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Viernes, 25 de abril de 2025



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La “cara” de Xi Jinping

José Pablo Rodríguez eterms@gmail.com | Lunes 28 abril, 2025


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José Pablo Rodríguez C

eterms@gmail.com

“Mi única pregunta es, ¿quién es nuestro peor enemigo, Jay Powell o Chairman Xi?”, escribió el presidente Trump en redes sociales en el 2019, comentario que generó una fuerte condena de parte de China. Trump no solo estaba lanzando una crítica en contra de Powell, al hacerlo, sin saberlo (o tal vez sabiéndolo demasiado bien), generaba una herida a nivel cultural en China: una “pérdida de cara”. En la cultura china, el concepto de “cara” no es una simple cuestión de orgullo personal. Ignorarla como lo ha hecho repetidamente Donald Trump, podría tener consecuencias diplomáticas que van mucho más allá de los aranceles.

Y es que, en medio de la escalada de tensiones comerciales y diplomáticas de las últimas semanas, un tema menos analizado es el rol que juegan las dinámicas sociales en las relaciones internacionales. Un ejemplo de esto es precisamente ese concepto de “cara”, como piedra angular de las interacciones sociales en China (y otros países de Asia), el cual encapsula nociones de dignidad, honor y reputación. En el contexto de la reciente guerra comercial, la importancia de la cultura de la “cara” no solo impacta las negociaciones, también amenaza con la profundización del conflicto a través de la perpetuación de un círculo vicioso de posturas, insultos y represalias.

Para comprender la cultura de la “cara” en China, se podrían utilizar los lentes constructivistas de Alex Wendt y su idea importada de la sociología a las relaciones internacionales, de identidades que se construyen mutuamente y se mantienen por medio de interacciones sociales. En otras palabras, hay un proceso interactivo de construcción intersubjetiva de la identidad y del interés. La “cara” (mianzi) no es necesariamente solo un asunto de autoestima, pues no es solamente endógena. La “cara” requiere de los otros para permitir la construcción de la identidad. En el caso de las relaciones entre naciones, cuando un país como China percibe que su “cara” está siendo amenazada (tal y como ha sucedido repetidamente a través de la crítica abierta y el menosprecio a Xi de parte de Trump), puede sentirse obligada a responder de forma más asertiva, con tal de lograr restablecer su posición y “salvar cara”. Desde la perspectiva del Partido Comunista, como institución central y monolítica en la China actual y de seguido a las reformas del 2018 que tejieron el pensamiento de Xi directamente en la Constitución, cualquier agravio a su líder o a su país es totalmente inaceptable. En la China de Xi, resuena el espíritu de lo expresado por Luis XIV en la Francia del siglo XVII. Xi es el Estado y el Estado es Xi.

En la última década hemos sido testigos de un resurgimiento en el uso de retórica confrontativa de parte de oficiales de alto rango de los Estados Unidos, que de manera sistemática menosprecian el nuevo rol de China. Incluso los mismos presidentes Obama y Trump han promovido abiertamente un sentimiento “anti-China”, siendo este uno de los pocos temas “sombrilla” que logra tender puentes entre Demócratas y Republicanos. Trump, potencialmente más complicado de “leer” que Obama para Pekín, siendo que un día dice que siente un profundo respeto por el chairman Xi y otro día está levantando aranceles de 145%. Este tipo de procesos, que sin duda buscan proyectar el poderío y dominio de los Estados Unidos sobre un sistema internacional diseñado y liderado por ellos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, provocan un golpe severo a la delicadamente curada autoimagen que China crea y promueve de sí misma a nivel interno e intenta, con un éxito debatiblemente menor, sostener en el exterior.

Esto pone al chairman Xi en una posición imposible ante su Partido y, sobre todo, ante el pueblo chino. El discurso público externo de confrontación de China por parte de los Estados Unidos no solo señala lo que considera cuestionables prácticas económicas, pero también es visto a lo interno de China como una afrenta a la dignidad nacional. Es mi opinión que esta “pérdida de cara” complica las opciones de lograr un acuerdo diplomático, forzando a la parte china a asumir una posición inflexible que no les permite ceder un solo milímetro al presidente Trump, siendo que en ojos de su pueblo esto se vería como una derrota personal y, por ende, nacional para China.

Es precisamente como resultado de estas dinámicas que, en años recientes, hemos visto lo que se ha conocido y popularizado (incluso por funcionarios diplomáticos y medios estatales chinos) como la diplomacia del lobo guerrero o en inglés “wolf warrior diplomacy”, una postura descrita por los medios occidentales como más asertiva, agresiva o combativa en la política exterior de China. Esta nueva forma de diplomacia china se aleja de las tradicionales tácticas de buscar negociaciones privadas y respuestas más mesuradas, para pasar directamente a las amenazas y la denuncia pública, con el objeto de proyectar poderío. Como es usual, dicha postura está más dirigida a un público interno en China que a otros actores del sistema internacional. Esta situación funciona como una espada de doble filo que, por un lado, busca restituir su “pérdida de cara”, pero, al mismo tiempo, mina los prospectos de una resolución negociada y pragmática.

Los medios estatales chinos, siendo la principal herramienta en el arsenal de los “nuevos lobos guerreros” de la diplomacia china, frecuentemente amplifican los sentimientos nacionalistas y presentan las disputas internacionales (no solo con Estados Unidos) bajo una luz negativa y adversa. Múltiples artículos y segmentos televisivos, así como redes sociales a lo interno de China, proyectan cualquier comentario externo sobre China como una crítica siempre injusta y como un intento de humillar a China. Estas narrativas resuenan profundamente con las audiencias domésticas, reforzando un sentimiento de orgullo nacional y de odio por un enemigo externo, que ayuda al gobierno a justificar sus políticas de corte más agresivo. Sin embargo, son precisamente estas mismas narrativas las que separan cada vez más a ambos lados. En momentos en que se dan negociaciones diplomáticas bajo estas condiciones, Estados Unidos y China corren el riesgo de quedar atrapados en intercambios percibidos como “suma cero”. Cualquier concesión brindada al otro será percibida como una debilidad.

Finalmente, el concepto de “cara” en la sociedad china ha sido objeto de amplio estudio en las ciencias sociales, incluyendo su potencial impacto en la política exterior. En el contexto actual de guerra comercial sino-estadounidense, ambos lados han quedado atrapados en un círculo vicioso de ataques que exacerba las tensiones. Mientras China intenta “salvar cara”, los Estados Unidos intentan forzar un resultado. Todo esto a contrapelo de la racionalidad que supondría la búsqueda de soluciones pragmáticas de evidente beneficio mutuo y global. La cultura de la “cara” es solo uno de muchos elementos en este complejo ajedrez geopolítico entre estos dos gigantes. Empero, luego de vivir y trabajar en Asia por más de dos décadas y conocer de cerca las culturas locales, es mi impresión que este podría ser un elemento importante y no tan frecuentemente mencionado en los análisis recientes de esta crisis. Estas técnicas de negociación de Trump han funcionado muy bien en otros contextos y con países de menor peso relativo. En el caso de la China de Xi, solo la historia dirá si serán exitosas.







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