La calidad de la educación pública
Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Martes 31 julio, 2018
Reflexiones
La calidad de la educación pública
En un mundo que cambia de forma disruptiva en múltiples aspectos y áreas del conocimiento, es difícil enfrentarse al tema de ¿cómo evaluar? y sobre todo, ¿qué evaluar en el sistema educativo? A lo largo del proceso educativo todo cambia, los alumnos, los profesores, la infraestructura, los medios tecnológicos y también, las necesidades del entorno sean estas competencias o habilidades, conocimientos o actitudes, mismas que deben requerirse para una profesión, un oficio o en general, la búsqueda de la felicidad como seres humanos. Es por eso por lo que el debate de ¿qué evaluar?, ¿a quién evaluar?, ¿cuándo? y ¿con qué medios evaluar? resulta ser esencial para el sistema social y educativo en el que hoy convivimos.
A lo mejor los medios y procesos de evaluación del siglo XX ya están obsoletos, seguramente debemos cambiar la forma y el contenido de la evaluación, seguramente tenemos que repensar la forma y el fondo de lo que hacemos en el sistema educativo. Empero, no puedo estar de acuerdo con el criterio de dejar hacer y dejar pasar en el entorno educativo. Debemos ser capaces de repensar la educación pública en sus distintos niveles y motivar serios procesos de cambio y de ajuste, mismos que requieren entusiasmo, liderazgo y esfuerzo, pero, sobre todo, evaluación permanente.
La evaluación refiere a una práctica social de muchos lustros y es esencial para evolucionar y mejorar las prácticas de lo que hacemos y cómo lo hacemos. Poner otros énfasis, evaluar resultados e impacto de lo que hacemos, más que procesos y salidas o productos, evaluar en contenido y no en forma, evaluar con sentido común y con las partes involucradas del ecosistema social y educativo. Evaluar a lo largo del tiempo y no solo como un momento al final del proceso. La evaluación debe ser un estímulo para mejorar y no una tediosa tarea administrativa cuyo fin es destrozar al ser humano, llámese alumno o profesor, que está en frente. La evaluación debe ser una actividad cuidadosa y sistemática, profundizar en las causas y no necesariamente en los efectos de los fenómenos, estar motivada e inspirada en la calidad y no necesariamente en la eficiencia de lo que hacemos.
No siempre los caminos más cortos son los mejores y en educación las metas deben ir a una evaluación individual del alumno, enmarcada en sus propias metas y en sus capacidades. Es evidente que hemos cargado de burocracia y reglamentación los procesos de evaluación del alumno, que hemos informatizado la burocracia y que cada vez más pensamos en completar un cuadro de números más que en experimentar el proceso de aprendizaje. Ni que decir de la desacertada forma de evaluar a los profesores. La evaluación requiere liberarse de esos extremismos burocráticos que pretenden controlar a los estudiantes o a los profesores, propiciando ambientes inútiles donde se prioriza la forma y no el fondo o resultado de la experiencia del aprendizaje.
Aprender a enseñar es también aprender a evaluar y a evaluarse en lo que hacemos cada día. Es mejorar con la práctica, es seguir el sentido común y por supuesto, como actividad colectiva y social, se aprende con otros y se aprende de los otros. Compartir el conocimiento es una función social central de la universidad. Compartir las formas, los métodos, las prácticas de enseñanza debería ser esencial para mejorar el colectivo, para poder crecer en calidad, sentido último y central de la evaluación.
La calidad requiere diversidad, el peor resultado educativo se alcanza cuando la endogamia académica se consolida. Como todo ecosistema social o ambiental, la diversidad es el centro de la innovación y de la supervivencia ante los cambios del entorno. Cuando todos piensan igual o son formados con los mismos instrumentos, tenemos un enorme riesgo a dejar de ser innovadores y convertirnos en complacientes partes de un ecosistema social y educativo estático. Es por eso que en la universidad se debe invertir en que sus profesores, quienes serán formadores de los nuevos aprendices, mismos que deben tener una amplia, diversa e internacionalizada formación. No existe peor receta para la calidad que exista una endogamia académica, que sean unos cuantos y de forma muy centralizada quienes digan lo que debe ser.
La calidad requiere apreciar el ecosistema educativo en el que interactuamos. Es imposible tener calidad si nuestro recurso esencial, los alumnos, no están en las mejores condiciones tecnológicas, de infraestructura, de entorno social y económico, de salud mental y física. Es por eso que el entorno juega un papel central para asegurar la calidad y debe ser una preocupación central del sistema educativo. Conectividad, bibliotecas, espacios de cultura y deporte, sana alimentación e infraestructura de laboratorios y de aulas son esenciales para una cultura de calidad. Empero, todo esto no sería potenciado sin profesores calificados y entusiastas para impartir sus cursos. Para ello, debemos propiciar la internacionalización de nuestros docentes, la integración de ellos en los círculos de investigación y extensión de su área, de sus áreas de conocimiento, mejorar sustantivamente sus habilidades pedagógicas, sus capacidades para manejar las herramientas de la tecnología, sus condiciones físicas y materiales, incluyendo acceso a bibliotecas, alimentación y esparcimiento de calidad. La salud física, mental y el desarrollo de una motivación hacia la enseñanza deben de ser prioridad para mejorar la calidad de nuestros profesores y del entorno educativo en general.
Si queremos tener buenos resultados educativos debemos invertir seriamente en la formación de nuestros maestros. Conocer dónde estamos es la tarea de una sana y concurrente evaluación, no para desvalorar a los seres humanos que hoy forman parte de nuestro ejército de educadores, sino para entender las dimensiones del reto o desafío al que nos enfrentamos. La UNA, como parte integral del sistema en cuanto formadora de los nuevos maestros y profesores de primaria y secundaria debe entender este desafío y ser parte integral de la solución. De esto hablaré en una futura columna, del desafío de la formación de los nuevos maestros y profesores.
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