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Los ataques ofensivos contra la diputada de Restauración Nacional

Vladimir de la Cruz vladimirdelacruz@hotmail.com | Miércoles 08 agosto, 2018


Pizarrón

Los ataques ofensivos contra la diputada de Restauración Nacional

Recientemente ha provocado un escándalo, y con razón, lo manifestado por el jefe del Servicio de Odontología del Hospital San Juan de Dios, al referirse y dirigirse en forma vulgar, soez, ofensiva, irrespetuosa, a una diputada del partido Restauración Nacional, por sus posiciones políticas respecto al matrimonio igualitario y la interrupción del embarazo.

Ninguno de ambos temas amerita un ataque tan feroz, tan de mal gusto, tan ofensivo en lo personal contra la diputada. Su ataque ha sido hacia la “persona”, su “dignidad”, “su feminidad”. La forma del ataque es con adjetivos ofensivos, difamatorios, calumniosos, bajos, ruines, biliosos.

El atacante se supone un graduado de una universidad, que le confirió título profesional garantizando el ejercicio de su profesión. El atacante es miembro del Colegio de Odontólogos y Cirujanos Dentistas, que por su función social asegura que el graduado está en capacidad de ejercer su profesión y hacerlo no solo idóneamente, sino también con respeto hacia sus pacientes, hacia las personas que debe tratar, hacia la sociedad, y con respeto a todas las personas. Ambas situaciones, graduado y colegiado, lo califican para desempeñarse en el cargo de jefatura de esta especialidad en el Hospital San Juan de Dios. Además, con estudios de especialidad y posgrado, que suponen un mayor grado de cultura, educación y formación en valores de respeto, tolerancia, libertad en todas sus formas, que los debe haber cultivado desde su familia, la escuela, el colegio y las mismas universidades donde estudió.

La señora diputada como cualquier otro de los miembros de la Asamblea Legislativa tiene derecho a expresar de la manera más amplia, y con la mayor libertad que le es posible, sus puntos de vista, no solo sobre proyectos de ley en trámite, o sobre los asuntos del control político que realizan diariamente, como sobre cualquier aspecto de la vida pública nacional. Igual derecho de manifestación tiene cualquier ciudadano sobre los mismos temas y situaciones, y en las mismas condiciones de libertad de opinión, pensamiento, identificación de valores políticos, económicos, religiosos o filosóficos.

En esta materia de opiniones hay que señalar que hay un faltante muy importante en la cultura y la educación nacional. La de educar respetando las opiniones contrarias y la dignidad de las personas, su “fama”, o reconocimiento público cuando lo tiene y hoy también la diversidad social, que no es solo sexual, que constituye la sociedad costarricense.

También hay que destacar que la “sociedad” se ha hecho menos tolerante. Surgen cada día tendencias sociales descalificadoras de “oponentes”, denigradoras de pensamientos divergentes, de tendencias que se proclaman como las expresiones de verdades absolutas contra las cuales no se puede decir nada, ni criticar, ni adversar, y de considerar a quienes no están en estas tendencias o corrientes políticas, económicas o filosóficas, la fuente de todos los males y de anatematizarlos, enviándolos a la marginación y exclusión política o filosófica, cuando no los colocan, de una vez, en los infiernos y avernos históricos o filosóficos, y de colocarlos en los muros de las redes sociales y del ataque público con insultos, ofensas y denigraciones personales.

Sucede con frecuencia que en estos intercambios de opiniones, cuando de intercambios se trata, quienes lo hacen no estando acostumbrados al debate, a la divergencia, se sienten agredidos con los argumentos del contrario, y en su respuesta agreden verbalmente, insultan, adjetivizan de la peor manera a su contrario, demostrando de paso, su incultura, su falta misma de conocimiento sobre lo que debaten, o peor aún, que no entienden lo que se discute, cuando leen, suponiendo que leen los argumentos o textos de su contrincante. Lo extremo en este punto es cuando quienes entran a la discusión, lo hacen por los títulos de los artículos sin atender el fondo de lo escrito. Y algunos, no pocos, apoyados en sus prejuicios múltiples y resentimientos de diverso tipo, se dejan ir en ataques por el nombre de quien escribe. Atacan, como dicen, al mensajero y no al mensaje.

En la prensa y en los medios de comunicación colectiva no se educa en este debate público. No se practica ni se estimula el debate. Cuando mucho un “derecho de respuesta” frente a una noticia o frente a un artículo, que no es fomentar el debate, es tan solo un chance para el medio de comunicación de evitarse un posible juicio por injurias, difamación o calumnias. Y cuesta a veces que den este derecho de respuesta en las mismas condiciones que se expuso la noticia o nota periodística que lo ocasiona. Y, en extremo, un artículo de respuesta bien fundamentado tanto tiempo después que no hay conexión con lo que lo origina.

En las redes sociales se ha desarrollado una cultura baja, de bajas pasiones y sentimientos, de mal gusto, de analfabetos por desuso, que les cuesta entender lo que leen, que tan solo se dejan llevar por los títulos, se ha desarrollado una cultura de agresión, de insultos, de ofensas, de calumnias y mentiras, de exageraciones negativas en las afirmaciones que se lanzan irresponsablemente, una cultura de viralizar aquellos textos que por esta naturaleza ofensiva parecen agradables a quien los retrasmite, a este bajo mundo de internautas, y son susceptibles de su violento movimiento y esparcimiento en redes causando un daño social difícil de reparar. Se ha desarrollado una cultura de anonimato en el ataque y la ofensa. Las redes permiten cuentas anónimas, y nombres falsos, que viven como zopilotes comiendo de la propia carroña que fabrican, o encuentran opiniones que les estimulan sus apetitos patológicos enfermizos.

Quienes regularmente escribimos, como quien escribe, a veces nos topamos con este tipo de personajes que se van al insulto, a la ofensa, al agravio, a la difamación, al rechazo, a la mentira por los sentimientos revueltos que le producen a esas personas el solo nombre de una persona. En mi caso, me imagino, a algunos, por lo que les pude haber provocado desde mis tiempos de dirigente estudiantil comunista y de izquierda, por mis posiciones, que todavía me lo cobran. Pero, yo aprendí a discutir, me enseñaron en el hogar a mantener posiciones políticas, religiosas o filosóficas y a respetármelas. También en la escuela y en el colegio me enseñaron y afirmaron estos valores. En la universidad con más razón, porque tuve los profesores adecuados que fortalecieron este espíritu y actitud de tolerancia y respeto, pero de diálogo y de fuerte discusión, llegando siempre a entender que en el campo de las ideas lo más que llegábamos era a un acercamiento a La Verdad que discutíamos. Esta, La Verdad, no existe por sí. Hay verdades como posiciones políticas, económicas, religiosas o filosóficas. Y todas las posiciones tan solo llegan a un acercamiento a esa Verdad.

Así he actuado en la vida con todos los que me rodean, mi familia, mi esposa, mis hijos, mi amigos, mis conocidos. Especialmente así lo hice con mis estudiantes, semestre a semestre, o en los cursos anuales cuando los había, que impartí por más de 40 años, cuando fui su profesor. La preocupación fundamental, que a mí me provocaba la docencia, era enseñar lo que debía con responsabilidad, con dominio de la materia que me tocaba exponer, y crear alrededor de esa enseñanza un pensamiento crítico, y como tal respetuoso, y procurar que ese estudiante transitorio en mi aula se formara en principios y valores de respeto, de tolerancia, de Libertad en su más amplio sentido del término. Pertenezco dichosamente a una generación de personas que aprendimos a discutir, y a respetarnos, y los insultos de los analfabetos por desuso que no entienden lo que leen no nos hacen mella. Y así quise formar a mis estudiantes, con igual espíritu libre y capacidad de discusión.

Cuando veo una situación como la causada por este odontólogo, no médico como se ha dicho, solo puedo pensar y preguntarme: ¿Cuál ha sido su formación desde niño? ¿Qué valores le inculcaron en su familia? ¿Fueron valores de intolerancia y de irrespeto? ¿Así lo trataron a él? ¿Le inculcaron y enseñaron valores de machismo a ultranza o esa fue su práctica de vida desde su hogar y fuera de hogar, ya adulto independiente? ¿Le enseñaron a considerar la prostitución casi el oficio natural de las mujeres? ¿De tener conceptos prejuiciados de belleza? ¿Cuáles y quiénes fueron sus maestros y profesores, en escuela y colegio, fuera de su hogar? ¿Fue la calle la que lo formó? ¿Y la universidad, por la que pasó, tan solo fue su paso por la universidad sin que la universidad pasara por él, o las universidades en que estuvo significaran algo en su formación personal, no profesional?

Y respecto a su familia, si es que la tiene, ¿así trata a su esposa, si está casado? ¿Esos mismos conceptos tendrá de sus hijas, si tiene mujeres de descendencia? ¿Y a su madre, hermanas y primas, cómo las verá?

La agresión manifestada contra la diputada, con todos los epítetos que usó, sin lugar a dudas para mí, es de su propia formación de “agresor” machista, que hizo pública. Pobrecita su esposa e hijas e hijos si los tiene, porque seguramente con igual saña actúa contra ella, y contra ellos, cada vez que tienen alguna divergencia o no comparten sus ideas y manifestaciones.

Los actos provocados por este odontólogo, me duele que hayan sido de un odontólogo, porque tengo tíos y primos, y una hija, que son odontólogos, que no tienen este comportamiento patológico de características misóginas, que evidencian que la universidad donde estudiaron mis parientes, no les inculcó esos comportamientos profesionales ni personales, del odontólogo, jefe de Servicio del Hospital San Juan de Dios.

Los actos provocados por este odontólogo merecen todo el rechazo y repudio social. No vivimos una etapa de nuestra Historia que fomente este tipo de valores, como los del odontólogo, orientados a denigrar personas, ofender su dignidad y condición de ser humano.

La sociedad costarricense hoy debe fortalecer más los valores de respeto, de tolerancia, de diversidad en todas sus formas de las personas.

Los actos provocados por este odontólogo merecen todo el castigo y sanciones que puedan proceder por su actuar, tanto de carácter administrativo como de carácter judicial si a este estrado se lleva el caso. Laboralmente se le puede sancionar si lo que hizo lo realizó en tiempo de trabajo, lo que puede comprobarse. Corporativamente, el Colegio de Odontólogos tiene sus normas éticas y su Comité de Ética que le pueden igualmente sancionar. La Dirección Médica del Hospital San Juan de Dios, también, como la Junta Directiva de la Caja Costarricense de Seguro Social que deben investigar lo sucedido y actuar como corresponda. El Partido Acción Ciudadana, del que parece ser miembro, también debe pronunciarse. Por supuesto que todas las defensorías públicas respectivas, de la Mujer y de los Derechos Humanos, como el INAMU, también deben hacer sentir sus presencia en este caso… para evitar que se vuelva a repetir.

Hay que erradicar de la sociedad y la cultura costarricense este tipo de comportamientos personales y sociales.

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