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Lunes, 14 de octubre de 2024



COLUMNISTAS


La justicia social, el progreso económico y la armonía con la naturaleza son posibles y compatibles… pero no fáciles

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 14 octubre, 2024


Después de la II Guerra Mundial Costa Rica ha tenido un progreso social, económico y ambiental satisfactorio si nos comparamos con América Latina.

Pero nuestro progreso económico, disminución de la pobreza y nivel de desigualdad no son satisfactorios si nos comparamos con naciones de Asia o de Europa que han avanzado mucho más, incluso algunas arrancando con niveles de PIB per cápita muy inferiores al nuestro en los años cincuenta.

El desarrollo es una meta complicada.

Desde la II Guerra Mundial un buen número de naciones, incluyendo muchas de las latinoamericanas entre las que estamos, han alcanzado niveles medios altos de desarrollo (definidos por el Banco Mundial como aquellos con Ingreso Nacional Bruto per cápita entre $4.516 y $14.005 en 2023). Pero pocas en nuestra región y en el mundo han logrado superar esa etapa. En América Latina Chile con $15.820, Panamá con $18.100 y Uruguay con $19.530 son los que la han superado, y están entre lo países con menor ingreso entre los de altos ingresos. Nosotros con $13.850 estamos cerca de la frontera con los países de alto ingreso, pero no estamos encaminados a lograr superarla pronto, y menos a crecer hacía los niveles promedio de los países de alto ingreso.

No es lo mismo crecer integrándose a los mercados mundiales y a sus cadenas globales de valor cuando se parte de niveles muy bajos de producción por habitante y con salarios muy reducidos, que hacerlo cuando esos salarios gracias al crecimiento ya se han elevado, y los incrementos de productividad no son suficientes para compensarlos, haciendo muy difícil expandir sus exportaciones.

En la primera década de este siglo parecía que las naciones de ingresos medios en América Latina estaban dando ese salto, que otras naciones, que eran más pobres que las nuestras hace 70 años, ya habían dado.

Pero en los últimos años hemos vivido el desencanto que surgió de los gobiernos populistas, de la caída de los precios de las materias primas, de la falta de acuerdos políticos para profundizar las reformas económicas y de ausencia de las transformaciones de los estados que son necesarias para incrementar más aceleradamente la productividad; y también de la desaceleración de la economía y el comercio mundiales.

Hace 7 años publiqué en estas páginas ¿Cómo saltar al desarrollo? En el que hice referencia a esta trampa de los ingresos medios, y a los aportes de Alejandro Foxley, un economista chileno que colaboró intensamente al éxito de la muy exitosa transición a la democracia, manteniendo el rumbo de la política económica de mercado.

Por esas fechas Foxley había escrito “La Segunda Transición” indicando las lecciones que nos dan las naciones que han logrado evadir “la trampa del ingreso medio” (título de un anterior libro de su autoría).

En ese libro nos señala tres condiciones que han cumplido países exitosos en esa segunda transición como Finlandia, Irlanda y Australia: 1) Una reforma de la educación para hacerla pertinente al desarrollo de las habilidades técnicas, literarias y científicas que demanda el desarrollo; 2) Una reforma del estado para hacerlo eficiente en el uso de recursos y en la satisfacción de las necesidades de ciudadanos y empresas atrayendo a los mejores ciudadanos y no manteniendo una burocracia fosilizada, y 3) Un acuerdo entre los principales actores sociales para llevar adelante esas necesarias transformaciones.

Esos son nuestros retos fundamentales que se satisfacen poco a poco, gradual y progresivamente a través de un tiempo que va mucho más allá de un solo período presidencial.

Afirmé en ese artículo de 2017 que desdichadamente me parecía que estábamos lejos de poder enfrentar esos retos.

Hoy la situación es aún más negativa.

La educación pública se ha deteriorado con relación a esa fecha, aunque se ha disminuido el tamaño relativo del estado en la economía y se ha enfrentado con éxito el grave deterioro fiscal que entonces vivíamos; se ha avanzado muy poco en eficiencia del estado (i.e. CCSS, ICE, INA, AyA, infraestructura, tiempos para resolver juicios, seguridad ciudadana) y la sociedad está más polarizada, enfrentada con mayor animosidad y tiene menor capacidad de acordar soluciones que en ningún momento desde 1948, salvo talvez la época de la crisis de los años ochenta.

Este año el Banco Mundial publicó The Middle-Income Trap (La Trampa de los Ingresos Medios) y señala que para dejar esa trampa lo esencial es aumentar la eficiencia del estado y del sector privado de la economía.

Para ello los países que están en la categoría de ingresos medios además de promover la inversión, en una primera instancia (países de ingresos medios bajos) deben propiciar la adaptación de las tecnologías eficientes de otras naciones y la estructura institucional que su uso requiere y en una segunda instancia (países de ingresos medios altos como Costa Rica) deben además generar la innovación que permita aumentar la eficiencia y acercarnos a la productividad de los países en la frontera de la producción.

Para lograr la adopción de tecnologías más eficientes y aún en mayor medida para lograr implantar la innovación es esencial la destrucción creativa de la que nos habló ya hace cien años Schumpeter. Este documento afirma que se deben destruir arreglos anticuados de las empresas, de las ocupaciones, de tecnologías, de políticas públicas, de contratos privados y de instituciones públicas pues ello es esencial para que pueda darse la adaptación de tecnologías productivas de otros países más avanzados y la innovación local.

Las empresas y las instituciones públicas existentes, estás últimas con mayor poder para lograrlo, tienen grandes incentivos para mantener el statu quo y sus privilegios, y así limitar la competencia.

Este es uno de los mayores obstáculos que se deben superar para tener éxito en vencer la trampa de los ingresos medios.

Lo vivimos durante mi gobierno cuando se dio al traste con las propuestas que propusimos para derribar los arreglos anticuados que impedían el avance más acelerado en eficiencia. Se nos impidió abrir los monopolios estatales, vender activos que podían ser utilizados con mayor productividad por el sector privado y se generaban recursos para las actividades estatales que debíamos aumentar como educación, salud e infraestructura y no se continúo con la concesión de obra pública que realizamos para construir más, mejores y mejor mantenidas carreteras.

Tampoco se quiso modernizar la capacidad del sector publico para tomar decisiones cambiando la forma de elegir diputados, migrando a un sistema semiparlamentario, limitando la intervención de la Contraloría en cuanto a decisiones discrecionales de la administración. Para aumentar la eficiencia en el sector productivo nacional tampoco, se quiso y ni siquiera ahora 22 años después se ha podido, cambiar la jornada laboral para adaptarnos a la necesidad de las empresas con grandes costos por trabajar en condiciones de atmosfera controlada y otras semejantes y ser más competitivos en el sector privado. Ni se ha logrado avanzar mayor cosa en la alfabetización en inglés, ni en difundir la enseñanza dual, ni en que el INA -que tiene abundancia de recursos- capacite a más personas en carreras que de verdad demandan personal especializado.

De verdad que nos urge poder satisfacer la tercera de las condiciones que señaló Foxley para vencer la trama de los ingresos medios: Un acuerdo entre los principales actores sociales para llevar adelante esas necesarias transformaciones.

Nos urge hacerlo. Lo demandan la justicia social, el progreso económico y la armonía con la naturaleza.

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