Homenajes
Marcello Pignataro manogifra@gmail.com | Lunes 13 octubre, 2008

Marcello Pignataro

Apartando los sentimientos personales que me provoca recordar la memoria de mi abuelo, y habiendo visto los esfuerzos que hicieron él y un grupo de colaboradores voluntarios para recopilar, ordenar, revisar y enviar a imprimir todos o la gran mayoría de los discursos pronunciados a lo largo de su exitosa vida, el libro en sí es un documento histórico.
Mi abuelo tuvo muchos sueños en su vida. La mayoría los hizo realidad, pero dos se quedaron en el camino. El primero fue ver su libro publicado en vida y el segundo ser presidente de la República. Aún en sus últimos años, en su afán constante de hacer el bien sin mirar a quién, les estuvo dando vueltas a ideas que le permitieran a Costa Rica salir del estancamiento económico, social y moral en que estamos metidos.
Con la partida, hace ya dos años, de personas como mi abuelo y de otros costarricenses ilustres, perdemos un poquito de nuestra historia, de nuestra decencia, de nuestros valores. A pesar de que no necesariamente creo que todo tiempo pasado fue mejor, sí creo que a las generaciones actuales les falta mucho del empuje, el valor, la capacidad de las generaciones anteriores y trasanteriores.
Hoy en día somos autómatas dependientes de una computadora, de un celular, de un televisor, de un reproductor de MP3. Nada de eso existía cuando nacieron los creadores de Cofisa, de la Industria Nacional de Cemento —hoy Holcim—, de LA REPUBLICA. En ese entonces se era más emprendedor, más arriesgado y menos domesticado.
En esta columna comparto, parcialmente, la tesis de don Alberto Cañas de que Costa Rica lo que necesita son empresarios y no empleados. Soy un fiel creyente del libre comercio y he defendido el TLC a más no poder —y muy a pesar de las desagradables estrategias del PAC por impedir su puesta en marcha— pero también creo que Costa Rica puede mejorar por sí misma. Y la educación será la clave de nuestro futuro.
De nada nos servirá cambiar las leyes, ampliar las calles, bajar la inflación, eliminar los impuestos y cambiar la canasta básica si no logramos centrarnos en la clave del éxito, que es la educación. Los educadores de antaño eran señoras y señores con vocación de enseñar, sin huelgas absurdas, sin prebendas absurdas y con unos niveles de cultura envidiables. Hoy en día a una gran parte del profesorado nacional da grima verlo y más aún escucharlo.
Con un profesorado en el que las palabras “concecto”, “cactar” y “Pecsi” son vocablos aceptados y de uso diario, la esperanza se empieza a perder.
Finalmente, no puedo dejar pasar la oportunidad de rendir un homenaje a una mujer fuerte, valiente, estoica y con unas ganas de vivir interminables. Estas cualidades, y otras más que no menciono por falta de espacio, la han hecho sobrellevar los golpes de la vida y mantener la ilusión constante.
¡Feliz cumpleaños, mamá!
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