Lo que nos cuenta nuestro celular
Futuris Consulting info@futurisconsulting.com | Martes 19 mayo, 2020
Emma Tristán Geóloga y Directora General de Futuris Consulting
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Durante estos días de cuarentena tenemos mucho que agradecerle a nuestro teléfono celular. Muy distintas habrían sido las últimas semanas sin nuestro inseparable amigo que nos ha permitido comunicarnos con el mundo exterior. Sin embargo, aunque él nos haya escuchado sin parar, nosotros no lo hemos escuchado suficientemente. Cuando adquirimos un teléfono celular procuramos que tenga suficiente memoria, una buena cámara y una batería de larga duración. Sin embargo, nunca escuchamos el sonido que produce en su interior. Un sonido profundamente triste y desolado.
Los teléfonos celulares contienen minerales como la casiterita, la wolframita, y el coltán, a los que se les llama “minerales de conflicto”. Se les llama así porque una proporción importante de esos minerales proviene de zonas de conflicto armado como el de la República Democrática del Congo (RDC): uno de los países más ricos en recursos minerales y más pobre en derechos humanos.
Los datos asociados a la RDC son realmente tristes: han fallecido más de 5 millones de personas debido al conflicto armado, un 98% del oro extraído se ha exportado ilegalmente y existen grupos armados que extorsionan a los mineros artesanales y venden a los países vecinos el mineral usurpado. Durante las últimas décadas, el comercio ilícito de minerales ha financiado diversas guerras civiles en el continente africano.
Así lo contaba la película Diamantes de sangre (2006), protagonizada por Leonardo di Caprio, que abordaba el tema del consumo responsable al mostrar cómo, a través de la compra de un diamante, podíamos estar financiando movimientos armados ilegales. Hoy, quienes hayan visto esa película, probablemente prefieran no comprar un anillo de diamantes si existe la posibilidad de que esté manchado con el sufrimiento de personas inocentes.
Legalidad y debida diligencia
Es lógico que nos resulte difícil asociar el aspecto sofisticado y pulcro de nuestro teléfono celular con imágenes de niños que trabajan en minas peligrosas o que cargan ametralladoras AK-47 mientras son entrenados para la guerra. Lamentablemente no existen aún leyes que obliguen a los fabricantes de aparatos electrónicos a desplegar estas imágenes en sus empaques, como ocurre con las cajetillas de cigarrillos, que deben revelar los daños que sufre el fumador y los fumadores pasivos.
Tampoco existe un sitio web que consolide la información del costo humano y ambiental asociado a la fabricación y comercialización de los teléfonos celulares disponibles en el mercado. Desde hace solo diez años, únicamente en los EEUU, existe una ley que exige a los fabricantes de estos aparatos evaluar a sus proveedores de minerales de conflicto para determinar si han irrespetado los derechos humanos. Es decir, a esos fabricantes se les exige una debida diligencia de su cadena de proveedores.
Sin embargo, la ONG Responsible Sourcing Network (RSN) ha determinado que estas evaluaciones han sido, en su mayoría, muy pobres. Según su informe anual de 2019, menos del 1% de las empresas consultadas hacían una buena evaluación de debida diligencia. Estas empresas son Intel, Microsoft, Apple, Alphabet, Ford, HP, y Dell Technologies. Por otra parte, dos terceras partes de las empresas consultadas hacían una evaluación deficiente. A esa categoría pertenecen, por ejemplo, Hitachi, Huawei, Samsung, Toshiba, y Fujitsu.
La mayoría de las empresas destacadas en ese informe ha comenzado a implementar procesos de debida diligencia para el cobalto: un mineral esencial de las baterías de teléfonos celulares y de vehículos eléctricos. Según datos de la agencia de prensa France 24, el 60% del cobalto que se producía en el mundo, en el 2018, se extraía de la RDC. Sin embargo, el cobalto no se considera oficialmente un mineral de conflicto.
Vivimos en un mundo que produce celulares y vehículos eléctricos que no son tan verdes como quisiéramos pensar. Por el contrario, han ensuciado y dañado a sociedades como la congolesa. La situación es muy compleja: no se trata de anular a los proveedores la RDC, como han hecho algunas empresas grandes, sino de acompañarlas en un proceso de aprendizaje para que su desempeño social y ambiental mejore significativamente.
Un teléfono justo
Una empresa holandesa llamada Fairphone optó por un enfoque distinto: un teléfono celular sostenible y justo. Fairphone trabaja en la RDC junto con los productores de minerales de conflicto, con el propósito de mejorar sus prácticas ambientales y de salud ocupacional, además de garantizar que el celular pueda ser reparado y reciclado con facilidad. Es decir, no sólo han llegado a exigirle a sus proveedores sino que saben que el comercio justo es el resultado de un proceso a mediano plazo que requiere de apoyo especializado en el campo.
Hoy, esa empresa ha demostrado que cuenta con un negocio próspero. Según la revista Wired, hasta mediados de 2019 Fairphone había vendido 175.000 unidades de sus dos primeros teléfonos y apuntaba a vender 42.000 unidades del Fairphone 3 para finales de ese año. Su costo es de unos 500 dólares y es muy similar en funcionalidad al Android 9 Pie. Se puede adquirir en la mayoría de los países europeos y en Estados Unidos.
En Costa Rica aún no se vende el Fairphone. Sin embargo, tenemos la responsabilidad de exigir que aquello que consumimos no genere dolor en quienes lo producen o comercialicen. A partir de enero de 2021, la Unión Europea le exigirá a sus importadores de minerales de conflicto evaluaciones de debida diligencia similares a las exigidas en los EEUU. Por lo tanto, habrá más esfuerzos para que el comercio no contribuya con el financiamiento de guerras, trabajo infantil y destrucción ambiental.
Durante los últimos veinte años, la presión del consumidor ha incrementado la disponibilidad de información sobre los productos que compramos, sus componentes y el daño que producen. Dado el papel fundamental que tienen los teléfonos celulares en nuestra vida cotidiana se esperaría que estos procesos de transparencia visibilicen pronto los impactos ambientales y sociales que se producen durante su fabricación. Quienes todavía no estén convencidos, podrían afinar el oído y escuchar lo que nos cuenta nuestro celular.
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