Un siglo de poesía
Macarena Barahona lmacarena62@hotmail.com | Sábado 30 octubre, 2010
Cantera
Un siglo de poesía
Este 30 de octubre Miguel Hernández, el poeta del amor y de la cárcel, que con su canto rebelde y de amargura, en donde la vida y la muerte intercambiaron abrazos, celebra sus 100 años.
Diáfana es su poesía, todo en él y su entorno vital adquirió trascendencia, síntesis. De una pureza cósmica, esencial con lo mejor del ser humano es su poesía, más breve e injusta fue su vida.
“Hablo, y el corazón me sale del aliento / un amor hacia todo me atormenta”.
A los 16 años, pastoreando cabras en Orihuela, Alicante, empezó a escribir poemas. Nació el 30 de octubre de 1910, y su trágico fin, en cautiverio injusto, fue el 28 de marzo de 1942. “Me llamo barro aunque Miguel me llame. / Barro es mi profesión y mi destino / que mancha con su lengua cuanto lame”.
En 31 años de vida todo sucede, lo sentimental, lo universal, la profunda intimidad. Miguel Hernández, la virtud del hombre ante el mundo y su mágica naturaleza. Fue esculpiendo su vida, su propia biografía, en cada uno de sus prodigiosos versos.
Su primer libro, Perito de lunas, editado en Murcia en 1933, subyugado por Góngora, su encuentro con los clásicos del siglo de oro, es de la vida bucólica que tan bien conocía. Busca luego la inspiración calderoniana. Consigue su hondo sentido ético y teológico, que además de sus propias lecturas, le da su experiencia de pastor y de la vida en el monte con sus colegas pastores. Miguel Hernández el joven, busca su propio camino, es decir, a sí mismo.
“Hoy estoy sin saber yo no se como / hoy estoy para penas solamente / hoy no tengo amistad / hoy solo tengo ansias / de arrancarme de cuajo el corazón / y ponerlo debajo de un zapato”, del poema “Me sobra el corazón”.
El corazón de Miguel lo siente “habitado por exasperadas fieras” y “no puede con la carga de su amorosa y lóbrega tormenta”, le sobra el corazón…
Miguel Hernández llega a la ciudad de Madrid en 1935, y se vincula al movimiento artístico y político. Se integra a la poesía revolucionaria y su vida la entrega a su pueblo.
La violencia fratricida de la guerra civil dicta al poeta su libro “Vientos del pueblo”, le hace cantar con acento impetuoso, imprecatorio. Calientes sus versos, viriles, espontáneos, son declamados en las trincheras republicanas, en la retaguardia por el propio Miguel o sus compañeros.
“Pintada no vacía / pintada esta mi casa / del color de las grandes pasiones y venganzas / regresara del odio / adonde fue llevada / en su desierta mesa / en su ruinosa cama/ florecerán los besos sobre las almohadas / será la garra suave / dejadme la esperanza” En los años que sobrevive a la cárcel, de 1938 a 1941, de presidio en presidio, este hombre de un corazón tan inmenso, condenado a muerte, escribe sus últimos versos:
“En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla / se amamantaba. / pero tu sangre, escarchada de azúcar, / cebolla y hambre”.
Su espiritualidad, su dolor, se adelgaza como su físico, él es el perdedor de una cruenta guerra, su muerte tan temprana en su vida se precipita, como lo fue en toda España.
Macarena Barahona
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