Nota de Tano
Gaetano Pandolfo gpandolfo@larepublica.net | Viernes 26 octubre, 2007
Ayer asistí al funeral de un vencedor; de un triunfador.
Fernando Naranjo Madrigal.
Cuando participé en la ceremonia previa al depósito de su cuerpo en la tumba en que descansará en paz, y pude sentir, palpar y admirar ese dolor sincero y desgarrador de sus seres más queridos; ver a sus cuatro hijos besándolo en el féretro, a sus yernos y nietos desconsolados, instantes o minutos que se hicieron eternos porque nadie quería que llegara el final, cerrar la caja y no volver a verlo en esta vida nunca más, me di cuenta de que mi querido maestro fue un vencedor, fue un afortunado triunfador.
Ganó la batalla más relevante de la vida; el amor de toda su familia.
¡Ese sí es un hombre!
Leyó la italianita Elia Morelli, joven esposa de su hijo menor, Nandillo, en la iglesia, pasajes de la vida de don Fernando, muchacho de cuna pobre y humilde quien se abrió en el mundo a base de trabajo y esfuerzo; joven que no pudo terminar sus estudios secundarios por la necesidad de llevar alimento al hogar de sus padres, pero que años después se llenó de distinciones, premios y pergaminos nacionales e internacionales, ejemplo de tenacidad, de honradez, de muchas horas de trabajo, para darles a su querida doña Mary y a sus cuatro hijos, todo lo que sus padres por ser pobres, quizá no pudieron dárselo a él.
Don Fernando murió abrazado al más grande de los tesoros a los que puede aspirar un hombre: el amor puro, genuino y verdadero de una familia completa; una esposa y unos hijos por los que él se “mató” trabajando, para mejorarles a todos su calidad de vida.
Ese sí es un triunfador.
El hombre que lucha y vive por mantener unida a su familia. No el que la rompe y la dispersa como bolsa de confeti.
Amante de los tangos, a la hora del sepelio un grupo musical despidió a don Fernando con tres hermosas melodías de Carlitos Gardel. La última…“Adiós muchachos”; ahí en el cementerio, la cantamos todos, lloramos todos, lo sentimos todos, pero créame mi querido maestro allá arriba, que sentí envidia de la buena porque yo daría todo por morir así, como usted.
¡Amado por los que amó!
Si no, qué sentido tiene la vida.
El funeral de don Fernando sirvió de marco para el reencuentro de grandes amigos; varios de quienes fuimos sus compañeros de trabajo en la “vieja Nación” de las avenidas 1 y 3, se hicieron presentes para despedir al amigo bohemio, simpático, feliz y dicharachero.
Con Maviqui, Salguero, Maseg, Parrita, Juano, Alvarito y muchos otros hombres del taller y la administración del diario, recordamos decenas de anécdotas de don Fernando; sus dichos, frases, chiles, versos y tangos, época de oro del diario donde nos formamos.
—Adiós muchachos ya me voy y me resigno….
—Se terminaron para mí todas las farras, mi cuerpo enfermo, no resiste más…
¡Adiós, señor triunfador!
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