Si Nueva York mejoró su movilidad, nosotros podemos.
David Gómez Murillo gomez.murillo.david@gmail.com | Jueves 06 mayo, 2021
Cualquier comparación de nuestras ciudades ticas con la gran Nueva York despierta reacciones casi inmediatas de rechazo e incredulidad. Pero le prometo, señor lector, que esta comparación es válida, porque el tema en cuestión no depende de recursos financieros. Si fuera así, ni siquiera hubiera escrito este artículo.
Acabo de regresar de la Gran Manzana, y no había estado ahí desde el año 2007. En aquel momento aún era una ciudad poco amigable con peatones y ciclistas. Su administración estaba enfocada, como la mayoría de las ciudades del mundo, en mover tantos carros y tan rápido como fuera posible por todas sus calles y avenidas. Ese mismo año, Michael Bloomberg, el alcalde neoyorquino en ese entonces, nombró a Janette Sadik-Khan comisionada de transportes de la ciudad. Y la historia de Nueva York comenzó a cambiar, y muy rápido.
En datos duros, en seis productivos años Sadik-Khan y su equipo peatonalizaron una de las intersecciones más congestionadas y hostiles del planeta: Times Square y cinco cuadras de la avenida Broadway; implementaron 645 kilómetros de carriles para bicicletas, siete líneas de autobuses con carriles exclusivos y crearon más de 60 nuevas plazas públicas en toda la ciudad.
Sus críticos los tildaron de locos; ¿cómo se les ocurría sacar el tránsito vehicular de Broadway, una de las principales arterias viales de la ciudad, o eliminar carriles para carros de tantísimas calles y avenidas, para dárselos a los cuatro gatos que andaban en bicicleta en aquel entonces? Pero no se amedrentaron; y con el voto de confianza del alcalde, llevaron sus proyectos adelante.
Los resultados saltan a la vista. En 2007 la forma lógica de trasladarse por la ciudad era el metro. En 2021 usé el metro una sola vez en 10 días; el resto del tiempo me trasladé en bicicleta, un medio de transporte cuya cantidad de usuarios se incrementó un 26% entre 2012 y 2017. Ese dato demuestra que es un error esperar a que haya muchos ciclistas para justificar la construcción de infraestructura ciclista; esta debe ser construida primero para atraer a los usuarios.
Citi Bike, el sistema de bicicletas públicas de Nueva York, está ampliamente extendido y es muy conveniente. También es impresionantemente sencillo y eficiente en cuanto al uso del espacio vial. Las largas placas con racks para las bicicletas y una torre de comunicaciones e información al usuario se instalan en antiguos espacios de parqueo para carros con enorme facilidad y rapidez, sin romper ni construir nada.
Debo reconocer que Citi Bike es un poco caro para turistas (poco más de 2000 colones por cada 30 minutos), pero es mucho más barato cuando se paga anualmente. Incluso hay subsidios estatales que recortan el precio a un tercio, haciendo el sistema accesible para todas las personas, lo cual también se hace evidente cuando uno se da cuenta de que, efectivamente, Citi Bike es usado por gente de todas las condiciones económicas.
Sin importar dónde quiera ir uno en Nueva York, puede hacerlo en bicicleta, y encontrará muy pocas secciones sin infraestructura ciclista. La ciudad se ha preocupado por integrar hasta sus grandes puentes a la red ciclista, y aquí es donde viene la magia: esta integración no ha implicado grandes inversiones. De hecho, un estudio de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Columbia (2015) concluyó que la inversión en infraestructura ciclista en Nueva York es más costo efectiva para la salud pública que casi cualquier otro método preventivo usado hoy día.
El abordaje es pragmático: ciclocarriles pintados y protegidos con bolardos plásticos, pasarelas compartidas con peatones en puentes y ciclovías independientes debajo de viaductos, junto a parques y en medianeras de autopistas. No hay puentes, túneles ni ninguna obra mayor exclusiva para ciclistas. Hay creatividad y soluciones sencillas, de bajo costo y alto impacto.
Otras manifestaciones de esta nueva visión de ciudad peatonal y ciclista, que con la pandemia solo se ha visto fortalecida, son el uso comercial de espacios de estacionamiento en calle; abundan las mesas y sillas ubicadas donde antes había carros parqueados.
De igual forma, el sistema de transporte público está siendo mejorado, con carriles exclusivos para buses, vigilados con cámaras y un nuevo sistema de pago electrónico sin contacto, que será lanzado este mismo año, y que integrará todos los medios de transporte colectivo de los cinco distritos de la ciudad.
También es evidente que hay grandes esfuerzos por reducir la velocidad y conductas temerarias de choferes en las vías de la ciudad. Una vez más, se trata de intervenciones sencillas pero efectivas, como la reducción de radios de giro en las esquinas con el mismo tipo de bolardos plásticos usados para segregar ciclovías, así como islas de refugio peatonal, más cruces peatonales semaforizados, muchísimos reductores de velocidad y un límite de velocidad general de 40 km/h en toda la ciudad, vigilado con cámaras y multas automáticas por placa.
En cuanto a la pandemia, la ciudad se ha encargado de remozar y embellecer sus parques, invitando a todas las personas a usarlos y estar al aire libre, con distanciamiento social, pero en contacto con otras personas y la naturaleza. A diferencia de las ciudades de Costa Rica, los parques públicos han jugado un rol clave en el combate del virus en Nueva York.
Y la Gran Manzana no se detiene. Esta revolución que arrancó Janette Sadik-Khan en 2007 está en pleno desarrollo. En 2019 la alcaldía anunció la implementación de 250 nuevos carriles para bicicletas y la peatonalización de 93000 metros cuadrados en toda la ciudad. Y le recuerdo, señor lector, que esto lo hacen con bolardos plásticos y pintura.
Nada de lo que he mencionado está fuera de nuestro alcance como país. Por el contrario, traer medidas como estas a Costa Rica es la mejor inversión que podemos hacer, en un país donde los siniestros viales apagan 800 vidas cada año.
Así como lo está haciendo la gran Nueva York, nuestras modestas ciudades también pueden romper la cultura del carro. Ya hemos dado algunos pasos, pero de forma muy tímida. Perdamos el miedo, aceleremos el ritmo y apostemos en serio por una movilidad sostenible para todos. Comencemos ya.