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La tragedia sin fin

Arturo Jofré arturojofre@gmail.com | Viernes 03 julio, 2009



La tragedia sin fin


A veces hay grupos que se unen para secuestrar a una sociedad y manejarla a su arbitrio, protegiendo así mezquinos intereses. Esa es la tragedia de Honduras, el resto de lo que ocurre es un sainete de contradicciones que desnuda a los actores políticos en toda su dimensión. Honduras ha carecido por décadas de líderes con visión de país en la política, en el sector empresarial, en medios de comunicación, en la justicia, en la universidad pública y en otras áreas claves del espectro social. Los líderes se han preocupado de no tocar el sistema, acomodándose cada uno lo mejor que pueda dentro de él. Por eso la democracia hondureña es débil.
El intocable sistema que se cuida como joya de museo nos muestra a una sociedad con una de las tasas de pobreza más altas de todo el continente: el 70% de la población está hundida en ella. Lo más trágico es que casi la mitad de la población vive en extrema pobreza, alcanzando al 70% en las zonas rurales. Este intocable sistema ha alimentado a una fuerza militar que consume la mayor proporción del PIB de Centroamérica. Un sistema que hizo emigrar masivamente a parte de su población hacia Estados Unidos. Un sistema que es percibido como el más corrupto de Centroamérica y que está entre los más corruptos de América Latina (Transparencia Internacional).
Las grandes divergencias políticas en Honduras han respondido a personalismos, a un juego de quien toma más en la piñata del poder, que a la búsqueda de soluciones a los grandes problemas. La llegada y la salida del poder ha sido un juego macabro. El siglo recién pasado fue una sucesión de golpes militares, violaciones a la Constitución Política, fraudes electorales, masacres para reprimir a los descontentos.
El sainete actual tiene alguna similitud con lo que le ocurrió al presidente Villeda Morales en 1963, cuando un sangriento golpe militar lo deportó a Costa Rica apenas dos semanas antes de concluir su periodo constitucional. En ese caso el golpe se dio para evitar que asumiera el nuevo presidente electo, así llega al poder el coronel López Arellano y la tragicomedia sigue su curso.
Zelaya empezó a tocar sin ninguna habilidad política la joya del museo y logró así que todas las fuerzas del establishment se unieran contra él. Para deshacerse del Presidente, el establishment fue actuando de manera increíblemente torpe, en la forma y en el fondo, convirtiéndose así en el mayor promotor de Zelaya en el plano internacional.
No importa cuán difícil es hacer los cambios en una democracia, el desafío siempre será convencer para avanzar. Eso nunca lo entendió el presidente Zelaya. Como si esto fuera poco, se contagió con la fiebre de la reelección y el resto es historia.
Hace apenas un par de décadas, este golpe militar sería uno más, ahora el escenario es otro. Muchos están observando qué ocurrirá en este caso, por eso América Latina y el mundo deben seguir actuando con firmeza. Ojalá que los líderes hondureños saquen lecciones de este triste capítulo.

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