Escándalos y elecciones
Jonathan Prendas jonathan.prendas@gmail.com | Lunes 20 diciembre, 2021
Jonathan Prendas
Diputado
Nueva República
La RAE define la palabra escándalo como un “hecho o dicho considerados inmorales o condenables y que causan indignación y gran impacto públicos”. Añade otros términos para calificarla, como desvergüenza, mal ejemplo, alboroto o desenfreno.
La definición calza muy bien con algunos de los casos marca PAC más sonados durante este año, que sacudieron a la opinión pública y volvieron a encender las alertas sobre las enormes deficiencias administrativas y de liderazgo del Ejecutivo: Cochinilla, Diamante, cuestionarios FARO, textos eróticos en el MEP …
Cerca del final del 2021, es difícil señalar cuál de estos escándalos ha sido el peor. Los dos primeros están relacionados con supuestos actos de corrupción que además les provocaron enormes pérdidas monetarias a las débiles finanzas costarricenses; los temas ligados al MEP se refieren a imposiciones ideológicas, apropiación de datos confidenciales, manipulación de menores, violaciones a los derechos de los niños y adolescentes.
Al hacer este repaso, es inevitable no recordar otros horrores cometidos por el partido en el gobierno en años recientes. Luis Guillermo Solís dejó su triste huella con el Cementazo y el Hueco Fiscal, que implicó el “heroico” manejo de las finanzas; Carlos Alvarado aumentó el triste legado con la UPAD, la agencia de espionaje a la tica que el mandatario orquestó.
A Nueva República y a los costarricenses nos preocupan no solo los escándalos en sí, sino la desfachatez con la que se ocultan, se normalizan, se niegan, minimizan, relativizan o incluso se defienden. Cerca de las elecciones nacionales, inquieta también que estos hechos orquestados por miembros del actual gobierno contribuyan a la apatía ciudadana para ejercer el voto.
Los escándalos se suman a los enormes problemas sin resolver en Costa Rica, como desempleo, pobreza, apagón educativo, desigualdad y ausencia de medidas de reactivación económica. La gente no tiene confianza en el gobierno porque percibe una incapacidad total para resolver la crisis que enfrenta al país; notan que no existe voluntad para encontrar soluciones por la vía del consenso, para emprender valientes acciones más allá de los límites de su ideología o para plantear propuestas que no constituyan solo un vacío discurso electorero.
En esa coyuntura, es preciso señalar que los escándalos del actual Ejecutivo y las elecciones que definen el futuro de todos los costarricenses son dos cosas totalmente diferentes; hay que disociarlas. El país se encuentra ahora ante la imperiosa necesidad de encontrar a un liderazgo que tenga la capacidad para gobernar, dialogar y llegar a acuerdos que reparen las grietas que el PAC ha ocasionado. Costa Rica demanda volver a producir, crecer y generar las condiciones para desarrollarse.
En las elecciones de febrero del 2022 no puede ganar el descontento social, el suponer que todos los aspirantes son iguales, que representan a los mismos de siempre; tampoco pueden triunfar los votos en blanco ni la abstención. Si analizamos bien el panorama, nos daremos cuenta que hay mucho en juego, pero también apreciaremos que en este proceso sí hay por quien votar, sí hay un liderazgo comprometido y capaz, sí existen los planes serios, la lucha anticorrupción y la posibilidad de emprender juntos la construcción de una Nueva República.
No debe haber duda: la esperanza va a ganar. Tiene que hacerlo porque es lo que necesita Costa Rica.