Una crisis de credibilidad
Leiner Vargas lvargas@una.ac.cr | Martes 02 octubre, 2018
Reflexiones
Una crisis de credibilidad
Costa Rica vive una crisis de credibilidad en la política y en los políticos. Las causas son múltiples, dicha falta de credibilidad se asocia a un doble discurso y una falta de transparencia de la clase política, sobre los verdaderos intereses que representan y la forma en cómo se negocia, en cada momento y bajo cada circunstancia, los intereses de dichos grupos hoy en el poder. El “sospechómeto” ciudadano es alto de todo y de todos, nuestros diputados, el gobierno de turno, los sindicatos, las agrupaciones empresariales, las agrupaciones religiosas, los medios de comunicación e inclusive, ahora, hasta de las propias universidades. Como resultado de lo anterior, existe un gran vacío social que limita la capacidad para tomar acuerdos de mediano y largo plazo, dado que en el camino se percibe que ninguno de estos grupos realmente nos representa a todos los ciudadanos.
Si bien este es un fenómeno global, consecuencia entre otros factores, de la creciente integración de las nuevas tecnologías de información y comunicación a la vida cotidiana de las personas, es imposible dejar pasar por alto, la capacidad para neutralizar y bloquear el accionar de unos y otros, como si estuviésemos condenados a un empate inmovilizador. Hemos aprendido a neutralizarnos, de tal forma que caemos rápidamente en la negación del otro, más que en una escucha razonable de sus argumentos. La polarización de posiciones se mira entonces como una salida, ante la incapacidad de entendernos y de saber tomar los puntos medios, elementos centrales para abordar con éxito cualquier negociación. Ante esta realidad, estamos necesariamente destinados al conflicto permanente, a la revancha, al sentimiento de disgusto y la permanente sacada de clavo, entre unos y otros.
Las falsas noticias, los memes, los audios descontextualizados, los argumentos fáciles para no discutir, no dialogar, no escuchar al otro, se vuelven instrumentos de descalificación de la posición del vecino, del amigo, del ciudadano que piensa distinto y que lamentablemente, yo no puedo aceptar. Esto lleva un sinsentido social, dado que nos volvemos expertos en desacreditar las personas y no sus argumentos. Estamos cayendo bajo, muy bajo. Las noticas falsas, los titulares mal contados, las entrevistas parciales y todo tipo de mala información nos han vuelto ciudadanos cabreados, enojados y angustiados. Esto se expresa en casi todo, pero es aún más claro cuando lo llevamos a la esfera de la política.
Vamos a la cuarta semana de odio, de gritos, de verdades a medias, de descalificaciones, de noticias falsas, de huelga. Tres semanas anteriores llenas de sobresaltos, de incomodidades, de un monotemático ajuste fiscal escasamente abordado con balance y sin pasión por los distintos actores. Así hemos sufrido los costarricenses el avatar de la reforma fiscal, una especie de tabla de salvación divina para unos y el demonio que llegó al mundo, para otros. Sin leer, sin escuchar, sin razonar, unos y otros se lanzan a ofender a insultar, de esa forma es imposible dialogar y llegar a verdaderos acuerdos. Este es el claro ejemplo de lo dicho en el primer párrafo, tenemos una crisis de credibilidad en la política, las instituciones y los políticos.
Es hora de hacer las cosas diferente, de sentarnos y remojar las barbas todos. Es necesario cambiar la actitud y modificar las formas de hacer las cosas en Costa Rica. Si seguimos de la misma forma y con los mismos mecanismos, tendremos más de lo mismo. En nuestro país urge una mesa de diálogo nacional amplia y representativa. No de comisiones de notables. No de grupos reunidos a puerta cerrada y sin agenda. No de largas conversaciones sin resultados. De una mesa nacional conducida con claridad política, que proponga cambios en la institucionalidad y ajustes que corrijan con claridad y equidad los desequilibrios a los que hemos llegado. Es imposible retomar los acuerdos sociales amplios al amparo de los grupos corporativos que hoy en día han capturado el Estado y sus instituciones.
Para ese nuevo acuerdo social se requiere una mejora en la credibilidad de nuestras universidades públicas, de convertirse en luz y no en la sombra del proceso de diálogo social. De ser un espacio abierto al conocimiento, a la búsqueda de la verdad, de la justicia, de la equidad. Un espacio neutral en cuanto al manejo de diversas posiciones, con conocimiento, con propuestas técnicas viables, con más humanismo y por supuesto, con respeto a la diversidad. La universidad pública debe propiciar ser el mecanismo para poner las luces largas de nuestra sociedad, ciertamente, ante esta crisis de credibilidad está también en jaque, una crisis de universidad. No es posible seguir en manos de quienes pretenden convertir la universidad en un grupo de presión más, en un ente corporativo que representa sus propios intereses, eso, definitivamente, debe cambiar.
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