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Viñedo de café

| Viernes 19 octubre, 2007




Viñedo de café

Los cafetaleros del istmo buscan reinventar su negocio, creando un vínculo entre calidad y lugar de origen

Andrea Tunarosa
América Economía

Aunque no se tome en copa, una taza de café puede ser “un elegante tesoro”. Así describe Starbucks al café del valle de Antigua Guatemala, reconocido por su acidez refinada, textura achocolatada y cuerpo fino y pronunciado.
Tan importante es el origen del producto, que el gigante estadounidense del café ha construido un negocio muy exitoso alrededor de una idea muy sencilla: la geografía es un sabor. Al igual que sucede con el vino, el lugar de origen dice mucho del café. Y más aún, cuando se trata de un café gourmet.
No es casualidad, entonces, que Guatemala sea el principal proveedor de Starbucks, ni que hace unos meses la empresa Dunkin Donuts estableciera en el país un laboratorio para controlar la calidad de los cafés que usa en sus tiendas. Hoy, el carácter premium del grano es la constante, más que la excepción, en los cafés centroamericanos. Una característica que les ha permitido diferenciarse de sus competidores y blindarse de la volatilidad de los commodities.
Irónicamente, ese salto es la herencia de la crisis que vino con la llegada del nuevo milenio. Fue una caída vertiginosa de precios —la peor en 70 años—, que alcanzó el punto crítico en 2001. De un valor de $1,50, la libra de café pasó a cotizarse en $0,46.
Pero los productores que sobrevivieron emularon a los mejores fabricantes de vino, definiendo una estrategia de nicho para su producto. Capitalizaron la idea de especializarse en cafés finos, cuyas virtudes se deben a las condiciones naturales de los países. Por su valor agregado, un quintal (100 libras) de café fino cotiza en promedio hasta cinco veces más de lo que cotiza un café tradicional en bolsa.
Para lograr esta diferenciación, la regionalización ha probado ser efectiva. En Guatemala, la Asociación Nacional de Productores de Café (Anacafé) identificó ocho regiones con personalidad única, moldeada a partir de la altura, el microclima, el tipo de suelo y la lluvia. “Logramos geoposicionar a las fincas de café de todo el país, desde las grandes haciendas hasta las microparcelas”, afirma Christian Rasch, presidente de Anacafé.
El objetivo es generar un valor agregado para el productor y ofrecer a los compradores herramientas para trazar el origen del café. Esto garantiza la calidad y refuerza la transparencia durante el proceso de compra-venta.
Costa Rica hizo lo mismo, e identificó siete regiones. En las que están a menos de 1 mil metros, el café es “liviano”, y en las de origen volcánico, a más de 1.200 metros, es más ácido y aromático.
Todo apunta al desarrollo de un mecanismo de denominación de origen que suponga un valor adicional.
De hecho, el reconocimiento de la denominación de origen es uno de los puntos que los centroamericanos están discutiendo con la Unión Europea (UE) en el marco del Acuerdo de Asociación que busca liberar el comercio en 2010.
En este campo, Colombia lleva la delantera. Hace unos meses, Europa reconoció la denominación de origen “café de Colombia”, después de un proceso de más de dos años. El café colombiano es el primer producto extranjero que entra a la lista de denominaciones de origen de la Unión Europea.
Pero no todos los países están igualmente listos. Según Ricardo Espitia, director ejecutivo del Consejo Salvadoreño del Café, “entre 2000 y 2004, la producción y las exportaciones cayeron más de un 40%, lo que sumió a los cafetaleros salvadoreños en la deuda más elevada por quintal producido de la región”.
Los esfuerzos se han concentrado en destacar los elementos diferenciadores de su café que, al igual que el de Nicaragua, tiene calidad, pero no imagen.






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