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Reflexiones: ¿Es la dolarización una solución viable?

Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Miércoles 07 noviembre, 2018


Por muchos años se ha dicho que el país carece de una política monetaria ordenada, que sería mejor dejar en manos de actores externos la definición de nuestra política monetaria, es decir, que sería mejor olvidarnos del colón y dolarizar nuestra economía. Quisiera dedicar esta columna a discutir los pros y contras de dicha medida, si fuese viable pensar en dolarizar. Este tema parece recurrente sobre todo cuando se desarrolla esta creciente preocupación sobre el tipo de cambio, ya sea porque se devalúa el colón o por lo contrario, cuando tenemos una revaluación. Pareciera que ambos mundos, el de mucha devaluación o el de mucha revaluación, no son necesariamente ideales para los tomadores de decisiones y, en general, para la sociedad. Ante lo anterior, no falta quien diga que lo mejor sería vivir en un mundo donde nuestros políticos y gobernantes no tuvieran la tentación de sobreendeudarse o crear dinero, para financiar cuanta ocurrencia de turno aparece. Si bien, no es ese necesariamente el caso de nuestro país, ya es común oír hablar en las calles de la dolarización de la economía, como forma de evitar tanto va y tanto viene en el mercado cambiario.

La dolarización desde un punto de vista económico significaría dejar de lado nuestra moneda, el colón, y transferir ese papel al dólar, generando tanto en ingresos como en gastos una única referencia cambiaria. Sería que desaparezca la política monetaria activa, generando que el balance monetario lo determinarían los ingresos y egresos de la divisa extranjera, el dólar, provocando así que nuestro Banco Central se dedique a ser más una unidad de cuentas nacionales y quizás un museo, que nos recuerde la vieja historia del colón. Bueno, quienes defienden esta propuesta aducen que tendríamos asegurada la estabilidad de precios, que sería lo mejor para la regla de comportamiento del Estado, dado que no podría endeudarse más allá de sus posibilidades y que, además, dejaríamos de padecer la preocupación de tener nuestros ahorros devaluados o del riesgo de pedir o prestar en moneda distinta a la que nosotros recibimos por el trabajo o por nuestros negocios. Todos parecen ser argumentos bastante convincentes, sobre todo en momentos de gran volatilidad cambiaria y en situaciones donde la especulación aparece y se sobresalta el valor de la moneda extranjera.

Sin embargo, la dolarización no es la pomada canaria y no significa que el país resuelve todos sus problemas con ello. La situación real es que se requiere cambiar la nominación de colones a dólares y para eso hay que endeudarse en el tamaño de la riqueza financiera existente, muestra del señoreaje acumulado a lo largo de los años y que es una fuente de financiamiento sano del Estado. Se trata de muchos miles de millones de dólares que deberíamos adquirir para convertir la moneda actual y las cuentas de los bancos que son en colones a su referente en dólares, ese préstamo no es gratuito ni barato, que sumaría a la ya gran deuda de cerca de 50 puntos porcentuales del PIB, que el país carga producto de sus déficits históricos en materia fiscal. Dicho en palabras sencillas, no es un almuerzo gratis o no es barato, dolarizarse.

Un segundo tema que lleva implícito la dolarización es que no necesariamente previene a las crisis de deuda, ya hemos visto cómo países como Grecia, España o Portugal caen en crisis por un claro endeudamiento que va más allá de sus límites y que los banqueros centrales y la propia Reserva Federal no son ajenos a problemas regulatorios que provocan grandes remesones como la recientemente célebre crisis financiera internacional. No porque cambiemos nuestra moneda nos podemos liberar de políticas monetarias de poco sentido o con problemas. La deuda y sus componentes de gasto financiero pueden cambiar abruptamente ante cambios en el entorno internacional, lo que nos hace aún más vulnerables ante la globalización, tan de moda en nuestros tiempos.

Un tercer aspecto es que la dolarización nos prohibiría los instrumentos de política monetaria ante situaciones de vulnerabilidad de precios internacionales, ante crisis o desastres naturales e, inclusive, evitaría que se pudiese motivar la inversión, ante momentos de alto desempleo, tales como el que vivimos hoy en día. La restricción de crédito podría ser letal en situaciones de política internacional de guerra o cambios en la política monetaria interna de grandes potencias. Perder dichos instrumentos no es necesariamente una mejora, sino que sería un aumento de las restricciones a enfrentar ante una crisis.

Se aduce muchas veces con más fanatismo que sentido común que dolarizar evita el populismo, la corrupción y el despilfarro. Lamentablemente eso es un claro error, ni una ni la otra son causas del colón, ni tampoco se eliminarían con tener transacciones en dólares. La dolarización impone ciertos límites al Estado, pero no evita el populismo, el despilfarro e inclusive, el sobreendeudarse y caer en una crisis de liquidez.

La existencia de dos o tres monedas de circulación aceptada pareciera ser una mejor forma para aminorar los riesgos cambiarios y ser consecuentes con una economía bimonetaria. Dicha economía es aquella en que pueden usarse ambas monedas e inclusive otras, con el fin de acumular valor o como medio para el intercambio, lo que sería a mi entender la mejor solución posible existente. Así las cosas, resolver el problema fiscal y garantizar mayores grados de libertad al accionar de la política monetaria sería mucho más sencillo, que iniciar un camino con destino no resuelto o como un salto al vacío. Es por eso por lo que, a pesar de parecer un camino fácil, la dolarización es una salida llena de espinas y barreras. No le miro sentido común a un proceso tan caro y costoso en tiempo y paciencia de las personas.





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