Un precio muy alto
Tomas Nassar tnassar@nassarabogados.com | Jueves 08 enero, 2009
Un precio muy alto
Tomás Nassar
La razón de ser de la praxis política es la toma del poder para lograr el objetivo último y esencial: el máximo bienestar para los ciudadanos.
La política que no se oriente al ejercicio del poder no es más que un planteamiento académico y la que no se fije al individuo como su último fin no es más que una quimera.
Resulta una verdad de Perogrullo que un grupo que ha conseguido gobernar, por cualquier medio, y no ha logrado satisfacer las necesidades básicas individuales y colectivas ni garantizar legitimas expectativas no resultó otra cosa más que un ensayo de laboratorio social llevado al fracaso. Esta es una verdad aún más categórica cuando los gobernantes se han perpetuado por décadas ostentando el monopolio del espacio activo, acallando toda especie de contradictorio e inhibiendo la posibilidad de la disidencia.
Cincuenta son muchos años y más aún cuando lo son de negaciones en lo político y privaciones en lo material, cuando se viven sin ninguna luz en el horizonte y cuando las manecillas del reloj marchan su ruta hacia atrás, cuando cada día parece peor que el anterior, cuando se come menos hoy que ayer y mañana menos que hoy, cuando la protesta se acalla con la cárcel y cuando la desesperanza es la única verdad.
La celebración del 50 aniversario del triunfo del movimiento guerrillero de la Sierra Maestra fue el preludio de tiempos más difíciles y más sacrificio, según el presidente Raúl Castro advirtió a los cubanos.
El proyecto socialista que propuso e impuso su hermano Fidel desde los primeros años de la “Revolución” pretendía superar las miserias del régimen de Fulgencio Batista, ciertas o no, porque hoy el tema no gira en torno a si el crepúsculo habanero emulaba “Las mil y una noches”, si la pobreza extrema campeaba por los parajes isleños, si la corrupción había alcanzado niveles imposibles o si la policía fiel al dictador violaba los derechos humanos.
El único ejercicio político e intelectual que en este momento resulta válido es el orientado a responder si existe un equilibrio razonable entre los logros de la Revolución y el precio pagado por ellos.
Claro que los críticos más autorizados apuntan un avance indiscutible en la medicina cubana, la universalización de la alfabetización y el acceso indiscriminado a la educación (aunque con restricciones y asignación de carreras), así como la condición de potencia deportiva mundial cuyos éxitos no es necesario cuestionar porque se exhiben en los medalleros de las competencias internacionales.
Más allá de medicina, educación y deporte, parece que el Granma del destino cubano ha encallado fatal y ruidosamente en el fracaso, porque no ha podido conceder bienes básicos materiales, ha sido incapaz de garantizar una dieta adecuada, ha sido impotente ante la demanda de trabajo de su mano de obra, no pudo abastecer la demanda de vivienda y fue categóricamente deficitario en bienes básicos inmateriales como la libertad y la concurrencia democrática.
¿Fueron necesarios el paredón, el exilio, los muertos en el mar, la prisión, la represión de una dictadura de hierro y tanto sufrimiento para llegar a los 50 años con tanta pobreza que se levanta como un cinturón de vergüenza alrededor de una nomenclatura neo-batistiana que peca como pecaron aquellos?
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