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En días de reflexión

Juan Manuel Villasuso jmvilla@racsa.co.cr | Martes 30 marzo, 2010



Dialéctica
En días de reflexión

Vivimos en una aldea planetaria. Somos hijos de la globalización. Las distancias se han reducido y nuestra voz y nuestra imagen se transmiten por medios digitales de manera instantánea. Lo virtual hace perder la conciencia del pasado y del futuro. Es posible almacenar y procesar información con rapidez asombrosa y la acumulación de datos rebasa nuestras capacidades mentales.
Nos vamos convirtiendo en ciudadanos del mundo. Nos fundimos en un mapa donde se desdibujan las fronteras, se amplían los referentes y existe el peligro de perder la propia identidad. Entes supranacionales rellenan los espacios de himnos, banderas y escudos. Nuevas normas y valores van adquiriendo vigencia universal.
Nuestra cultura se transforma precipitadamente. Axiomas y conceptos consagrados por siglos se esfuman mientras otros emergen en busca de legitimidad. Ideologías con pretensiones hegemónicas desaparecen y el paradigma del Mercado aspira a reemplazarlas.
Vemos elevarse hacia el espacio el fruto del conocimiento para sondear nuevos horizontes y rastrear nuestro origen. Observamos cambios genéticos provocados por la especie humana que intentan simular el Génesis y nos deslumbran máquinas que ansían replicar el músculo y la mente.
Vivimos una revolución multidimensional. El caleidoscopio político y económico adquiere nuevas tonalidades y los peligros y las oportunidades se entrelazan para construir escenarios en los que el desarrollo y el bienestar comparten el planeta con el atraso y la miseria.
La retórica electoral eleva las aspiraciones y pregona mayor calidad de vida pero las economías, en tanto no impongan nuevos esquemas distributivos, no parecen estar en capacidad de satisfacer los anhelos de los pobres. Los ideales de libertad, equidad y democracia se consolidan en el discurso pero se manipulan y distorsionan en la práctica cotidiana.
El mundo globalizado tiene en su vientre semillas de contradicción. El triunfo de la ciencia y la tecnología convive con una creciente deshumanización de la economía. El ser humano, como animal político, interactúa en sociedades fragmentadas, caracterizadas por la exclusión de grandes mayorías y sacudidas por la delincuencia, la corrupción y la inseguridad.
Cada día el ser humano está más desprotegido. Ahora hay más desempleo y más pobreza en el mundo que 20 años atrás. Hay interés y voluntad por disminuir los desajustes macroeconómicos pero no existe la misma preocupación ni se pone el mismo empeño por reducir los enormes desequilibrios sociales que provocan desigualdad, polarización y confrontación entre los ciudadanos.
El afán irrefrenable por el crecimiento y la competitividad nos lleva a un uso excesivo e irracional de los recursos naturales, agotando materias primas y fuentes de agua y energía que ponen en peligro el medio ambiente y el futuro de las próximas generaciones.
La mayor parte de la población no tiene acceso a la propiedad de los medios de producción ni a los requerimientos indispensables para la creación de riqueza. El sector informal se ha constituido en la única opción para sobrevivir, aunque esa solución signifique condiciones de vida infrahumanas.
Esta dualidad prevaleciente en nuestro mundo, esta dicotomía entre el progreso y la dignidad humana, entre la opulencia y el hambre, configura el entorno en el que nos encontramos inmersos. Formaliza la paradoja que nos inquieta. Representa, de manera cruda y descarnada, la disyuntiva que enfrentamos como civilización.

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