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Ser progresistas hoy

Ennio Rodríguez ennio.rodriguez@gmail.com | Martes 02 mayo, 2017


Ser progresistas hoy

Las izquierdas, en general, han equivocado la pregunta y las respuestas sobre lo que significa ser progresista y tener una opción real de poder en el mundo actual. El 30 de abril, en el periódico británico The Guardian, publican un artículo sobre Tony Blair, quien fue capaz de llevar a los laboristas a tres triunfos consecutivos, después de lo cual el Partido ha involucionado, desde la perspectiva electoral, con un discurso cada vez más de izquierda tradicional y, agrego, sin sintonía con el mundo actual. Blair cayó por su apoyo a la guerra de Irak, la ausencia de las armas de destrucción masivas y las violaciones a los derechos humanos en los centros de detención. Con ello cayeron también, dentro del Partido, sus intenciones de reforma ideológica y programática, sin que las comparta necesariamente, me refiero a la validez de sus intenciones.

La conclusión del artículo de marras, cita a Blair, quien formula, creo yo, la pregunta correcta: “Para que gane una propuesta política progresista, esta tiene que estar constantemente modernizando la aplicación de sus valores tradicionales. En un mundo que está definido por el cambio caracterizado por su aceleración, los progresistas tienen que ser los líderes de ese cambio...” (mi traducción). Muchos de los discursos progresistas mantienen la retórica de los valores tradicionales (solidaridad, libertad y democracia) y critican la realidad contemporánea al no responder a dichos ideales. Pero no hay propuesta programática de cómo aterrizar estos ideales de tal manera que puedan liderar los procesos de cambio. Otra vertiente recurre a las respuestas programáticas basadas en políticas estatistas del pasado y juzgan como revisionista cualquier propuesta que no se ajuste a lo diseñado para la realidad de hace tres o cuatro décadas. Tampoco son líderes. La nostalgia ofrecida por el planteamiento progresista histórico, en cualquiera de estas dos vertientes, no ofrece una comprensión del cambio exponencial producido por tecnologías disruptivas y sobre qué significa la aplicación de los valores tradicionales en este entorno cambiante. Los votantes generalmente les han dado la espalda.

Deus ex machina. La interpretación de mucho del discurso progresista se fundamenta en dos conceptos simples que parecen explicar, desde fuera, una realidad compleja. El neoliberalismo y la globalización, siendo esta última, generalmente, consecuencia de la primera. Bajo esta explicación, las realidades actuales de desempleo, pobreza, concentración del ingreso, etc. son producto de la aplicación de una ideología neoliberal, la cual también desató las fuerzas de la globalización. En consecuencia, la propuesta programática alternativa es afirmar la soberanía frente a la globalización (aquí se dan la mano con los nacionalismos de derechas) y eliminar las políticas neoliberales cambiándolas por un enfoque social. La causalidad es falaz tanto porque la premisa no tiene solidez conceptual (engloba todo lo que no les gusta), como porque los mecanismos mediante los cuales opera la causa y produce los efectos tampoco es desarrollada, ni lo es su respuesta programática. Es una explicación de la historia a partir de una supuesta ideología dominante, al punto de explicar incluso, el desarrollo de las fuerzas productivas.

Para entender el mundo actual debe partirse de las fuerzas productivas y dentro de estas, en particular, las trayectorias, velocidad e impacto transformador de un conjunto de tecnologías, entre las que deben considerarse la automatización, la inteligencia artificial, los celulares, las biotecnologías y el análisis de “big data”, entre otras, pero, sobre todo, entender que las plataformas digitales y virtuales se interconectan con las dimensiones físicas y biológicas, lo cual está generando disrupciones exponenciales de los mercados de trabajo, las relaciones sociales, los flujos de información, pero también de las posibilidades de manipulación y de ataques cibernéticos y las tendencias a la concentración en la distribución de los beneficios del cambio tecnológico (como adecuadamente lo formulaba Prebisch).

Por lo tanto, la respuesta programática no puede ser luchar contra la globalización y el neoliberalismo. Eso sería luchar contra enemigos creados imaginariamente, deus ex machina. Tampoco es viable, como nunca lo ha sido, revivir el luddismo y pretender detener el cambio técnico.

La propuesta programática progresista debe incluir, a modo de ejemplos, una definición del valor de solidaridad en un mundo donde la interconexión a Internet de alta velocidad (mayor a 100 megas) y móvil deben democratizarse. La variable que más explica el desempleo, pobreza y bajos ingresos es la educación. Si esto siempre fue así, hoy lo es más que nunca, pues el cambio técnico destruye labores repetitivas y predecibles, que requieren menor educación y formación, y abre posibilidades para los más educados. Pero, además, los contenidos y métodos de esa educación deben adecuarse a los tiempos, y el entrenamiento, reentrenamiento y actualización una posibilidad permanente abierta a todos.

Agrego solo dos ejemplos adicionales por razones de espacio. El Estado tiene nuevos deberes de eficiencia, transparencia y probidad hechos posibles por las nuevas tecnologías. El gobierno digital debe avanzar exponencialmente. Entre las áreas de posible mejora, por la eficiencia de las nuevas tecnologías, están la lucha contra la pobreza y la prestación de servicios de salud. Además, las nuevas tecnologías, como bien lo señaló Schumpeter, destruyen procesos y empleos, pero también tiene un lado creativo, crean nuevos procesos, empleos, productos, servicios e industrias. Para aprovechar el lado positivo, debemos crear y formar una sociedad de emprendedores, especialmente de las generaciones más jóvenes.

El mundo y Costa Rica, necesitan una propuesta progresista asentada en una comprensión del desarrollo de las fuerzas productivas para poder dar vigencia a los valores de solidaridad, libertad y democracia.

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