La política debe evolucionar
Juan Carlos Pérez juaperhe@costarricense.cr | Sábado 13 octubre, 2007
Superado el referéndum, son muchas las conclusiones externadas y, en lo personal, prefiero alejarme de los razonamientos triunfalistas o llenos de frustraciones, los análisis desfasados de la realidad del siglo XXI, y de las limitadas valoraciones en blanco y negro que sobre nuestro tiempo suelen hacerse. Pero, muy especialmente, de aquellas observaciones forjadas a la luz de verdades relativas, que lejos de contribuir al esclarecimiento de lo sucedido el pasado 7 de octubre, revelan, entre líneas, la incontenible lucha por el poder que alimenta la llama de la política.
En esta ocasión, prefiero traer a la mesa la afirmación del desaparecido sociólogo latinoamericano Norbert Lechner, quien sostenía, a mediados de la década de 1990, que la transición hacia la democracia experimentada por América Latina en aquellos años, nos estaba haciendo perder de vista que la política se encontraba en evolución. En sus propias palabras: “Por largo tiempo, prevaleció una visión estática de la política que contrasta con la fácil distinción entre diversos estilos artísticos o incluso de estilos de desarrollo económico. A la luz de una idea a la vez inmutable y difusa de la política, se prestaba gran atención a los cambios políticos, pero no a los cambios de la política”.
Hoy, una rápida radiografía nos demostraría que la sociedad costarricense es más rica pero más desigual. Asunto que alimentó, durante el referéndum, el peligroso discurso de la lucha de clases y el cuestionamiento a la institucionalidad.
Sin duda, el predominio de la dinámica de mercado en muchos de los espacios que antaño eran propios de la política, han configurado un ciudadano más individualista. Lo que ha restringido el campo de la política para responder a desafíos cuyas reglas obedecen más y más a cánones incompresibles para mentalidades aferradas al pasado.
Lo anterior hace inevitable que reine en la política un desmesurado énfasis por el oportunismo, la imagen, un profundo vacío en el discurso y posturas encaminadas a capitalizar el glamour de los escenarios que, en otros tiempos, exigían cierta profundidad en el mundo de las ideas.
Indudablemente, nos hallamos en uno de esos puntos de inflexión en la historia donde es poco meritorio el ejercicio de la política. Pero, contrario a la percepción imperante, la solución no se encuentra en desdeñar su importancia para la sociedad. El reto consiste en alinear la manera de hacer y de pensar la política con las grandes transformaciones que estamos experimentando.
Es urgente, si pretendemos una sociedad más solidaria y menos fragmentada, una profunda reflexión sobre los mecanismos necesarios para que la política recobre la dignidad perdida. Y todo ello pasa por resolver inteligentemente las diferencias propias de un orden social imperfecto. De lo contrario, seguirá creciendo el desencanto del ciudadano con esta actividad y, con ello, su principal manifestación: el abstencionismo electoral.
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