La pipa hondureña de la paz
Luis Alberto Muñoz redaccion@larepublica.net | Viernes 10 julio, 2009
La pipa hondureña de la paz
El conflicto político que vive hoy Honduras no merece ni una gota de sangre. Es inútil porque la pelea en el fondo es por orgullo, vanidades, y no por el bienestar de su gente.
El caudillismo es el falso profeta que se presenta a un pueblo deprimido en la pobreza, amenazado por la delincuencia y harto de la falta de oportunidades.
Honduras perdió su pipa de la paz, extravió su capacidad para llegar a acuerdos de una manera democrática y civilizada.
Ahora sus líderes, aunque mucho les pese en su orgullo, tendrán tarde o temprano que verse cara a cara y enfrentar con humildad sus errores.
Este pacto es algo más que un documento político de reconciliación, más bien deberá ser la base para una nación más equitativa y solidaria.
Ni el pueblo hondureño ni ninguno en el mundo merece el despiadado engaño del ejercicio del poder de unos pocos que maquillan sus intereses con colores democráticos.
Los países centroamericanos no pueden ser administrados como fincas, en las que cada cierto tiempo las oligarquías se rotan el poder.
En los latifundios hay mandamases y dictadores, en las democracias no.
La pipa hondureña de la paz es su propia Constitución.
Aquella que fue despreciada y pisoteada, tanto por quienes alegan un deseo de reformarla como por quienes la irrespetaron con el pretexto de defenderla.
La paz para el pueblo hondureño llegará cuando su Constitución sea valorada y para ello sus líderes tendrán que considerar con extremo cuidado los ornamentos con los cuales fue elaborado este objeto de culto que su sociedad tanto anhela.
Manuel Zelaya y Roberto Micheletti, por venir del mismo partido político, representan una cara de la misma moneda, si se mira con atención en la otra cara está el pueblo, a quien verdaderamente se ha ignorado en esta crisis.
Precisamente el secreto de la democracia es el poder de la mayoría, la representación de los intereses colectivos sobre los individuales.
Ahora es imperante que los responsables de este conflicto compensen el desprecio perpetrado hacia su propio pueblo, hacia su Constitución, es decir hacia la capacidad de la sociedad hondureña para dialogar y disentir de manera civilizada.
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