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¿Qué representa Jesús en mi vida? Mensaje de Navidad

Miguel Angel Rodríguez marodrige@gmail.com | Lunes 25 diciembre, 2023


La revista digital Parresía me pidió un artículo contestando la pregunta que da título a esta columna. Se publicó el pasado 21 de diciembre y lo reproduzco como mi mensaje para esta navidad que deseo sea muy feliz para mis amables lectores. Pido al Niñito Dios que nos llene a todos de Su amor y de Su paz.

La pregunta a la que se me pide dar respuesta es muy sencilla o sumamente difícil de contestar sincera y auténticamente.

Es muy sencilla si se refiere a ¿qué quiero yo que Jesús signifique en mi vida?, y a ¿qué quiere Jesús significar en mi vida?

Es muy difícil si pretendo desnudar mi capacidad para que Jesús sea en mi vida lo que debe significar y lo que Él en su amor quiere significar.

Desde muy niño haciendo con mi papá el portal con musgos, lucecitas, pastores, y ovejas para coronarlo el 24 en la noche poniendo en el pesebre junto a María y a José al Niñito, sé que Jesús debe ser el amigo de cada día, el compañero en cada empresa, el testigo de cada conversación, mi guía en como ver y sentir por cada persona y por cada criatura.

Con cada actividad académica o empresarial, política o familiar, sé, con una sabiduría más cierta que la ciencia experimental, que Jesús es la fuerza para construir y el consuelo en los fracasos.

Con padres y hermanos, con familiares, amigos y extraños, con Lorena, hijos y nietos obtuve la certeza de que, en cada una de esas relaciones, Jesús estaba presente y era guía de cómo actuar y ejemplo de cómo comportarme.

En las pequeñas cosas que construyen nuestra cotidianidad, en los grandes retos, en los más profundos dolores sé que Jesús es el verdadero apoyo.

Su palabra nos llega y guía en el evangelio, en el magisterio de la Iglesia, en la tradición religiosa, en la liturgia eclesiástica, en las expresiones del culto popular. Nos llega y guía en el susurro de nuestra consciencia. Y siempre nos enriquece.

Y en cada ocasión en que he querido abrirme a Su voz, a Su guía, a Su amor me ha dejado Jesús muy claro que, en Él, en Su amistad, en Su compañía, en Su amor está la clave para la felicidad de nuestra paz interior y de nuestra relación de amor con las demás personas y criaturas.

Desde las primeras misas, desde las clases de catecismo, desde las tempranas caminatas con mi hermano Álvaro y con mamá para ir a servir de monaguillos en la misa de las monjitas de Sion, y desde la formación religiosa en La Salle, aprendí que Jesús me ama, que Él me busca, que sus brazos están siempre abiertos invitándome a cobijarme en ellos.

Con el rosario en el cuarto de mis padres, o en las procesiones en la aurora, con las romerías a visitarla en la advocación de Reina de los Ángeles aprendí que Jesús nos bendecía entregándonos al cuidado de Su madre para facilitarnos el camino hacia Él.

Jesús me ha buscado de mil maneras. Me ha ofrecido diversas vías espirituales. Como padre secular, con hábito de hermano cristiano, de dominico, de franciscano, de jesuita, de carmelita, de opus dei. Busca darme su amor desde la clausura de las madres carmelitas, en cursillos de cristiandad, en parroquias e iglesias, en las misas al aire libre de Schoenstatt, en movimientos de formación en doctrina social de la Iglesia, en encíclicas y homilías.

Se esmera Jesús en hacerme saber que está en mi alma, siempre ahí, esperando que le abra mi corazón. En mi alma con toda su divinidad, como Trinidad Santa, con el Padre y el Espíritu Santo pidiéndome que también sea uno con ellos.

Claro que en la vida práctica no le he abierto siempre el corazón a Jesús.

Muchas veces ha habido diferencia entre mis actuaciones y lo que sé que es Jesús en mi vida.

No he sabido siempre vivir bajo la luz y la felicidad de una relación trasparente, cierta, amorosa con Jesús, ni tampoco he vivido en mi relación con las otras personas siendo consecuente de que en su corazón también esta Jesús, que en cada hermano debo ver el rostro de Él.

La gran dicha es que Su amor sí es amor de Dios. Todopoderoso, todo misericordioso, siempre dispuesto a perdonarme y a que busque en Él refugio y esperanza. Siempre ahí. Siempre dispuesto. Siempre amándome.

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