Martina, tenían el nombre de “Guadalupe”, estaban cubiertas por pintura color verde musgo; se veían viejas y sucias, pero con una potencia sónica que alcanzaba a escucharse en el pueblo de Volcancito de Térraba, a cinco kilómetros de la iglesia.
Un día, ante la muerte de un respetable anciano de la comunidad, las campanas fueron llevadas a su entierro, a solicitud del fallecido, para ser despedido con sus redobles.
Durante la ceremonia, se logró observar un brillo oculto que salía del metal. Pocos meses después, la iglesia fue profanada, se robaron la campana más pequeña, de 40 kilogramos. Nunca se investigó. Nunca apareció ni la campana, ni los culpables del robo.
En febrero del 2009, la iglesia es ultrajada de nuevo. La segunda campana, de 80 kilogramos, desaparece. La roban. En esta ocasión sí se pone la denuncia y el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) encuentra restos auténticos de la misma, solamente trozos.
Se trata de un robo de la “identidad cultural del pueblo Brorán”. Una vez recuperados por el OIJ, los restos de esta segunda campana también desaparecieron sin que aún haya explicaciones, la razón es muy sencilla: las campanas eran de oro puro, con 500 años de antigüedad; solamente el valor de la robada en el 2009 se calcula en un millón de dólares.
Toda pieza precolombina es propiedad del Estado (Ley de 1938), por lo que si usted tiene uno de estos objetos está en la obligación de devolverlo, a través del Museo Nacional.
Curiosamente, es también en el 2009 cuando los Carabineros, cuerpo de seguridad de Italia, en una acción de lucha contra el tráfico ilícito, decomisan en Turín 11 piezas arqueológicas costarricenses: 8 legítimas precolombinas, y tres falsas.
En junio del 2011, las piezas fueron entregadas a la Embajada de Costa Rica en Italia para su custodia y debida repatriación.
Ese mismo año, pero en París, Francia, la aduana decomisa 6 piezas enviadas por “courrier”, extrañamente se desconocen el emisor y el receptor del patrimonio costarricense.
Más recientemente, Venezuela retuvo 57 piezas precolombinas costarricenses a una familia con residencia también en nuestro país. Acá se les encuentra con más objetos arqueológicos en su hogar, para sumar un total de 110 piezas, entre las que hay: metates, vasijas, figuras humanas; con pesos que alcanzan hasta las cinco toneladas. Hoy, los responsables enfrentan un proceso judicial en nuestro país.
Los precios del patrimonio arqueológico precolombino en el mercado negro alcanzarían cifras récord de millones de dólares.
Por cumplir con la petitoria del notable abuelo de la comunidad Térraba, durante su sepelio, es que sale a la luz el brillo del preciado metal en las campanas, oro por el que nuestros antepasados brotaron sangre enterrándola en el suelo patrio.
Hoy, la comunidad indígena del Térraba recuerda el redoble de las “Guadalupe”, algunos dicen que, misteriosamente, aún se escuchan por las noches, aunque ya no están.
Lo cierto es que, las campanas coloniales de oro en el pueblo indígena, no son un mito ni una leyenda. Fueron reales.
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