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COLUMNISTAS


La difícil ruta de nuestra educación

Emilio Bruce ebjreproduccion@gmail.com | Viernes 09 agosto, 2024


Pocas decisiones de gobierno más preclaras que la tomada por la administración de don Juan Mora Fernández al haber hecho énfasis en la educación desde aquel modesto inicio independiente. No es de extrañar en forma alguna, ya que don Juan Mora Fernández era maestro, murió maestro, y fue muy consciente del impacto que esta tendría sobre la población.

A lo largo de nuestra historia de nación independiente esa orientación hacia el saber, la educación y el profesionalismo fue clara y sostenida. Hacia el fin del siglo XIX don Jesús Jiménez Zamora tuvo la extraordinaria iniciativa de hacer de la educación inicial del país un estudio obligatorio, gratuito y costeado por el estado esto fue consignado desde la Constitución de 1871. Hasta el día de hoy la Constitución Política de Costa Rica de 1949 recoge aquella iniciativa extraordinaria en sus artículos 52 y 53.

La educación se encuentra presente de manera indeleble en nuestra conciencia ciudadana. Es parte de nuestra cultura cívica y está establecida en nuestra idiosincrasia como la vía democrática para promover la movilidad social y el progreso individual. La educación nos ha hecho mejores y más libres.

El Estado de la Educación ha hecho señalamientos en torno a deficiencias en los índices de la educación en nuestro país sobre los que bien deberíamos todos reflexionar. La educación es el corazón del progreso individual y herramienta indispensable para seguir aprovechando el libre comercio y la inversión extranjera de países amigos.

Las pruebas PISA señalan que la educación en nuestro país presenta un rendimiento inferior al promedio de la OCDE. A pesar de ello ocupamos la quinta posición en la región de la América Latina en el año 2023.

Es fácil comprobar que algo marcha decididamente mal cuando centenares de escuelas se encuentran con órdenes sanitarias en las que se señalan condiciones inconvenientes para educadores y educandos. Basta visitar las mismas para darse cuenta del deterioro de sus instalaciones.

Las diferencias entre los colegios científicos y el resto de los colegios de educación secundaria se han ido ensanchando y la educación de nuestros campos es muy deficitaria respecto de la impartida en las ciudades. Es impresionante la diferencia entre la educación privada y la educación pública. Hace cien años la educación pública era de extraordinaria calidad y lideró durante la primera mitad del siglo XX a todas las instituciones educativas del país. El Liceo de Costa Rica, el Colegio de Señoritas, el Instituto de Alajuela y el Colegio San Luis Gonzaga eran faros extraordinarios de educación y progreso.

El entrenamiento y la actualización de los maestros y profesores en sus conocimientos y destrezas es fundamental en un proceso de cambio cuya dinámica nunca ha sido más veloz. Sobre las espaldas de los maestros, de los programas y textos renovados, de instalaciones apropiadas y sobrias y de tecnología lo más adelantada que el país pueda costear descansa el futuro de Costa Rica y de sus gentes.

Este año el presupuesto destinado a nuestra educación se ha visto reducido aún más y es el menor en muchas décadas. Muy serio y peligroso resultaría reducir la cobertura educativa de primaria y secundaria. Trágico resultaría reducir la capacidad económica de las universidades y del tecnológico si esta reducción impacta la formación de los profesionales necesarios requeridos por nuestro país para ser motor del desarrollo. La educación nacional y su progreso no descansan sobre el regateo de recursos para su fortalecimiento. El problema de mejora educativa en Costa Rica no debe tener un enfoque fiscalista en el que se reducen los recursos para preparar a nuestros niños y jóvenes para enfrentar los exigentes retos del presente y del futuro.

Si no hay recursos suficientes para la educación este es un motivo más para iniciar la reforma del estado que tanto se ha venido posponiendo y dejar de invertir recursos en instituciones que ya vieron su mejor día y algunas que ya no contribuyen mas que al empleo público.

Muchos grandes profesionales costarricenses son hijos de familias campesinas cuyo padre y abuelo ni soñaron ser universitarios. Esta ha sido la génesis de nuestras clases medias y de las capas ascendentes que han democratizado al país y generaron un gran estado de satisfacción en el pasado. Muchas estimables damas costarricenses han logrado graduarse profesionalmente en nuestras universidades, han forjado sus familias en amor y en educación y han dado ejemplo de que no solo son los padres e hijos los que pueden surgir y profesionalizarse, sino que las mujeres tienen capacidades sobradas para hacerlo y para ejercer su liderazgo social.

La educación ha sido vínculo social, familiar y profesional que ha creado el círculo virtuoso por excelencia en nuestro país. Este círculo virtuoso ha impulsado nuestro desarrollo comunitario, familiar y económico y nos ha hecho, entre otras cosas positivas, una potencia industrial médica de precisión. Sin educación técnica y universitaria no habría sido posible aprovechar las oportunidades ofrecidas por el libre comercio o las iniciativas de los Estados Unidos para generar vínculos cercanos de inversión en la industria electrónica. Nuestra educación y nuestras universidades de calidad han sido factores de motivación para la inversión extranjera directa.

No podemos dejar que la educación se desmejore más. Debemos luchar por su superación. Indispensable resulta que las evaluaciones de los educadores orienten al país en las áreas de re entrenamiento y de mejor capacitación.

No podemos dejar que lo que allá lejos en la historia se inició con don Juan Mora Fernández y luego con don Jesús Jiménez Zamora con sus iniciativas visionarias se nos desmejore en el siglo XXI. Simplemente no es aceptable argumentar contra la importancia de la educación costarricense. Que el apagón educativo sufrido por la pandemia se vea inundado de luz en un majestuoso programa nacional por superarnos, educando en excelencia a las nuevas generaciones.

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