Si las naciones ricas realmente se preocuparan por Honduras y otros países en desarrollo, utilizarían la crisis como una oportunidad de encontrar la manera de ayudarlos
Honduras: solución sostenible
Fred Blaser - | Lunes 14 septiembre, 2009
El conflicto que vive Honduras resulta bastante triste, con un saldo de varias personas muertas y una comunidad dividida. Desafortunadamente, la solución a la crisis, propuesta por la mayoría de los países del mundo occidental, aporta poco para llevar algo de felicidad a la segunda nación más pobre de Iberoamérica. Una coalición internacional integrada por la mayoría de los países del hemisferio, así como la Unión Europea, ha recortado casi toda la ayuda a Honduras, como una manera de presionar al gobierno provisional para que acepte que el depuesto presidente José Manuel Zelaya regrese y complete su mandato. Pero estos gestos no son mucho más que una manera de permitir que varios países ricos se luzcan como defensores intrépidos de las instituciones democráticas: intrépidos en este caso porque no hay riesgo involucrado en impartir lecciones de moral a los países pobres y pequeños. Mientras tanto, ninguno de ellos insta a que se apliquen sanciones económicas contra —digamos— China, básicamente un estado de partido único sin prensa libre, que por casualidad posee billones de dólares de deuda occidental. De hecho, el plan de paz que propone la coalición no es malo. Dado que los gobiernos occidentales coinciden en garantizar que Zelaya no buscará la reelección (la crisis por cierto comenzó cuando él intentó hacerlo, a pesar de una prohibición constitucional), es escaso el riesgo de un retorno a la inestabilidad como consecuencia de su regreso. La restitución de Zelaya no representaría en sí misma un enorme avance hacia la democracia mundial; sin embargo, constituye un paso positivo. Además, el resto del mundo aceptaría los resultados de las elecciones nacionales programadas para el 29 de noviembre, lo cual significa que Honduras podría seguir adelante con un nuevo gobierno, reconocido por los demás países. Pero cuando pase la crisis, el mundo rico dejará a Honduras hundirse de nuevo en el olvido, con sus problemas crónicos de pobreza, así como la ola de crimen desenfrenado y violento. Los países ricos también volverán al inútil ciclo de prestar a Honduras miles de millones de dólares del dinero de sus contribuyentes; del cual una parte significativa será desperdiciada o robada, luego que los prestamistas generosamente condonen los montos incobrables. Si las naciones ricas realmente se preocuparan por Honduras y otros países en desarrollo, utilizarían la crisis como una oportunidad de encontrar la manera de ayudarlos, utilizando mecanismos capaces de crear beneficios sostenibles para ambas partes. Una excelente opción sería una versión moderna del Plan Marshall, con el que Europa logró recuperarse de la devastación ocasionada por la Segunda Guerra Mundial, gracias a miles de millones de dólares concedidos en ayuda financiera por Estados Unidos, administrada colectivamente por norteamericanos, así como empresarios y órganos de la administración pública locales. En el caso de Honduras, el manejo conjunto de proyectos financiados por un consorcio de países ricos —unido a la transferencia de conocimiento— aseguraría que los préstamos sean invertidos de manera productiva, creando al mismo tiempo un mercado más fuerte para los bienes y servicios de los prestamistas. Darles a los países pobres una lección de moral quizás logre que las naciones ricas se sientan bien. Si procuraran que los países pobres se vuelvan ricos, justos y seguros, les haría sentirse aún mejor.
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