Ellas no tenían que estar ahí
Marcello Pignataro manogifra@gmail.com | Martes 13 enero, 2009
Ellas no tenían que estar ahí
Marcello Pignataro
Luego de las llamadas habituales a familiares y amigos para verificar que todos estuvieran bien y que los daños hubieran sido solamente materiales, no quedaba otra que ver las noticias para empezar a determinar la magnitud de la tragedia. Aparte de la enorme impresión que me causó ver como la montaña pidió paso sobre la carretera, los bosques y la represa de Cariblanco, el dolor que llevo dentro por las dos niñas que murieron sepultadas bajo un terraplén no se me quita con nada.
Tatiana Argüello Díaz tenía solamente siete años y su hermanita mayor, Maricela, 12. Exactamente las mismas edades que mis dos hijos. Si bien es cierto que nadie muere en la víspera y que solo Dios sabe hasta cuándo estaremos en este mundo para pasar a su lado, ni Tatiana ni Maricela tenían nada que estar haciendo vendiendo cajetas.
A los 12 y siete años las niñas debieron estar jugando con muñequitas, escondido, quedó, corriendo por las calles de San Pedro de Poás. En fin, debieron estar haciendo cualquier cosa menos trabajando.
Ningún Estado debe permitir que sus menores trabajen, bajo ninguna circunstancia. Esas dos niñas estaban en la flor de su vida, empezaban a llenar las calles con sus juegos, sus gritos de alegría y la inocencia propia de sus edades. Quizás Maricela, la mayor, estaba pensando en aquel chiquillo de la escuela que le hacía ojitos en los recreos y Tatiana posiblemente deseaba terminar de repartir sus cajetas para solazarse a su manera.
La colaboración impresionante que se ha recibido en estos días por parte de particulares y empresa privada no debe terminar aquí. No debemos quedarnos tranquilos con nuestras conciencias pensando en que ya dimos víveres, ya regalamos ropa y algunos trabajamos como voluntarios en un centro de acopio. Debemos seguir constantemente donando (dinero, víveres, ropa, tiempo) hasta que ya no haya ninguna Tatiana ni ninguna Maricela vendiendo cajetas, pidiendo en los semáforos, limpiando zapatos.
Tenemos que devolverle a la niñez costarricense la posibilidad de volver a ser niños. Tenemos que devolverles la inocencia, la alegría, los juegos. Tenemos que permitirles que disfruten de sus vacaciones y que, una vez que estas terminen, se puedan dedicar en cuerpo y alma a sus estudios para llegar a ser hombres y mujeres de bien. Recordemos que ellos serán los que se encarguen de trabajar para pagar nuestras pensiones, para dirigir el futuro de este país, para tomar decisiones que posteriormente nos afectarán a todos. Démosles, entonces, la oportunidad de que sean lo mejor que puedan ser.
Todos los niños de este país se la merecen, al igual que Tatiana y Maricela la merecían. Hagámoslo por nuestros hijos, sobrinos, nietos… Hagámoslo por ellas.
Marcello Pignataro
Luego de las llamadas habituales a familiares y amigos para verificar que todos estuvieran bien y que los daños hubieran sido solamente materiales, no quedaba otra que ver las noticias para empezar a determinar la magnitud de la tragedia. Aparte de la enorme impresión que me causó ver como la montaña pidió paso sobre la carretera, los bosques y la represa de Cariblanco, el dolor que llevo dentro por las dos niñas que murieron sepultadas bajo un terraplén no se me quita con nada.
Tatiana Argüello Díaz tenía solamente siete años y su hermanita mayor, Maricela, 12. Exactamente las mismas edades que mis dos hijos. Si bien es cierto que nadie muere en la víspera y que solo Dios sabe hasta cuándo estaremos en este mundo para pasar a su lado, ni Tatiana ni Maricela tenían nada que estar haciendo vendiendo cajetas.
A los 12 y siete años las niñas debieron estar jugando con muñequitas, escondido, quedó, corriendo por las calles de San Pedro de Poás. En fin, debieron estar haciendo cualquier cosa menos trabajando.
Ningún Estado debe permitir que sus menores trabajen, bajo ninguna circunstancia. Esas dos niñas estaban en la flor de su vida, empezaban a llenar las calles con sus juegos, sus gritos de alegría y la inocencia propia de sus edades. Quizás Maricela, la mayor, estaba pensando en aquel chiquillo de la escuela que le hacía ojitos en los recreos y Tatiana posiblemente deseaba terminar de repartir sus cajetas para solazarse a su manera.
La colaboración impresionante que se ha recibido en estos días por parte de particulares y empresa privada no debe terminar aquí. No debemos quedarnos tranquilos con nuestras conciencias pensando en que ya dimos víveres, ya regalamos ropa y algunos trabajamos como voluntarios en un centro de acopio. Debemos seguir constantemente donando (dinero, víveres, ropa, tiempo) hasta que ya no haya ninguna Tatiana ni ninguna Maricela vendiendo cajetas, pidiendo en los semáforos, limpiando zapatos.
Tenemos que devolverle a la niñez costarricense la posibilidad de volver a ser niños. Tenemos que devolverles la inocencia, la alegría, los juegos. Tenemos que permitirles que disfruten de sus vacaciones y que, una vez que estas terminen, se puedan dedicar en cuerpo y alma a sus estudios para llegar a ser hombres y mujeres de bien. Recordemos que ellos serán los que se encarguen de trabajar para pagar nuestras pensiones, para dirigir el futuro de este país, para tomar decisiones que posteriormente nos afectarán a todos. Démosles, entonces, la oportunidad de que sean lo mejor que puedan ser.
Todos los niños de este país se la merecen, al igual que Tatiana y Maricela la merecían. Hagámoslo por nuestros hijos, sobrinos, nietos… Hagámoslo por ellas.