La falacia de la objetividad en la política
Claudio Alpízar redaccion@larepublica.net | Jueves 11 agosto, 2016
Tener una posición, una predilección y un sueño de sociedad no está mal en el análisis, siempre y cuando quien lo escuche tenga claro desde dónde analiza quien lo hace
SIN TREGUA
La falacia de la objetividad en la política
Con frecuencia hago referencia a que todo análisis sociopolítico está impregnado de la subjetividad de quien lo realiza, quien tiene sus creencias y predilecciones con una visión de sociedad y del país que le son inherentes.
Los jóvenes lo hacen con más pasión e idealismo, varían con el transcurrir de los años y las experiencias de sus vidas, en ocasiones dosifican posiciones y en otras las incrementan. Tal vez por eso, entre broma y serio, Bernard Shaw (1856-1950) dijo que "la juventud es una enfermedad que se cura con los años".
Los de mayor edad hemos “engordado” nuestro sujeto con una experiencia que dificulta aún más la objetividad. Vemos los eventos con mayor madurez, pero también más subjetivos por lo interiorizado en muchos años. William Shakespeare (1564-1616) decía que “los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes”.
Cuando un análisis no gusta, lo normal es oír al afectado reclamar falta de objetividad, y no deja de tener razón, pues quien analizó, igual que él, tiene sus preferencias sobre una sociedad que prioriza y promueve.
A muchas personas les encanta que les engañen con la falacia de la objetividad, de la imparcialidad; en ocasiones una posición cómoda y complaciente para todos. Sucede con los políticos cuando quieren quedar bien con toda la gente —imposible— y al no tener posiciones claras el efecto es contrario: quedan mal con todos.
Tener una posición, una predilección y un sueño de sociedad no está mal en el análisis, siempre y cuando quien lo escuche tenga claro desde dónde analiza quien lo hace.
Recientemente vimos al Presidente de Estados Unidos, Barack Obama participando en la Convención del Partido Demócrata. Durante las elecciones partidarias no mostró sus preferencias entre Hillary Clinton y Bernie Sanders, aunque todos sabíamos que su preferida era la exsecretaria de Estado. Así se mostró neutral, no objetivo, pues su sujeto ya estaba definido.
Ya en la Convención de su partido Obama participó abiertamente, por cierto, con un gran discurso a favor de su partido y su candidata, llamó a votarla y criticó fuertemente al rival republicano Donald Trump.
En Costa Rica, buscando esa falacia de la objetividad, el Presidente de la República esta inhibido de participar en actividades de su partido. Es obligado a ser un “tránsfuga legítimo” y debe cuidar referirse en forma positiva a su partido; mucho menos mostrar apoyo al próximo candidato. Debe fingir imparcialidad.
Empero, cuando es atacado por la ciudadanía y los adversarios políticos estos sí le indilgan el ser representante y responsable del accionar de su partido político. ¡No hay hipocresía política mayor!
En política nadie es objetivo, ni el que tiene una ideología ni el que no la tiene, y cuidado si el que la tiene no es quien hace el mayor esfuerzo para controlar sus posiciones y así ser neutral en sus análisis.
Por su parte, el que no la tiene actúa y juzga tan solo por pasión o resentimientos, con un “pragmatismo” espeluznante que le hace cambiar constantemente de posición o color como el camaleón.
Es imposible estudiar los fenómenos sociopolíticos sin juicios de valor, más en los prioritarios y de mayor discusión. Tal vez por eso el tocayo Claude Leví Strauss (1908-2009) concluyó que “el sabio no es el hombre que proporciona las respuestas verdaderas, es el que formula las preguntas verdaderas”.
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