Gamonalismo, caudillismo, reformismo y populismo
Vladimir de la Cruz vladimirdelacruz@hotmail.com | Miércoles 04 enero, 2017
“En mi opinión no hemos tenido ni movimientos populistas, ni líderes populistas. Hemos tenido líderes o caudillos populares, y líderes políticos, que son otra cosa”
Pizarrón
Gamonalismo, caudillismo, reformismo y populismo
Me han preguntado varias personas, a propósito de mis tres columnas anteriores sobre “izquierdas, derechas y populismo”, si en Costa Rica hemos tenido movimientos populistas o líderes populistas. En mi opinión no hemos tenido ni movimientos populistas ni líderes populistas. Hemos tenido líderes o caudillos populares, y líderes políticos, que son otra cosa.
¿Qué es lo que hemos conocido en el proceso histórico nacional de este tipo de comportamiento políticos?
Durante la colonia, obviamente no se pudieron desarrollar líderes ni caudillos políticos locales por cuanto no se permitía ni había un espacio político ni público que lo permitiera. Lo que hubo fue la resistencia indígena a la dominación española, y de ello se recuerda a algunos de sus caciques sin que hubieren logrado ganar frente a la dominación extranjera. El espacio político en la conquista y la colonia lo ocupaban el rey y su monarquía, su sistema político excluyente y exclusivista, prácticamente monocéfalo en la figura del rey.
Con él tuvimos el autoritarismo gubernativo español que se expresaba por sus gobernantes o autoridades políticas, el rey mismo, los virreyes de México que fueron autoridades nuestras, las autoridades de la Casa de Contratación de Sevilla o del Consejo de Indias, los Adelantados, los Capitanes Generales, los Gobernadores, los Intendentes, los Alcaldes Mayores, los Corregidores, las autoridades de las Audiencias y de los Cabildos, los Alguaciles. En general, todas las autoridades que fueron nombradas directamente por el rey, o sus instituciones a cargo de nombramientos de este tipo, que lo representaban y ejercían el poder en su nombre, que aseguraban sus tierras y controlaban su población y velaban por sus intereses y riquezas en el continente, así como los Jefes Políticos o Jefes Políticos subalternos, surgidos con motivo de la Constitución de Cádiz de 1812.
En esa época el pueblo, y sus diferentes sectores sociales, estaba al margen del poder por cuanto no había procesos electorales ni había un concepto de representación política popular de integración de gobierno. Quienes ejercieron la autoridad en Costa Rica no lograron tener ese carácter de líderes locales, ni desarrollaron un liderazgo político digno de reconocerse.
En cuanto a las audiencias, Costa Rica perteneció a las Audiencias de Santo Domingo, de Panamá, de los Confines y la de Guatemala.
Algunos Alcaldes Mayores y Gobernadores agregaron a su título el de Teniente, Teniente Gobernador de Armas, Teniente Gobernador en lo Político, Teniente Gobernador en lo Militar, Comandante General de Armas.
A partir de la independencia, proclamada en Guatemala el 15 de setiembre de 1821 y declarada en Costa Rica el 29 de octubre de 1821, se instalaron autoridades locales, desconociendo a las autoridades reales, y dando origen desde entonces a la evolución de Costa Rica como país independiente, con sus propias autoridades y órganos de gobierno, y de poder político, y al régimen representativo de carácter democrático, por los sistemas que en adelante se establecieron y evolucionaron.
Obviamente, quienes ejercieron estos primeros puestos políticos y públicos, al inicio de nuestro régimen republicano, habían nacido en la colonia, de padres por esa razón también nacidos en la colonia y algunos de ellos funcionarios coloniales. Lo importante de ellos es que rechazaban la monarquía española como sistema de vida y como organización política, y tuvieron la capacidad e idoneidad de asumir la conducción del país en sus primeros días de independencia y forjar el país en los nuevos derroteros republicanos.
Los primeros tres años de vida independiente, por medio de las Juntas Superiores Gubernativas, y la forma colegiada como se desenvolvieron, hasta la formación del Estado de Costa Rica, en 1824, no permitieron el desarrollo de liderazgos personales fuertes, más allá del papel que cada uno de sus miembros tenía reconocido, antes de la independencia y en la gestación interna de este movimiento. Por ello nuestro Primer Jefe de Estado, Juan Mora Fernández, que había sido miembro de esas Juntas, gobernó continuamente hasta 1833, porque se había ganado su liderazgo político en esos años.
Con la forma de Estado de Costa Rica ejercieron como Jefes de Estado las autoridades políticas nacionales el Poder Ejecutivo. Con el Estado de Costa Rica se impulsó igualmente la existencia de los poderes públicos, el Congreso y la Corte Suprema de Justicia. Aparecieron así desde 1824 los tres poderes públicos, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Se dio origen a un Estado de Derecho desde entonces en evolución. Ningún Jefe de Estado se desempeñó, antes de ejercer ese puesto, como caudillo popular o gamonal político regional. El desenvolvimiento administrativo del Estado naciente hasta la estructuración de las provincias en 1848, y el poco desarrollo municipal alcanzado a esta fecha, no contribuyó a ello.
Con la proclamación de la República, por el Dr. José María Castro Madriz, el 31 de agosto de 1848, quienes asumieron la jefatura del Poder Ejecutivo siguieron llamándose presidentes de la República, hasta hoy. La esencia de los poderes públicos desde entonces ha permanecido igual.
Ahora bien, entre jefes de Estado y presidentes de la República, durante el siglo XIX y el siglo XX, ha habido unos que sobresalen más que otros. Esos sobresalientes lo han hecho en función de sus obras de gobierno que así se les reconoce, como Juan Mora Fernández, Braulio Carrillo, Francisco Morazán, José María Castro Madriz, Juan Rafael Mora Porras, Jesús Jiménez Zamora, Tomás Guardia Gutiérrez, Próspero Fernández, Bernardo Soto, José Joaquín Rodríguez, Carlos Durán Cartín, Rafael Iglesias Castro, Cleto González Víquez, Ricardo Jiménez Oreamuno, Alfredo González Flores, Julio Acosta García, León Cortés Castro, Rafael Ángel Calderón Guardia, Teodoro Picado Michalski y José Figueres Ferrer.
En la segunda mitad del siglo XX y estos primeros gobiernos del siglo XXI, José Figueres Ferrer y Óscar Arias Sánchez, sobresalen más por haber ejercido dos veces constitucionalmente la Presidencia de la República. A Figueres se le dio el reconocimiento de la figura política más destacada del siglo XX costarricense. Óscar Arias quizá sea hoy el personaje político costarricense más reconocido internacionalmente. A los demás se les reconocen méritos de gobierno en lo específico de cada uno.
De allí los altos reconocimientos que han tenido muchos Jefes de Estado y Presidentes de la República cuando se les ha dado la distinción de Beneméritos de la Patria. Así a 11 jefes de Estado y presidentes de la República del siglo XIX, a siete de la primera mitad del siglo XX y a cinco de la segunda mitad del siglo XX se les ha hecho este reconocimiento.
El rasgo fundamental del ejercicio de las jefaturas de Estado y de las presidencias de la República más allá de las crisis político militares que se vivieron entre 1824 y 1870, o del Golpe de Estado de 1917, o de la misma Junta de Gobierno de 1948, ha sido el sentido republicano de sus mandatos, el impulso liberal que se le dio al proceso de construcción democrática que se iba formando y de la modernidad que se iba tejiendo de su mano, del mayor ejercicio de libertades y proclamación de derechos ciudadanos, del rico constitucionalismo vivido expresado en 13 Constituciones Políticas.
En todo este proceso histórico no hemos vivido periodos de Estados absolutistas, por el contrario se han desenvuelto, en términos generales, dentro del ejercicio de poderes públicos limitados entre sí. Estados arbitrarios, autoritarios y totalitarios no hemos vivido institucionalmente, negadores de las libertades y de los fundamentos del Derecho. Solo las circunstancias de la Dictadura de Federico Tinoco y del Gobierno de Facto de 1948, de José Figueres, calzan en estas definiciones.
En general los Poderes públicos han estado regulados y sometidos a leyes respetando el concepto de democracia adoptado como sistema de vida. Jefes de Estado o Presidentes con mano fuerte sí los hemos tenido.
Cuando el Estado ha asumido políticas sociales importantes, paternalistas, asistencialistas, sobreprotectoras de sectores sociales marginales o excluidos, ha sido en función de su obligación estatal y del sentido de solidaridad nacional expresado de esa forma, más no como acciones propias del gobernante, o de quien ejerza el Poder Ejecutivo, como si fuera un padre de familia, o como resultado de una acción política estatal por la que se le atribuyan al gobernante de turno esas políticas confundiéndose la vida del gobernante y su actuación política con la del ejercicio del poder, y con la propia obra de gobierno, como es lo usual.
Si se han reconocido aquellos sellos particulares de los gobernantes en la decisión de ciertas políticas públicas. Así la conducción del país por Juan Rafael Mora Porras durante la Gesta Nacional de 1856, las leyes liberales desde Tomás Guardia hasta Próspero Fernández y Bernardo Soto, las reformas estatales de Alfredo González Flores, las reformas sociales y laborales de Rafael Ángel Calderón Guardia o las institucionales de José Figueres y su Junta de Gobierno, la reforma laboral de Miguel Ángel Rodríguez.
La casi totalidad de estas leyes y reformas importantes no fueron agitadas como elementos de propaganda política en procesos electorales que llevaron a esos gobernantes al Poder. Fueron resultado del ejercicio de sus gobiernos, y de tomas de decisión política en sus gobiernos.
De aquí que afirmo que estos gobernantes no fueron populistas, como hoy se conoce este concepto, aunque sus políticas hayan favorecido mayorías nacionales o afectaran también positivamente el desarrollo institucional del país. Sí fueron gobernantes reformistas, y si se quiere se puede emplear el término de revolucionarios, por el carácter revolucionario de sus reformas hechas desde el ejercicio del gobierno.
Ninguno de estos gobernantes se levantó políticamente agitando estos temas como banderas electorales, ni como consignas demagógicas electoreras.
Sí hubo en el proceso político electoral nacional grandes líderes políticos, reconocidos como caudillos políticos de partidos, candidatos a la Presidencia o parlamentarios destacados, a cuyo alrededor se agruparon ciudadanos, pero no bajo el modelo del populismo latinoamericano del siglo XIX, siglo XX o de las nuevas formas que adquieren los movimientos populistas recientes. Fueron de fuertes personalidades, como líderes, caudillos reconocidos, jefes políticos reconocidos y destacados, que moldearon poco a poco a los movimientos políticos ideológicos en las banderas del liberalismo, el socialismo científico, la socialdemocracia y el socialcristianismo que fue puliéndose en la conciencia política desde finales del siglo XIX, y que luego se expresaron en partidos políticos con esas banderas políticas.
En el siglo XIX hubo cierto gamonalismo o caciquismo político regional, que se fortaleció con el régimen municipal después de 1870, y por el peso que tenían los hacendados del café y principales agentes económicos sobre sus trabajadores, así como por el sistema electoral que existía en esa época. Contribuyó en ese desarrollo del gamonalismo y el caciquismo político el que hasta 1890 no se hubieran desarrollado los partidos políticos, como ahora los conocemos, lo que hacía descansar la actividad política en los rasgos personales de los candidatos o de quienes se perfilaban como líderes políticos del momento.
Con el desarrollo de la pequeña propiedad, del voto directo, en 1910, y con el voto secreto, en 1924, este gamonalismo y caciquismo tendió a debilitarse y a desaparecer, sin que desaparecieran los líderes políticos. Empezó a pesar más el liderazgo político nuevo, aunque usara efectos electorales, en las prácticas de la movilización popular regional, en la que pesaban los líderes locales de carácter empresarial, político o moral. Así fueron grandes líderes populares Félix Arcadio Montero, Máximo Fernández, Jorge Volio Jiménez autodenominado “El Tribuno de la Plebe” o Manuel Mora Valverde.
Aunque la prensa escrita, desarrollada desde 1886, surgió, y con cierta fuerza, al no ser una prensa de masas, también, por el alto grado de analfabetismo que existía, contribuyó en ese sentido a asentar esos caudillismos y gamonalismos políticos que repercutieron prácticamente hasta principios del siglo XX.
Con el desarrollo de los partidos políticos, a partir de 1890 hasta hoy, lo que se ha formado son líderes de esos partidos políticos. Pero ninguno de los partidos políticos, desde aquellos años hasta hoy, se ha abanderado bajo las formas de partidos populistas o de movimientos populistas.
Ya, con la nueva prensa impresa surgida desde 1920, fortalecida en las décadas de 1930 y 1940, con el surgimiento de la radio, y luego de la televisión, los caudillismos regionales cedieron totalmente su paso a los liderazgos nacionales, y a finales del siglo XX empezaron a surgir los liderazgos mediáticos, por el reconocimiento y presencia en medios de comunicación.
En este proceso los partidos surgidos desde 1890 fueron cediendo de la forma de partidos personalistas, por sus líderes, a los partidos de dirigentes nacionales, de liderazgos políticos consolidados, en función de su vinculación a idearios políticos ideológicos.
Sus banderas, las de los partidos políticos, han sido Programas de Gobierno. Hoy las leyes electorales obligan a que los partidos políticos que se presentan a elecciones ofrezcan un Programa de Gobierno.
Esto corta en mucho las posibilidades de movimientos populistas. Deja, eso sí, el carácter populista de la agitación al discurso político, que fácilmente se distingue en demagogia política, dada la cultura política nacional, lo cual no impide que pueda ocurrir y surgir que algunas personas, sin partido político, sin organización política, puedan agitar temas nacionales y sociales con este sentido populista antisistema que hoy está en boga, y hasta puedan despertar simpatías de seguidores, pero que encuentra su freno institucional en el momento que tienen que inscribir partido político y ofrecer un Plan o Programa de Gobierno.
Ya gamonales, al estilo del siglo XIX, no existen en la práctica social y económica costarricense. La economía industrializada y globalizada, el trabajo asalariado y la liberalización amplia de la mano de obra, los ha eliminado.
Caudillos sí los hay en el interior de los partidos políticos, solo que hoy, a mi manera de ver, son ausentes los caudillos que tienen un carácter nacional, y en el interior de los partidos lo que puede privar es el caudillo de pequeños grupos partidarios que responden al origen regional de sus estructuras en los organismos partidarios, como son las asambleas cantonales, provinciales o la nacional.
Hoy, los líderes nacionales de los partidos, son aquellos que pretenden liderar procesos electorales o ser candidatos nacionales de los partidos, que tienen que moverse por todo el país, reclutando, provocando afectos, rompiendo la influencia de los líderes locales que les son adversos, generando alrededor suyo las simpatías y compromisos suficientes que trasciendan el marco de la propia organización política a la cual pertenecen.
Son líderes nacionales, así se les reconoce por esta condición, los expresidentes de la República, en sus propios partidos aun cuando algunos de ellos no tienen dentro tendencias bien organizadas. Por eso se habla de corrientes como figuerismo, arismo y chinchillismo hoy en Liberación Nacional, calderonismo, por la tradición de la década de 1940, en la Unidad Social Cristiana, de morismo en la izquierda costarricense. Figuerismo y calderonismo de manera particular por el peso de sus líderes originales el Dr. Rafael Ángel Calderón Guardia y José Figueres Ferrer.
De las nuevas corrientes solo el arismo, por Óscar Arias Sánchez, es la corriente más fuerte dentro y fuera de Liberación Nacional. El arismo no es por su hermano Rodrigo como el calderonismo no es por Rafael Ángel Calderón Fournier, aunque este expresidente sí es un activista político partidario importante. Y, estas corrientes identificadas con los apellidos de estos políticos no constituyen movimientos populistas como hoy se expresan.
Los otros expresidentes ya fallecidos de la Segunda República no tienen su referencia política alguna en movimientos que se identifiquen con sus apellidos, Ulate, Echandi, Orlich, Trejos, Oduber, Carazo, Monge. Ni los otros expresidentes aún vivos de la Segunda República tienen fuerza alguna, como corrientes políticas, en sus apellidos, Rodríguez, Pacheco y Chinchilla. Miguel Ángel Rodríguez es el que más destaca por su presencia en medios de comunicación y por ser un referente obligado de consulta en distintos temas nacionales.
En el Partido Unidad Social Cristiana el rodriguismo puede pesar algo en este momento.
En este aspecto interno de los partidos políticos el control de las asambleas partidarias puede ser importante pero no suficiente cuando la mayoría de los partidos políticos hoy escoge sus candidatos presidenciales y de elección popular en convenciones abiertas y populares. Y, cuando los escogen en asambleas partidarias allí también pesa el papel que el candidato haya tenido en su recorrido partidario nacional dentro de las estructuras de cada partido.
Reformistas sí ha habido, y en buena cantidad, en el escenario político nacional. Son aquellos que proponen reformas de Estado, reformas sociales, económicas o políticas, como políticas públicas, obra de gobierno o legislación determinada, con ánimo de agilizar el funcionamiento del Estado o de resolver problemas sociales, económicos y políticos agobiantes al funcionamiento de la democracia nacional y de su institucionalidad, o para su perfeccionamiento y mejor desempeño en el mundo globalizado hoy.
Desde el punto de vista constitucional y electoral todos los partidos políticos que participan en el proceso electoral, se consideren desde la izquierda hasta la derecha, en todos sus matices, tienen que hacer una declaración de fe democrática, en sus Estatutos, de que respetarán el orden constitucional y democrático de Costa Rica, con los cual desde este ángulo solo pueden proponer reformas políticas, y actuar de manera reformista. Cuando en la crisis que sufrió el Partido Vanguardia Popular, a mediados de la década de 1980-1990, donde uno de sus grupos intentó inscribir un nuevo Partido Comunista de Costa Rica, el Tribunal Supremo de Elecciones le impidió su inscripción declarando que ese nombre no se podía emplear porque en sí mismo evocaba una acción contra el sistema democrático nacional. No ha habido otro intento de inscribir un nombre semejante. Así las cosas, los más revolucionarios que quieran inscribirse electoralmente pueden hacerlo si lo hacen desde una perspectiva y planteamientos reformistas y, defendiendo el orden institucional y democrático nacional.
Populismo y Populistas, como lo hemos señalado en sus características en los artículos anteriores, son más del ámbito de la agitación política, electoral y de las redes sociales, por más validez que tengan en la conciencia social, y por más que respondan a las necesidades de quienes quieran oír e identificarse con esos planteamientos. Esto sí es propio del lenguaje y la agitación, hasta propagandística, de quienes levanten estos temas con ánimo de organizar el electorado disconforme políticamente, porque los gobiernos les han fallado o incumplido, del electorado perdedor, emocionalmente derrotado, sin esperanza, deseoso de nuevos líderes mesiánicos, aunque demagogos sean. Esto puede ser lo más peligroso para el momento político actual.
Por ahora no veo levantar movimiento populista alguno, pero no hay que descuidarse.
Que en el sistema de partidos políticos existente del país haya liderazgos fuertes, caudillos, personalismos y caciques es válido en su vida interior, pero estos no pueden existir fuera de esos partidos. Aquí hoy es todo dentro del partido, nada fuera de él. Puede haber diversidad de opiniones expresadas en esas tendencias pero a la hora de actuar como partidos políticos, en campañas político-electorales, lo que se produce es una unidad de acción, encabezada por quien dentro de cada partido haya hecho valer su liderazgo y reconocimiento, y en este sentido se enfrentan partidos políticos con sus dirigentes nacionales en la búsqueda de ejercer el Gobierno de la República. A esto es lo que nos enfrentaremos este año 2017 con miras a las elecciones de febrero de 2018.
No nos engañemos, los partidos políticos en su forma, se siguen presentando en estos escenarios como personalistas por quienes los representan o dirigen. La sociedad costarricense es inmadura aún para orientarse o dirigirse por corrientes político-filosóficas como liberalismo, socialismo o marxismo, socialdemocracia o socialcristianismo. Internacionalmente esto también se ha debilitado. Va a seguir pesando la personalidad del candidato de ocasión, al menos para esta elección que viene.
Los partidos políticos que se adhieren a alguna corriente de estas político-filosóficas lo hacen casi simbólicamente y sin ser hoy consecuentes con lo que en esas doctrinas se postulan para el accionar político. En el discurso político de sus representantes, en gobierno, en el parlamento, en los gobiernos locales, o en la misma vida partidaria, ni siquiera se hace mención de estos postulados doctrinarios. El hábito que hace al monje, en estos casos ni lo distingue. Esta es la realidad de hoy en el país.
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