Presentación de Vida y Legado Memorias en la UCR
Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 29 julio, 2024
El pasado 23 de julio en el Auditorio Alberto Brenes Córdoba de la UCR tuvo lugar la presentación de mi autobiografía editada por esa mi querida universidad.
Estas fueron mis palabras:
“Señores Expresidentes don Rafael Angel Calderón y don Carlos Alvarado y Señoras Exprimeras Damas doña Gloria Bejarano y doña Claudia Dobles.
Señor Exvicepresidente don Rodrigo Oreamuno y Sra Exvicepresidenta doña Ana Helena Chacón.
Señor Rector Dr. don Gustavo Gutiérrez.
Seños don Carlos Palma miembro del Consejo Universitario y Sra. doña Yanira Xirinachs Directora de mi Escuela de Economía.
Señoras y Señores Autoridades de mi UCR.
Compañeras y compañeros en este escenario don Alexander Jiménez, doña Marielos Azofeifa, doña Rina Contreras y Andrés mi hijo. Gracias por dedicar su tiempo y su talento a participar en este acto.
Muy estimadas y queridas compañeras y compañeros en afanes de la vida, y amigas y amigos que nos honran con su presencia.
Gracias a todos Uds. por su tan significativa participación en esta presentación de Vida y Legado. Memorias.
Gracias a Alexander Jiménez y al personal de la Editorial de la UCR por su gentil y profesional trato para la publicación de mi autobiografía. Gracias a mi hermana Linda Berrón y a las editoras de la UCR por su valiosa ayuda para mejorar el lenguaje. Gracias a Betsy Rojas, a Carol Cordero y a todo su equipo de Imacorp+ por su generosa contribución para realizar este evento.
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Estamos a solo unos pocos cientos de metros del Edificio de Ciencias y Letras donde con mis recién cumplidos 18 años llegué en una cazadora de pasajeros a San Pedro, una mañana muy temprano hace 66 años para iniciar una relación con mi Universidad de Costa Rica, que ha sido una constante. Estamos aún más cerca del edificio de Ciencias Económicas donde estudié mis licenciaturas en Economía y en Derecho a partir del tercer año de mi carrera universitaria, y para cuya inauguración el Decano don Wilburg Jiménez me invitó a dirigir unas palabras. Me tocó la pasada a ese edificio de la Facultad de Derecho desde el señorial edificio de Barrió González Lahman y el enfrentamiento con los estudiantes de ingeniería. Allí impartí mis primeras lecciones en 1963 y las últimas en 2017.
Y estamos aún más cerca del edificio de la Facultad de Derecho donde impartí algunos cursos y en el que presentó su tesis para licenciatura en leyes un estudiante del que fui tutor cuando yo ya ejercía la Presidencia de la República.
Ha sido una vida en la cual Dios me regaló familia, fe, oportunidades para aprender, para emprender, para trabajar con mi país y que en mucho he podido desarrollar gracias a esta UCR que hoy me hace el honor de publicar mi autobiografía.
Claro que como toda vida humana la mía ha tenido su cuota de cruz, de dolor, de sufrimiento. Y claro también que, para aprender humildad, para aceptar mis muchas limitaciones y debilidades, Dios me ha permitido vivir mis errores, mis equivocaciones, y me ha enseñado a pedir perdón, a perdonarme y a perdonar.
Sin duda hay diferencias entre el joven que asombrado llegó con 18 años a esta UCR, el cuarentón que inició una carrera electoral y el viejo que hoy tiene la felicidad de compartir sus memorias, sus recuerdos y reflexiones.
Esta es la presentación de Vida y Legado. Memorias. Permítaseme por ello leer sus páginas finales.
“Epílogo
Terminan mis memorias. Mi vida continúa. Y pretendo seguir activo.
Ya no hay afán por construcciones empresariales, ni por triunfos en la academia, tampoco de una búsqueda de posiciones políticas. La vida lo acomoda a uno a las realidades.
Pero la inercia de los 84 años vividos con mucha intensidad me empuja a seguir tratando de hacer y no puedo ser indiferente a mi familia, a mis compatriotas, a mi prójimo. Porque eso es vivir. Y sí, termino este libro de recuerdos, pero delante de mí se abre el futuro. Estoy vivo y quiero estarlo.
En estas páginas relato mi visión de mi vida: subjetiva visión, imperfecta vida, recuerdos gastados por el tiempo.
Es una historia de cómo se fue formando mi pensamiento.
Mamama y mamá desde mi infancia me formaron con política y religión. Papá –con su responsable dedicación a la familia y su deseo de conocer– me abrió los ojos a las empresas y a la academia; su trabajo en la empresa y su formación autodidacta, empresa y academia.
Fe trascendente católica, busca de posiciones para poder servir y transformar, deseos de producir, pasión por aprender y enseñar se fueron entrelazando a lo largo de mi vida. Unas veces algunas facetas predominaron. Otras veces esas se diluyeron y otras vocaciones se impusieron.
De esas experiencias, de mis maestras y formadores, de mis compañeros en las diversas actividades, de quienes pensaban distinto fui aprendiendo, a veces suavemente, otras con dificultad, fue evolucionando el modelo mental que me ha servido para tratar de entender la vida y de guiar mis acciones.
La vida nunca es fácil y menos en un cambio de época. Y creo que eso nos ha tocado.
Puede parecer temerario afirmar tan contundentemente que vivimos un cambio de época. Es decir, una transformación de la vida humana tan profunda como la que se dio con la caída del Imperio Romano y el desarrollo de la Edad Media; como el surgimiento de la Edad Moderna con el Renacimiento, la reforma y la contrarreforma del cristianismo, las ciencias positivas y los grandes descubrimientos geográficos; y como la gestación de la Época Contemporánea gracias a la Revolución Industrial y a la gradual implementación de la Monarquía Parlamentaria Inglesa, la Independencia de los EE. UU. Y la Revolución Francesa.
Pero me atrevo a afirmarlo porque los cambios que hoy vivimos son dramáticos y se dan en muchísimos frentes.
Cambios que se dan en cómo vivimos y en qué podemos hacer, pero que aún no nos hemos ajustado a ellos. Cambios que se han dado en nuestros medios e instrumentos, en nuestras leyes y prácticas, pero que no se han dado todavía en nuestro acervo cultural y no sabemos todavía cómo interiorizar, cómo domar, cómo aprovechar.
Cambios que hacen que la nueva realidad que se va formando, choque con los modelos mentales que teníamos para entender las circunstancias anteriores.
Cambios tan profundos como la maravillosa conquista de sus derechos que las mujeres han venido alcanzando con su profundo impacto en la familia, la sociedad, las empresas, la política y la academia.
Cambios tecnológicos que no son solo las sucesivas y constantes innovaciones, sino también la velocidad con la que se producen los nuevos conocimientos y la generación de nuevos instrumentos para la producción y para nuestra cotidianidad.
Cambios en la organización empresarial, en la vida del trabajo y la educación, en las demandas al Estado y a la política, en la globalización, la institucionalidad internacional, las realidades geopolíticas.
Cambios en cómo nos informamos, con quiénes y cómo nos comunicamos, en quiénes confiamos.
La pandemia con sus consecuencias y todos esos cambios que no hemos asimilado han puesto de manifiesto y magnificado la ineficiencia y la corrupción de muchos gobiernos, el dolor de la pobreza y el aumento de la desigualdad.
También han causado frustración y desarraigo de las personas, que pierden el abrigo de la familia tradicional, de los empleos formales y duraderos, de su pertenencia religiosa, de su comunidad ahora sustituida por las amistades anónimas en las redes sociales.
Este cúmulo de profundas transformaciones agiganta la dificultad de vivir, porque se dan simultáneamente en muchas de las principales circunstancias que condicionan nuestras acciones y se nos hace muy arduo adaptarnos.
Con el cambio en las circunstancias crece la incertidumbre. Lo desconocido nos da miedo.
Frustrados, desarraigados, sin el sustento de relaciones humanas y espirituales que nos tranquilicen, confusos y con miedo, se acrecienta la fuerza de los sentimientos negativos, principalmente el enojo y se apoderan de los pueblos la envidia y el odio. Son condiciones propicias para la violencia. La racionalidad y el amor se debilitan en la acción humana.
En este mundo (que durante mi juventud y años después vivió por varias décadas confiado en un progreso continuo y hoy se transforma radicalmente) en ebullición, he vivido y se fue forjando mi pensamiento.
Mi fe en Dios me permite darle coherencia a la confusión de mi entorno. Esa fe me da la confianza en el amor de Dios por sus criaturas, en la dignidad con que nos creó, en que nos creó para que continuemos su acción creadora y para que construyamos la cultura del amor.
Porque creo en esa verdad primera, creo en nuestra capacidad para aprender, para mejorar los conocimientos, para actuar racional y no solo pasionalmente. Dios nos creó en un mundo en constante cambio y sometido a nuestra capacidad para transformarlo. Por eso me preocupa que se pretenda actuar al margen del conocimiento que la humanidad ha ido acumulando y que se desprecien la ciencia y la historia.
Por eso creo en la necesidad de recurrir a valores éticos fundamentales, para mí anclados en Dios, pero que solo vamos conociendo poco a poco por reflexión y sobre todo por la experimentación, por el tanteo y el error, por la evolución gradual muchas veces no planeada.
Y por eso cada vez creo más en el diálogo, en lo que he llamado La solución costarricense: prever nuestras necesidades, usar el conocimiento para instrumentalizar su solución y hacerlo poniéndonos de acuerdo.
Por eso en este cambio de época debemos esforzarnos en el encuentro fraterno, en la amistad social y en protegernos con una estructura de valores que nos permita navegar en aguas desconocidas.
Tal vez es mi edad la que me hace pensar que vivimos un cambio de época, que hay más desarraigo y enojo, que la vida es hoy más difícil. Ya no tengo la flexibilidad, ni el optimismo, ni la seguridad a rajatabla de la juventud.
Pero sigo convencido de que la vida es bella. Es bella de niño, de joven, de padre, de abuelo.
La vida es bella –encontré belleza durmiendo en un palacio real y en la cárcel, en las aulas de las mejores universidades y en el barreal de una finca incomunicada–, pero debemos construirla: es una responsabilidad y exige esfuerzo”.
Estos siguientes últimos cuatro párrafos no los leí porque Andrés, mi hijo al quien. como a su hermana Ane y a mis seis nietos amo y admiro. los había incluido en su presentación, la que mucho me conmovió:
“Ya no tengo las aspiraciones de éxito del pasado, pero tengo iguales deseos de vivir que siempre.
Tengo la ilusión de conocer un bisnieto, de ver graduados y exitosos a mis nietos, de ver a mis hijos felices, de disfrutar de que haya menos pobreza y más felicidad en Costa Rica, más paz en el mundo, mayor fraternidad entre las personas y las naciones.
Tengo ilusión de pasar cada día con Lorena.
Tengo 84 años y con ánimo y fe espero el futuro.”
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Nuestra vida la construimos juntos Lorena y yo. Y juntos esperamos el futuro.
Este año si Dios lo permite celebraremos 62 años de vida matrimonial.
Y en este año, a esta altura de nuestras vidas hemos tenido la oportunidad de escribir ambos nuestra autobiografía, y de que luego de estricta y anónima evaluación la UCR haya decidido publicarlas.
Le sugerí a Lorena que fuera una obra conjunta, escrita a cuatro manos le pedí. Me dijo que en todo caso sería a dos manos porque cada ejecutante solo usa una. Pero que no, que no quería tener mi presión diciéndole que ya había terminado mi capítulo y que ya le tocaba a ella terminar el siguiente.
La verdad es que Lorena terminó varios meses antes de que yo pudiera hacerlo, y que su obra fue aprobada por la Editorial de la UCR bastante antes que la mía.
Son en mucho dos caras de una misma moneda.
Una misma vida, dos familias de origen Rodríguez Echeverría y Clare Facio, con raíces indígenas, españolas, mejicanas, colombianas, francesas, italianas que se han hecho una, y que hemos sido bendecidos con la incorporación de Sequeiras, y de Arias. Que hoy convivimos unos aquí y otros allá, unos en Costa Rica y otros en el extranjero, unos en la Tierra y otros en el Cielo, pero todos unidos con mucho amor.
Por favor, Lorena, subí a este escenario. Aquí te espero con tu autobiografía Cómo el Bambú en la mano Subí y compartamos con tan especiales amigos y amigas la unión de nuestras vidas y de sus narraciones.
Porque la verdad es que para comprendernos es mejor leer las dos autobiografías. En especial creo muy conveniente si alguien lee Vida y Legado que también lea Como el Bambú. Así la lectura será más amable y será más evidente que la Vida es Bella.
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