La moral y la economía convergen
Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 31 agosto, 2020
La nueva normalidad debe ser una mejor normalidad, señalan los Obispos del CELAM en su carta a los gobernantes y líderes de América Latina y el Caribe del pasado 21 de agosto.
Esta nueva y mejor normalidad, que muchos hemos venido llamando El Gran Reinicio, no puede ni debe ser un simple retorno a como venían “las cosas” antes de la pandemia.
El día después del COVID-19 no puede ser volver a cómo eran “las cosas” antes de su irrupción porque nos encontraremos con una realidad diferente: con mayor pobreza, con mayor desempleo, con un uso de tecnologías de infocomunicación en el estudio y en el trabajo que dejarán cambios profundos, con mayor desconfianza entre las naciones y menor aprovechamiento de las cadenas internacionales de valor, con mayor enojo de los ciudadanos y menor confianza en el conocimiento, en los líderes y posiblemente en la democracia. La Carta de los Obispos lamenta el “grave deterioro de la salud mental, que se expresa en la violencia y el miedo que atenta contra la libertad, fundamento de la democracia.”
No debe ser porque “las cosas” no venían bien ni en nuestro país ni en nuestra región del mundo: el crecimiento no era ni suficiente ni participativo en los últimos años, la pobreza la desigualdad y el desempleo habían dejado de disminuir, la productividad no convergía hacia los niveles de las naciones económicamente más avanzadas, la educación mostraba que los jóvenes de nuestro continente a los 15 años sufren dos años escolares de atraso en sus habilidades matemáticas, literarias y científicas. En Costa Rica, además, ya el desbalance fiscal y el crecimiento del endeudamiento público eran claramente insostenibles y las medidas para enfrentarlos, tardíamente adoptadas en 2018, ya habían mostrado su insuficiencia con los resultados de 2019.
Por esas razones el Gran Reinicio debe ser oportunidad para emprender una ruta con mayor equidad y mayor eficiencia.
Mayor eficiencia para que la tortilla de la producción social crezca más aceleradamente, lo que no se logra con solo buenas intenciones y denuncias, ni se alcanza si el estado escoge ganadores y perdedores. Se requiere hacer buen uso de los escasos recursos productivos en beneficio de la presente y las futuras generaciones. Para ello los mercados deben ser competitivos y abiertos; la institucionalidad debe promover investigación e innovación; la economía debe ser estable y los trámites y servicios gubernamentales eficientes; se debe capacitar a los trabajadores; las reglas para proteger la propiedad, la libre contratación y para solucionar conflictos deben ser transparentes y aplicarse por igual a todos. Se deben tener en cuenta hoy los intereses de las generaciones del mañana.
Mayor equidad para que la tortilla se reparta con mayor justicia. La regla fundamental es promover cada vez mayor igualdad de oportunidades. Esto demanda transformaciones fundamentales en la educación pública y en la formación y reentrenamiento laboral; en la eficiencia de los programas sociales universales como educación, salud y seguridad social, y en los focalizados como los destinados a generar oportunidad de bienestar y de inserción laboral o empresarial a las personas con condiciones que obligan a brindarles atención especializada: ancianos, personas con alguna discapacidad, niños, grupos socialmente discriminados o marginados.
El Gran Reinicio debe ser la convergencia del conocimiento de la ciencia económica y de la valoración moral de las acciones, convergencia que en buena parte del pensamiento social se ha venido reconociendo y que debe guiarnos a quienes proponemos políticas basadas en la cultura judeocristiana. Para ello es preciso conciliar la lógica del intercambio que sustenta la eficiencia, con la ética del amor que da pie a la equidad. Como lo señala el Papa Benedicto XVI en Caritas in Veritate: “la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y… el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad”. Este camino permite “La esperanza (que) sostiene a la razón y le da fuerza para orientar la voluntad.”
Oigamos a los obispos “para que junto con nuestros pueblos y con apoyo de la comunidad científica construyamos creativamente soluciones conjuntas”.
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