"La diplomacia de Biden quedó sepultada en las ruinas de los edificios destruidos por Israel con bombas de EE.UU."
Tom Bateman - Corresponsal en el Departamento de Estado de EE.UU. | Miércoles 09 octubre, 2024
Hace un año y luego de los ataques del 7 de octubre y del inicio de la ofensiva israelí en Gaza, Joe Biden se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar Israel en tiempos de guerra.
Lo vi fijar la mirada en las cámaras de televisión, después de reunirse con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el gabinete de guerra en Tel Aviv, y decirle al país: “No están solos”.
Pero también instó a sus líderes a no repetir los errores que cometió un Estados Unidos “enfurecido” después del 11 de septiembre de 2001.
En septiembre de este año, en las Naciones Unidas en Nueva York, el presidente Biden encabezó una lista de líderes mundiales que abogaron por la moderación entre Israel y Hezbolá. Netanyahu respondió así: el largo brazo de Israel podría llegar a cualquier lugar de la región.
Noventa minutos después, los pilotos israelíes dispararon bombas “antibúnkeres” suministradas por EE.UU. contra edificios del sur de Beirut (Líbano). El ataque mató al líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, y marcó uno de los puntos de inflexión más importantes desde que Hamás lanzó su ataque contra Israel el 7 de octubre.
La diplomacia de Biden quedó sepultada bajo las ruinas de un ataque aéreo israelí con bombas suministradas por EE.UU.
He pasado la mayor parte del último año observando de cerca la diplomacia estadounidense, viajando con el grupo de prensa que sigue al secretario de Estado, Anthony Blinken, a Medio Oriente, donde trabajé durante siete años hasta diciembre pasado.
El objetivo principal, tal como lo declaró la administración Biden, ha sido lograr un alto el fuego para la liberación de rehenes en Gaza.
Lo que está en juego no podría ser mayor. Un año después de que Hamás se abriera paso a través del muro perimetral militarizado hacia el sur de Israel, donde mató a más de 1.200 personas y secuestró a 250. Decenas de rehenes, incluidos siete ciudadanos estadounidenses, siguen en cautiverio, y se cree que un número significativo está muerto.
En Gaza, la masiva ofensiva de represalia de Israel ha matado a casi 42.000 palestinos, según cifras del Ministerio de Salud dirigido por Hamás, mientras que el territorio ha quedado reducido a un paisaje lunar de destrucción, desplazamiento y hambre.
Miles de palestinos más están desaparecidos. Las Naciones Unidas han dicho que un número récord de trabajadores humanitarios han muerto en los ataques israelíes, mientras que organizaciones no gubernamentales han acusado repetidamente a Israel de bloquear los envíos de ayuda, algo que su gobierno ha negado sistemáticamente.
Mientras tanto, la guerra se ha extendido a la Cisjordania ocupada y al Líbano. La semana pasada, Irán disparó 180 misiles contra Israel en represalia por el asesinato de Hasán Nasrallah, líder del Hezbolá, grupo respaldado por Irán. El conflicto amenaza con profundizarse y envolver la región.
Victorias y derrotas
Como corresponsal en el Departamento de Estado, he visto cómo la administración Biden ha intentado apoyar y contener simultáneamente al primer ministro israelí Netanyahu. Pero su objetivo de desactivar el conflicto y negociar un alto el fuego ha sido elusivo en todo momento.
Los funcionarios estadounidenses afirman que su presión cambió la "forma de las operaciones militares" israelíes, una probable referencia a la creencia dentro de la administración de que la invasión a Rafah, en el sur de Gaza, fue más limitada de lo que habría sido de otra manera, incluso con gran parte de la ciudad ahora en ruinas.
Antes de la invasión de Rafah, Biden suspendió un único envío de bombas de 2.000 y 500 libras mientras intentaba disuadir a los israelíes de un ataque total.
Pero el presidente se enfrentó inmediatamente a las críticas de los republicanos en Washington y de Netanyahu, quien comparó esto con un “embargo de armas”. Desde entonces, Biden ha levantado parcialmente la medida y nunca la ha repetido.
Desde el Departamento de Estado aseveraron que su presión logró que fluyera más ayuda, a pesar de que la ONU informó de condiciones similares a la hambruna en Gaza a principios de este año.
“Es a través de la intervención, la participación y el arduo trabajo de EE.UU. que hemos podido hacer llegar la asistencia humanitaria a los habitantes de Gaza, lo que no quiere decir que esta sea… misión cumplida. No lo es en absoluto. Es un proceso en curso”, declaró el vocero del Departamento, Matthew Miller.
En la región, gran parte del trabajo de Biden ha sido realizado por su diplomático en jefe, Anthony Blinken.
Blinken ha realizado diez viajes a Oriente Medio desde octubre en vertiginosas rondas de negociaciones, el lado visible de un esfuerzo, junto con el trabajo secreto de la CIA, para intentar cerrar un acuerdo de alto el fuego en Gaza entre Israel y Hamás.
Pero he visto cómo se frustraban múltiples intentos de cerrar el pacto.
En la novena visita de Blinken, en agosto, mientras volábamos en un avión militar de transporte C-17 por la región, los estadounidenses se fueron exasperando cada vez más.
Una gira que comenzó con el optimismo de que un acuerdo podría estar al alcance, terminó con nuestra llegada a Doha, donde le dijeron a Blinken que el Emir de Qatar -cuyo papel es fundamental en la comunicación con Hamás- estaba enfermo y no podía verlo.
¿Un desaire? Nunca lo supimos con certeza (los funcionarios aseguraron que más tarde hablaron por teléfono), pero el viaje parecía que se desmoronaba después de que Netanyahu afirmara que había "convencido" a Blinken de la necesidad de mantener tropas israelíes a lo largo de la frontera de Gaza con Egipto como parte del acuerdo. Esto fue un factor decisivo para Hamás y los egipcios.
Un funcionario estadounidense acusó a Netanyahu de intentar sabotear el acuerdo. Blinken voló desde Doha sin haber ido más allá del aeropuerto. El acuerdo no iba a ninguna parte y regresamos a Washington.
En su décimo viaje a la región el mes pasado, Blinken no visitó Israel.
¿Diplomacia superficial?
Para los críticos, incluidos algunos ex funcionarios, el llamado de EE.UU. a poner fin a la guerra mientras se suministra a Israel al menos US$3.800 millones en armas por año, además de conceder solicitudes complementarias desde el 7 de octubre, ha supuesto una falta de aplicación de la influencia o una contradicción absoluta.
Los analistas han asegurado que la actual expansión de la guerra marca, de hecho, una demostración más del fracaso de la diplomacia estadounidense.
“Decir que [la administración] llevó a cabo la diplomacia es cierto en el sentido más superficial, ya que llevaron a cabo muchas reuniones", concedió el ex oficial de inteligencia Harrison J. Mann.
"Pero nunca se hizo ningún esfuerzo para cambiar el comportamiento de uno de los principales actores: Israel”, aclaró el mayor del ejército estadounidense, quien trabajaba en la sección de Medio Oriente y África de la Agencia de Inteligencia de Defensa al momento de los ataques del 7 de octubre.
Mann dimitió a principios de este año en protesta por el apoyo de EE.UU. a la ofensiva de Israel en Gaza y por el número de civiles muertos con armas estadounidenses.
Los aliados de Biden rechazan rotundamente las críticas y señalan, por ejemplo, el hecho de que su diplomacia, junto a la de Egipto y Qatar, que mediaron con Hamás, dio como resultado la tregua de noviembre pasado, la cual permitió la liberación de más de 100 rehenes en Gaza a cambio de unos 300 prisioneros palestinos retenidos por Israel.
Los funcionarios estadounidenses también afirman que la administración disuadió a los líderes israelíes de invadir el Líbano mucho antes en el conflicto de Gaza, a pesar del lanzamiento de cohetes transfronterizos entre Hezbolá e Israel.
El senador Chris Coons, un leal a Biden, que forma parte del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, aseveró que es fundamental sopesar la diplomacia de Biden en el contexto del último año.
"Creo que hay responsabilidad de ambas partes por la negativa a cerrar la brecha (para alcanzar un acuerdo), pero no podemos ignorar ni olvidar que Hamás lanzó estos ataques", afirmó.
"(Pero la diplomacia) ha tenido éxito en prevenir una escalada, a pesar de la provocación repetida y agresiva de los hutíes, de Hezbolá y de las milicias chiítas en Irak, y ha logrado que participen varios de nuestros socios regionales", indicó.
El ex primer ministro israelí Ehud Olmert, por su parte, precisó que la diplomacia de Biden ha supuesto un nivel de apoyo sin precedentes, y señaló el enorme despliegue militar estadounidense, que incluye grupos de ataque con portaaviones y un submarino de energía nuclear, que ordenó tras el 7 de octubre.
Pero cree que Biden no ha podido superar la resistencia de Netanyahu.
“Cada vez que estuvo cerca de hacerlo, Netanyahu de alguna manera encontró una razón para no cumplir, por lo que la principal causa del fracaso de esta diplomacia fue la oposición constante de Netanyahu”, aseveró Olmert.
El exmandatario señaló que un obstáculo para un acuerdo de alto el fuego ha sido la dependencia de Netanyahu de los ultranacionalistas “mesiánicos” de su gabinete que apuntalan a su gobierno.
Estos sectores están haciendo campaña para una respuesta militar aún más fuerte en Gaza y Líbano. Dos ministros de extrema derecha amenazaron este verano con retirar su apoyo al gobierno de Netanyahu si firmaba un acuerdo de alto el fuego.
“Poner fin a la guerra como parte de un acuerdo para la liberación de rehenes significa una gran amenaza para Netanyahu y él no está dispuesto a aceptarlo, así que lo está violando y arruinando todo el tiempo”, agregó.
El primer ministro israelí ha rechazado repetidamente las acusaciones de que bloqueó el acuerdo, insistiendo en que estaba a favor de los planes respaldados por EE.UU. y que solo buscaba “aclaraciones”, mientras que Hamás cambiaba continuamente sus demandas.
Una cuestión de influencia
Pero sea cual sea la diplomacia, mucho se ha dicho sobre la relación entre el presidente estadounidense y Netanyahu.
Los hombres se conocen desde hace décadas, la dinámica ha sido a menudo amarga, incluso disfuncional, pero las posiciones de Biden son anteriores incluso a su relación con el primer ministro israelí.
Biden es un apasionado proisraelí, a menudo ha hablado de sus visitas al país cuando era un joven senador a principios de los años 70. Tanto los partidarios como los críticos coincidieron en el apoyo infalible de Biden al Estado israelí, algunos lo citan como una desventaja, otros como una ventaja.
En definitiva, para los críticos del presidente, su mayor fracaso a la hora de ejercer presión sobre Israel ha sido la magnitud del derramamiento de sangre en Gaza.
En el último año de su único mandato, miles de manifestantes, muchos de ellos demócratas, han salido a las calles y campus universitarios para denunciar sus políticas y alzar carteles con la leyenda “Joe, el genocida”.
La mentalidad de Biden, que sustenta la posición de la administración, se formó en un momento en que se consideraba que el naciente Estado israelí estaba en peligro existencial, explicó Rashid Khalidi, profesor emérito de Estudios Árabes Modernos en la Universidad de Columbia.
"La diplomacia estadounidense ha sido básicamente: 'lo que Israel demande y requiera para la guerra, se lo daremos'", apuntó Khalidi.
"Eso significa que, dado que este gobierno (israelí) quiere una guerra aparentemente interminable, porque ha establecido objetivos de guerra que son inalcanzables -(incluida) la destrucción de Hamás-, EE.UU. es un carro atado a un caballo israelí", ilustró.
El experto sostuvo que el enfoque de Biden frente al conflicto actual ha estado determinado por una concepción obsoleta del equilibrio de fuerzas estatales en la región, que no toma en cuenta la experiencia de los palestinos apátridas.
"Creo que Biden está atrapado en un túnel del tiempo. No puede ver cosas como son: 57 años de ocupación, una matanza en Gaza, si no es desde el punto de vista israelí", afirmó.
Hoy, alertó el profesor Khalidi, una generación de jóvenes estadounidenses ha presenciado escenas de la Franja en las redes sociales y muchos tienen una perspectiva radicalmente diferente.
"Saben de Gaza por lo que la gente que vive allí publica en Instagram y TikTok", apuntó.
Kamala Harris, de 59 años, sucesora de Biden como candidata demócrata en las elecciones presidenciales del próximo mes contra Donald Trump, de 78 años, no viene con el mismo bagaje generacional.
Sin embargo, ni Harris ni Trump han establecido ningún plan específico más allá de lo que ya está en proceso sobre cómo llegarían a un acuerdo.
Las elecciones todavía pueden ser el próximo punto de inflexión en esta crisis que se está intensificando drásticamente, pero aún no está claro cómo.
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