Las masculinidades tóxicas
Larissa Arroyo larissa@acceder.cr | Viernes 15 marzo, 2019
- Lo mínimo que podemos hacer es reflexionar sobre los tipos de masculinidades que existen.
- Las masculinidades tóxicas también impactan a los hombres.
Recientemente leí un artículo en el que planteaba el autor que no existen las masculinidades tóxicas y que no hay que repensar las masculinidades porque que fueron las que nos salvaron de los tigres de las cavernas. Me quedé pensando en escribir algo y responder.
Tristemente la vida me dio la respuesta.
Hace unos días tenía una reunión en São Paulo, Brasil. Iba muy concentrada con mi mapa en el celular, tratando de no perderme en una calle altamente transitada y de sobrevivir el calor para el cual no estaba preparada. Buscaba una cafetería y no la podía encontrar.
Sacándome de mi concentración, una sensación de alerta se despertó. Sentí que algo pasa. No sabía qué. Había agitación entre la gente que iba delante de mí pero no podía entender qué era lo que ocurría. Al tratar de escanear mis alrededores, vi a una mujer que discutía con su pareja. Parecían estar en el preciso rincón de la calle donde suelen pasar frecuentemente pasar la noche. Cobijas y paquetes regados.
Sentí como mi estómago reaccionaba antes que mi racionalidad. Él le había pegado y ella se cubría la cara con una expresión de dolor. La gente que estaba más cerca parecía atenta y fue rondando a la pareja pero sin actuar o parecer saber qué hacer.
Para este momento, recordé que tenía el celular en la mano. Se había bloqueado mientras ocurría todo esto. Lo desbloquee con la idea de llamar al 911. Mi cuerpo se tensó al recordar que no tenía línea y que no sabía ni siquiera cuál era el número que tenía que marcar ahí. Me sentía incapaz de meterme a proteger a una mujer pero ella estaba en total indefensión y me sentía mal de que nadie interviniera mientras la pareja seguía discutiendo.
Pocos segundos pasaron, y mientras trataba de salir de la parálisis, un muchacho se acercó al compañero de la mujer, le dijo algo, llamó su atención, lo distrajo y le pegó un golpe en hombro. No podía entender bien de lo que decían pero imaginé por su lenguaje corporal que le decía que no tenía derecho a pegarle a su compañera. La respuesta del agresor fue que era su mujer, que nadie tenía que meterse, y trató de devolverle el golpe.
A partir de ahí todo escaló. El agresor que se veía claramente desnutrido y en una pésima condición de salud, trató de perseguir al muchacho por haberle pegado pero era lento y torpe. El muchacho se trató de defender, de pegarle patadas. Sin que nadie se lo esperara, el agresor se agachó y sacó de las cobijas un palo grueso de madera. Escuché un ruido colectivo de terror. No sé si yo también abrí la boca. Todo pasaba tan rápido que no podía reaccionar. Nadie se alejaba incluyéndome porque era obvio que la mujer estaba en peligro y ahora también quien la había tratado de defender pero nadie sabía qué hacer.
El único en reaccionar fue otro hombre, más alto que los dos otros. Se veía mayor por tener el pelo gris. Se acercó y jaló por el bulto al muchacho. Lo quería alejar pero el muchacho insistía en tratar de seguir acercándose para pegarle patadas y puños, más en un juego esquivo que otra cosa.
El hombre mayor se metía entre los dos, muy cuidadosamente, casi delicada y con cautela, poniendo su cuerpo entre los otros dos, hablándole al agresor en un tono tan suave que yo no podía por nada. Solo veía mover su boca mientras empujaba con suavidad al muchacho e intentaba alejarlo pero el muchacho insistía en pegarle al agresor. La gente se empezó a acercar pero el garrote en el aire podía aterrizar sobre cualquiera.
Estamos casi enfrente de un banco o casa de cambio. No sé qué era pero tenían un guarda de seguridad que llegó a jalar al muchacho del bulto y tratar de ponerlo lejos del alcance del agresor. Finalmente lo lograron casi convencer de entrar al banco.
Durante todo este tiempo la mujer lloraba y no sabía qué hacer. Su compañero se acercó a ella y le gritó. Probablemente la culpó por lo sucedido. Sé bien que ahí no terminará su historia. La historia de ella es la de muchas. A la intemperie, sin trabajo, sin acceso a salud, ni a un lugar donde pasar la noche en una relación que atenta contra su vida.
La policía estaba a la vuelta de la esquina requisando a dos hombres jóvenes. La mujer y su agresor, que también es su compañero sentimental, se sientan entre las cobijas y siguen como si nada después de unos cuantos gritos más. Ese es el ciclo de la violencia. Así que no me extrañó aunque me dolió en el alma, al día siguiente, verles juntos en otra cuadra, con la misma ropa, abrazados, durmiendo en la acera. El problema de ella no era únicamente sobrevivir a su agresor. Todo el sistema está en contra de ella. Ni el Estado, como principal responsable, ni la sociedad intervenimos para garantizar todos sus derechos entre los cuales está el vivir libre de violencia, violencia también provocada por la pobreza y la exclusión.
No en vano la Comisión Interaramericana de Derechos Humanos manifestó su preocupación por que “solamente en el estado de São Paulo, de enero a noviembre del año pasado, 377 mujeres fueron asesinadas.”
Pero toda esta historia es para reflexionar sobre dos formas de reaccionar de dos hombres y como son diametralmente distintas. Uno trató a alguien que necesitaba de su ayuda mediante un golpe a su agresor. Todo escaló y pudo ser peor. Un golpe con ese garrote pudo haber sido mortal. El otro intervino de una manera más asertiva, tratando de usar el diálogo, y aunque expuso su cuerpo, su lenguaje corporal nunca fue amenazante. Los dos intervinieron ante una injusticia pero lo hicieron de formas distintas.
Así confirmé que no sólo existen las masculinidades tóxicas sino que éstas matan. Son letales no sólo para las mujeres, como principales víctimas sino también para los hombres. Agresividad y asertividad. Dos tipos de masculinidades. ¿Cuál de las dos deberíamos promover?