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Juan Carlos Barahona | Jueves 04 septiembre, 2008


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Juan Carlos Barahona


Durante 150 años la evolución de las tecnologías de comunicación ha creado una tendencia a la concentración de la capacidad de producir, distribuir y comercializar información. Pero la evolución no ha sido solamente tecnológica.
La economía que inventamos ha evolucionado en ese siglo y medio hacia bienes y servicios cada vez más basados en la información. Pensemos en los mercados financieros, en los servicios contables, en la industria de la publicidad y el mercadeo, la consultoría, la educación… todos son servicios de producción y distribución de información.
Tenemos industrias gigantescas como la música, la televisión, los videojuegos que son expresión y al mismo tiempo creadores de cultura y que, con la digitalización, también se distribuyen y comercializan como información. Y no es distinto para el conocimiento… ¿cuánto vale un pedazo de silicón antes y después de que se le “imprime” el diseño de un circuito? El conocimiento que hace la enorme diferencia entre el costo de los materiales y el producto final es, a fin de cuentas, información que se patenta, se protege, se vende, se posee.
Ambas tendencias han tenido un profundo impacto en lo que es hoy la sociedad y el poder relativo del individuo en la misma, pues está determinado por la posibilidad de poseer la capacidad de producir y distribuir información. Tal vez la manera más sencilla de verlo es usando como ejemplo la prensa escrita:
La aparición de las prensas mecánicas y el telégrafo, combinado con nuevos modelos de negocio permitió que los periódicos locales de unos cuantos ejemplares se convirtieran en productos masivos de largo alcance geográfico, social y temático. Cuanto más alcance geográfico y mayor número y diversidad de lectores tanto más importante se volvía el medio y también mucho más compleja su administración y mucho mayores los requerimientos de capital para su operación.
El resultado fue un modelo de una sola vía, donde la información y la opinión fluyen de emporios comerciales intensivos en capital y de productores profesionales de información hacia una masa pasiva e indiferenciada de consumidores. Consumidores que al final sostienen conversaciones, asumen posiciones y participan en elecciones con base en la información, visión y valores que les son entregados día a día por unos pocos y poderosos dueños de la capacidad de producir y distribuir información. Por supuesto, ese mismo modelo fue replicado y fortalecido con la aparición de la radio y la televisión comercial.
El poder del individuo, incapaz de administrar y financiar este tipo de comunicación masiva, se vio cada vez más restringido a sus propias capacidades de conversación, ampliadas tal vez por el mimeógrafo o el teléfono, pero limitadas, de todas formas, en relación con los medios masivos de comunicación.
El Internet como plataforma para el desarrollo de comunidades que son a la vez productoras y consumidoras de información representa la posibilidad de revertir esta tendencia. Cuando millones de personas se conectan y se vuelven capaces de producir información, la esencia misma del modelo económico del siglo XX está siendo conmocionado. El extraordinario poder de unos pocos se ve reducido y el individuo que pertenece a la red se vuelve poderoso pues se multiplica su capacidad de crear y consumir información, conocimiento y cultura… que es a fin de cuentas la esencia misma de nuestra libertad.

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