“Yo sé lo que es ser mamá con senos y sin senos”: el relato de una mujer uruguaya que fue madre antes y después de una doble mastectomía
Fernanda Paúl - BBC News Mundo | Viernes 13 septiembre, 2024
Macarena Rodríguez Laens tenía 31 años cuando le encontraron un tumor maligno en uno de sus senos.
El diagnóstico la obligó a tomar una decisión difícil: someterse o no a una mastectomía doble, es decir, a la extirpación de sus dos senos.
Decidió hacerlo, a pesar de que en uno de ellos no había rastros de cáncer. Temía desarrollar otro tumor maligno.
La uruguaya se enfrentó a cierta resistencia por parte de algunos médicos y de personas que la rodeaban.
El principal cuestionamiento giraba entorno a que no sería capaz de amamantar a sus futuros hijos.
Pero ella -que en ese momento ya tenía un hijo de 1 año- pensó en su propio bienestar, tanto físico como psicológico.
Aquí, Macarena -licenciada en fonoaudiología- le cuenta su historia a BBC Mundo. Dice que lo hace por todas las madres que han tenido o tendrán dificultades para implementar la lactancia materna.
“Hay que sacarse la culpa. Se hace lo que se puede con los recursos que se tienen”, dice.
"Me costó muchos años hacer pública mi historia.
La decisión que tomé fue muy difícil, pero la reivindico y no me arrepiento.
Todo comenzó después de tener a mi primer hijo, en 2014.
Un día estaba en la ducha y decidí palpar mis senos, hacerme el autoexamen. Me di cuenta de que tenía un bultito bastante grande. Podía sentirlo fácilmente.
Recuerdo muy bien ese momento al salir de la ducha. Me senté al borde de la cama y pensé: ‘y ahora ¿qué hago?’. Estaba asustada.
Consulté inmediatamente a un médico.
El primer ginecólogo que me revisó me dijo que me quedara tranquila, que probablemente era producto de la lactancia a mi primer hijo. Y me mandó a mi casa sin más.
Pero yo no me quedé tranquila. Así que consulté a otra ginecóloga, quien me pidió una ecografía.
Durante ese examen, el médico me dijo que no le gustaba el aspecto y que le haría una punción.
Un par de semanas después recibí la llamada. Yo estaba en mi departamento sola con mi bebé chiquitito.
Y entonces la doctora me dio la noticia: era un tumor maligno y había que seguir estudiándolo.
Fue un momento horrible, me puse a llorar, mi hijo me miraba desconcertado. Sentí mucho miedo.
Una decisión difícil
Mi tumor estaba detrás de la areola y era grande.
Los doctores pensaban que podía ser infiltrante, es decir, que se podría haber diseminado a otras partes del cuerpo.
Me propusieron sacarme la mama donde estaba el tumor, hacer una cirugía conservadora.
Pero para mí era inevitable pensar en mi otra mama y en la probabilidad de desarrollar otro tumor. Sabía de muchos casos similares.
Me dijeron que me podían hacer un estudio genético para ver qué tan posible era eso. Si me daba positivo, tendría la opción de volver al quirófano y sacármela también.
Pero era entrar dos veces al quirófano, con todo lo que eso significa, y además con un hijo pequeño del que hacerme cargo.
Además, si tú te quedas con la otra mama, profilácticamente te tienen que dar anti estrógenos, lo que induce a una menopausia precoz y pierdes calcio de los huesos.
Con todo esto en mente, tomé la decisión de hacerme una mastectomía doble con reconstrucción.
Tuve que luchar para que respetaran mi decisión. Muchos me querían convencer de lo contrario. Me decían: ‘piensa en una futura lactancia en caso de que tengas más hijos’.
Seré sincera. Si bien yo siempre quise tener más hijos, en ese momento sólo pensaba en el hijo que tenía y en poder soplar todas las velitas de cumpleaños con él.
Así que hice mi duelo y me sometí a la operación.
Descubrieron que el tumor no se había propagado por lo que no necesité de otros tratamientos.
La mama donde tenía el tumor me la reconstruyeron completamente y me tatuaron un pezón que es falso.
En la otra, me dejaron mi pezón con un poco de tejido para que no se produjera una necrosis (muerte total del tejido).
Mamá sin senos
Un tiempo después, en 2017, quedé embarazada de mi segundo hijo.
En ese momento revivieron mis dudas. Fue un tránsito difícil porque ahora tenía que aceptar que iba a ser una mamá sin senos. Y que no podría alimentarlo.
Recuerdo que el neonatólogo que me atendió con mi primer hijo me trasmitió que la fórmula era prácticamente un veneno.
Y cuando uno tiene un bebesito lo que menos quiere es darle algo que le haga mal.
Empecé a buscar información sobre la fórmula.
Encontré estudios que decían que la diferencia entre un niño alimentado por lactancia materna y fórmula no era significativa, que había algunas diferencias en cuestiones como enfermedades respiratorias, pero nada más.
Fue complejo.
Había miles de artículos que hablaban de los beneficios de la leche materna pero pocos sobre la fórmula. Y yo necesitaba que alguien me dijera: tranquila, todo va a estar bien.
También tuve que averiguar cuáles eran los mejores biberones, cuáles tenían la forma más similar al pezón, etc.
Pero lo peor sucedió cuando llegué a mi casa después de tener a mi segundo hijo.
Mi marido me dijo: ‘tienes la camiseta mojada’. Yo no lo podía creer. Ese poco tejido que me quedaba en una mama empezó a producir leche.
Me dieron muchísimas ganas de darle esa leche a mi bebé. La neonatóloga me dijo que lo hiciera. Pero a los pocos segundos pensé: ‘No, esto no está bien. Mi anatomía no es la misma. Ya sé que con este bebé no se puede’.
Por suerte que no lo seguí haciendo porque mi ginecólogo luego me dijo que podría haberme generado una infección, una mastitis.
Me dieron un remedio para cortar la lactancia. Y eso lo viví como un doble duelo.
Miradas críticas
Los meses siguientes no fueron fáciles.
Cuando me reintegré a mi trabajo, yo tenía un proyecto con una psicóloga en el que íbamos a las salas de espera de los hospitales para asesorar a las madres.
A muchas tenía que darles consejos sobre cómo acoplar a sus bebés para que pudieran mamar bien o generar un buen sellado labial.
Y pensaba: ‘estoy dando consejos de algo que yo no puedo hacer’. Había momentos en que hacía una pausa y me iba a llorar al baño. Una lloradita y a seguir existiendo, como se dice.
También noté algunas miradas críticas por el hecho de que yo no estuviera amamantando a mi bebé.
A veces, cuando iba al parque, algunas personas me preguntaban por qué le daba leche con el biberón. A algunas les explicaba y quedaban choqueadas. A otras no, porque estaba cansada.
Recuerdo que le conté mi decisión de la doble mastectomía a una pediatra y me dijo: ‘Vulneraste el derecho de tus hijos a la lactancia’. Ese fue un momento en que me sentí horrible.
Pero le respondí: ‘¿Sabes qué? Defendí el derecho de mis hijos a tener una mamá que esté viva, y que esté afectivamente disponible’.
Defendí eso, defendí estar estable.
Y por eso también quise contar mi historia.
Creo que muchas veces la maternidad está asociada al sacrificio. Y si le das el pecho exclusivo, entonces eso es sinónimo de buena madre. Y si no, mala madre. O floja.
Todas sabemos el beneficio de la lactancia materna pero muchas mujeres no pueden. Y creo que hay que sacarse la culpa. Se hace lo que se puede con los recursos que se tienen.
Yo sé lo que es ser madre con senos y sin senos. Es así. He estado de los dos lados de la vereda.
Y puedo asegurar que mis tres niños han crecido sanos. Si te dijera que tuve un vínculo distinto con mis dos hijos menores al que tuve con mi primer hijo, a quien sí pude amamantar, te miento.
Aunque a veces algunas cosas me hicieron dudar -esas opiniones o miradas externas-, nunca sentí que era mala madre.
A dos de mis hijos no les di el pecho, es cierto, pero les di muchas cosas más.
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