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Nuestra inconclusa Independencia

Arnoldo Mora mora_arnoldo@hotmail.com | Viernes 16 septiembre, 2016


Falta, en no pocos de nuestros políticos, un compromiso real para transformar en rayos de luz lo que durante casi dos siglos no han sido más que oscuros nublados

Nuestra inconclusa Independencia

Como es habitual en el calendario de efemérides patrias, todas las repúblicas que configuraron la Capitanía General de Guatemala hemos celebrado el pasado jueves 15 de setiembre un año más de que nuestros antepasados decidieran aceptar la propuesta de Independencia del Imperio Español, decretada por el Virrey de la Nueva España (hoy México) Agustín de Iturbide.

En consecuencia, el 15 de Setiembre celebramos en común todos los pueblos que configuramos la familia centroamericana el día de nuestro nacimiento como naciones independientes.
Pero al dirigir nuestra mirada al pasado y celebrar con genuina alegría la decisión tomada por nuestros antepasados, debemos, con no menor lucidez, interrogarnos por el significado actual de este trascendental acontecimiento, que cambió para siempre la historia de la región.
Es deber nuestro, como homenaje a nuestros intrépidos abuelos y como compromiso ante las futuras generaciones, cuestionarnos por la vigencia en nuestros días de esa “Independencia”, que hoy los jóvenes celebran con coloridos desfiles, que más parecen “paradas” gringas, y nuestros gobernantes ensalzan en clamorosos discursos. No se trata, con ello, de ponerle límites, ni menos cuestionar la trascendencia histórica de un acontecimiento de esta naturaleza, sino de arrojar una mirada lúcida a su realización concreta en los casi dos siglos que la han seguido. Dos siglos de vida republicana que, a decir verdad, no han llenado las expectativas que nuestros próceres tuvieron al aceptar con patriótico júbilo en Guatemala tan feliz noticia. Y no era para menos: inopinadamente se habían roto las cadenas de la servidumbre colonial.
El clamor de quienes se sublevaron en heroicas y sangrientas aunque, de momento, aparentemente inútiles rebeliones encabezadas las más de las veces por los precursores indígenas de nuestra Independencia, como fue el caso de Pablo Presbere en la Talamanca costarricense, por fin resonó como una dariana marcha triunfal en el ámbito de la historia universal.
Nuestros pueblos tomaron muy en serio la posibilidad real de asumir la soberanía en sus manos, porque no se trataba solamente de romper con el pasado, sino, sobre todo, de construir el futuro, que no se presentaba tan claramente en lo que a nuestro común proyecto político se refería.
Se justificaba, entonces, aquello de “esperar a que se aclaren los nublados del día”. Por esta razón, la mencionada expresión no debe ser vista como una manifestación de pusilanimidad ni menos de cobardía ante la inesperada noticia de la Independencia, sino como un acto de auténtica y prístina madurez ante las decisiones que se debían tomar sin tardanza y que concernían a nuestro porvenir como naciones independientes y soberanas.
Para desdicha de nuestros pueblos, aquello de “NUBLADOS DEL DÍA” se convirtió en nublados de casi dos siglos. La Independencia no debe ser vista tan sólo como un acto aislado, por más importante y decisivo que sea para nuestra historia, sino como un proceso histórico que atañe a los destinos de nuestros pueblos y que marca su futuro.
Esos “nublados”, casi dos siglos después, están lejos de que se hayan disipado para desdicha de nuestras mayorías. Con profundo pesar, por no decir remordimiento en lo que a la responsabilidad de las generaciones posteriores se refiere, hemos de reconocer que nuestra Independencia, iniciada un 15 de Setiembre de 1821, todavía no tiene visos de haber concluido.
Hemos roto los lazos de servidumbre que nos ataban a la Metrópoli colonial, pero hemos construido otras cadenas no menos esclavizantes, como son la miseria, la violencia, la explotación irracional de nuestros recursos en provecho de trasnacionales, como fue la United Fruit Company ayer y hoy son tantas y tantas trasnacionales.
Ya no hay tropas coloniales en nuestro suelo, pero aún tiene su sede en Palmerola (Honduras) una de las más grandes y amenazadoras bases militares que el Imperio ha implantado en nuestra región. El llamado Triángulo del Norte (Guatemala-El Salvador y Honduras) es escenario de una espeluznante violencia, que convierte a esa región en una de las más violentas del mundo.
Otro tanto sucede con la miseria endémica de las mayorías especialmente campesinas e indígenas. Costa Rica, a pesar de disfrutar de los mejores índices en desarrollo económico de la región, está muy lejos de ser una democracia social. Los datos no mienten. Sufre de un 20% de pobreza (7% de pobreza extrema), 10% de desempleo abierto y 37% de subempleo (economía informal), 30% de los asalariados reciben un salario menor que el que corresponde legalmente. Y para colmo, suelo, mar y cielo centroamericanos se han convertido en camino que trasiegan sin descanso los carteles del narcotráfico provenientes de países del Sur y que proveen de su infame mercancía a su abundante y ávida clientela del Norte de nuestro continente y de Europa.
En conclusión, hemos de reconocer que, si hay mucho que celebrar cuando de honrar a nuestros antepasados se trata, porque tuvieron la entereza y el ímpetu genuinamente patriótico de romper con las cadenas de la servidumbre colonial, no hay en la actualidad mucho de qué regocijarnos si nos detenemos a considerar el entorno político y social que nos circunda.
Más que a los coloridos desfiles, debemos dirigir la mirada a esos inquietantes datos que hacen aún más tenebrosos los nublados que inquietaron a nuestros antepasados. Falta, en no pocos de nuestros políticos, un compromiso real para transformar en rayos de luz lo que durante casi dos siglos no han sido más que oscuros nublados.
Hoy tenemos mucho que celebrar si miramos al pasado, pero muchos retos que asumir si nos percatamos de la ominosa realidad que circunda nuestro presente, para lograr hacer realidad una Independencia que todavía sigue siendo una quimera para amplios sectores de nuestra población.
A las actuales generaciones les corresponde el histórico desafío y el honroso deber de acabar, por fin, con esos nublados que surgieron en los días de nuestra Independencia pero que ya perduran por casi dos siglos.

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