Ingratitud
Arturo Jofré arturojofre@gmail.com | Viernes 23 enero, 2009
Arturo Jofré
El tema de la ingratitud salió del lugar menos esperado: el fútbol, donde algunos creíamos que ese término ya no existía. Se lamenta un dirigente de la ingratitud de aquellos deportistas que se van del club solo por dinero, sin considerar todo lo que se ha hecho por ellos. Y remata “la institución está primero”. Qué bueno, pero qué equivocado.
En un equipo de fútbol, como cualquier empresa, existe un contrato laboral, pero cada individuo va generando otro tipo de contrato, no escrito, pero de enorme valor: el contrato psicológico. La gratitud es propia de este último tipo de relación. Las personas valoran día a día el comportamiento de la empresa hacia sus empleados (no solo hacia él) y piensan especialmente en su futuro. Esos dos elementos son clave para entender la gratitud.
En el mundo corporativo se habla del “síndrome del sobreviviente” cuando una empresa despide a sus empleados de mala forma, especialmente cuando son personas leales y eficientes, los que se quedan sufren este síndrome ya que, aunque no los han tratado de la misma manera, proyectan en ellos el comportamiento “injusto” que la empresa tuvo con sus compañeros.
La búsqueda de crecimiento personal y el velar por el propio futuro es algo deseable y hay empresas que apoyan a sus trabajadores en este sentido. A veces el crecimiento significa abandono y también dolor, implica salir a buscar otros caminos y dejar atrás gente y trabajo que se aprecia, es una lógica de vida que todos deberíamos entender.
Escucho en las noticias algo recurrente: miles de personas son despedidas por cien razones distintas, todas ajenas a la cantidad y calidad del trabajo que esa gente realiza. ¿Alguien podría decir que esas empresas son ingratas? La empresa está velando por su futuro, el empleado también tiene esta opción. ¿Por qué no?
Hay instituciones que logran construir una cultura tan sólida que los empleados están dispuestos a renunciar a parte de los beneficios de su crecimiento con tal de no abandonarlas. Pero hay que crear esas organizaciones sólidas y proyectarlas en el tiempo. No es el caso del fútbol, donde los dirigentes cambian con facilidad y con ello los valores y las prácticas de trabajo.
Algunas instituciones se engañan cuando construyen una cultura de gratitud haciendo cositas intrascendentes, como cambiarles de nombre a los empleados y decirles asociados o colaboradores para que se sientan parte del negocio. No, no, nadie es tan ingenuo como para seguir confundiendo espejitos por oro. Los trucos de los consultores y “expertos” en personal son rápidamente descubiertos.
Cuando un dirigente dice, refiriéndose a estos ingratos jugadores “... y a veces ni siquiera dan las gracias”, tiene razón. Esto es de cortesía básica. Bueno, pero es la misma cortesía que han echado de menos tantos buenos jugadores a quienes nunca se les hizo una despedida decorosa. Es cierto que hay gente desagradecida, pero no hay que confundir las cosas.
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